Evening wind (1921). A partir de ahora todo empieza hoy.
Hacía falta volver a casa. Y volver a casa puede ser
una calle, un rincón, una persona, incluso una canción. Porque volver a casa no
es huir, es identificarte y tranquilizarte. Y esa tranquilidad, esa vuelta a
casa la he llevado a cabo con Edward Hopper. El primer día de la exposición que
le dedica durante casi tres meses el museo Thyssen- Bornemisza de Madrid al
pintor estadounidense era inevitable que fuese mi primera visita.
Edward y Jo se despiden del teatro de la vida.
Allí estaba su última obra Two comediants (1966) que los críticos tan necesitados de cerrar el
círculo y de frases lapidarias se encargaron de interpretar. Dos comediantes en
blanco en un escenario vacío y sin más figuras evidentemente parecen saludar y
despedirse. Son Edward Hopper y Jo su mujer que murió un año después que el
pintor. Tantas veces pintando a los espectadores, a los observadores, a la
platea y su última obra es el escenario mismo. Es una bonita manera de
despedirse se haya hecho conscientemente o no. Además de la curiosidad de saber
que perteneció durante muchos años a Frank Sinatra.
Hotel by a railroad (1952). La mirada en otro lado.
Desde siempre, desde mi primer vistazo al primer cuadro
hubo una conexión. Ese impasse, el
no-momento o el momento previo en sus escenas fue antes un indicio de soledad en
negrura pero ahora la lectura es el primer paso para todo, el momento de
reflexionar, el momento de ser conscientes como esa mujer en Hotel by a Railroad (1952). Aquí el
hombre mira por la ventana y es la mujer sentada atrás en camisón la que lee,
en realidad la que finge leer, la que asume que está ahí pero sabe que hay otra
cosa, representa el paso previo a tantas otras, a tantas y tantas mujeres que miran
por la ventana. Es impresionante la de ventanas que hay en la obra de Hopper,
la de figuras que se asoman. En From
Williamsburg bridge (1928) es solo una mancha blanca a lo lejos, en Morning in a city (1944) es tan evidente
que lo hace hasta la desnudez.
Estoy aquí pero también estaré allí.
Anna no quiere cortinas.
Y ahí como en tantos momentos en las películas de
Chantal Akerman veo a Aurore Clément (Anna) descorriendo las cortinas desnuda
en Les rendez-vous d’Anna (1978) y en
esa película también están Dawn in
Pensylvania, (1942) o Compartment C,
Car 193, (1938). Anna es otra mujer en tránsito, sola, en hoteles, con
maletas de por medio. Y los espacios vacíos o de tránsito, las calles de Nueva
York y los hoteles de Nueva York son las imágenes de News from home (1977) y Hôtel
Monterey (1972) también de la directora belga. Hasta me pareció encontrar
tras subir las escaleras de Stairway at
48 rue de Lille, París (1906) que era la casa donde vivió en su primera
visita a París el mismo Edward Hopper a Jack y Julie (Nuit et jour, 1991). Son evidentes las interferencias y referencias, juegos y relaciones, concomitancias y
paralelismos con cierto cine hecho en América. Algo de Hitchcock, algo de Sed de mal en algún grabado, algo de
Wenders (el más evidente y estrepitoso) pero toda visión es subjetiva y la mía
se dirige hacia Chantal. Y para mí son evidentes. Son dos obras que además de
cerebrales son muy emocionales para mí, son un espejo a la vez tranquilizador y
perturbador como toda verdad. Los acepto, los quiero o en eso estoy.
New York movie (1939). El gran cuadro.
En la exposición del Thyssen hay una buena selección de
obras aunque siempre se echa en falta alguna que otra. Yo no quería saber qué
obras estaban y cuáles no entre tanta noticia televisiva y revistera (Caimán. Cuadernos de cine le dedica un
suplemento en este mes de junio que tiene muy buena pinta). El no querer saber
era para que el momento me deparara la sorpresa de encontrarme frente a frente
con New York Movie (1939), el
verdadero espejo. Y al final una pequeña desilusión o más bien otro pequeño
objetivo a cumplir.
Porque como alguien me dijo una vez que la canción Inés de Luz Casal le recordaba a mí, es
hora de decir que sí y muchas cosas más porque es melancolía pero a la vez
sanador que alguien se pare, se apoye en la pared, se toque el rostro y sea
consciente del tiempo; que alguien se meta en un cine y respire y al salir se
ponga a hablar con el que le adelanta porque todo en esta vida está para
aprovecharlo. El uno, el dos, el tres y la multitud. Porque además la obra de
Hopper tiene mucho de juego, es una realidad pero es un teatro, es un reflejo
pero también a veces es como un decorado de Lego (Portrait of Orleans, 1950), es irónico y casi subversivo como esa
gente en People in the sun (1960). Y
es una enseñanza más que te da de la vida; la dualidad, la seriedad y la risa,
la melancolía, la ironía.
Solitary figure in a theater (1902-1904). La soledad era esto.
People in the sun (1966). La soledad puede ser esto.
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