jueves, 6 de noviembre de 2014

De línea en verso. Recordando a Alejandra Pizarnik





Alejandra herida.
 
 
 

Te leo decir: “Nadie me piensa”. Alejandra, hoy y aquí, yo te voy a pensar. Y veo que escribes: “Escribo para que me quieran”. Hoy y aquí, yo te voy a querer. Porque regalas reflejos y porque he atrapado entre tu diario una declaración de amor, que egoístamente me apropio: “Odio la letra L. En verdad solo amo la A y la M”. AM-O.

Eres una mujer llena de aserciones para consigo misma. Te dices fea, trágica, que eres un despojo humano, una herida. Miedo da contradecirte pero necesitas otras voces, de otros ámbitos.

 

mi rostro? Un cero disimulado

 

Alejandra, te marcaste unas obligaciones, tenías un proyecto, una vocación: morir. Y lo lograste. Mientras tanto, trazaste otro gran plan: escribir una novela. Esto no lo lograste.

 

Doy poemas para que tengan paciencia. Para que me esperen, para distraerlos hasta que escriba mi obra maestra en prosa

 

Tenías una hoja de ruta marcada, unos planes a seguir, tu propio listado de cosas por hacer. Te veo marcándolos con furia y rabia una y otra vez con un color fosforescente para que no te distraigan otras nimiedades.

 

No olvidarse de suicidarse

 


Cosas por hacer...
 
 
 

El ser una persona seria formaba parte del plan, te lo he escuchado muchas veces y ante todo, la gramática: estudiar gramática. Según tú, desconocías el español y eso te preocupaba. Era uno de tus caballos de batalla. Era necesario que lo controlaras para construir esa novela que llenaría los días que te restaban hasta llegar a los treinta y parar de contar. Y contaste hasta treinta y seis.

 

 He de partir/ Pero arremete ¡viajera!”

 

Tenías urgencia por escribir en prosa. Pero ¿por qué la profana y prosaica prosa? ¿Dónde se ha visto? Elegir la prosa es como una caída. La prosa es a la poesía, afirmó Valéry, lo que el andar a la danza. Escúchate Alejandra.

 

He aquí lo difícil:

caminar por las calles

y señalar el cielo y la tierra

 

Es una bajeza el bajar a la altura de la prosa. Un poeta, una poeta, si escribe prosa, debe tratar esta de la condición de poeta o rendir homenajes a poetas. Me lo dijo Susan Sontag mirando a los rusos, en concreto a Marina Tsvietáieva. Estos realizaban una apología de la jerarquía. No como tú que querías una prosa simple, buena y robusta. Querías una novela realista y tradicional. Para ti era el verdadero acto de creación. La sacralizabas.

 

contar en vez de cantar

 


La condesa según Santiago Caruso.
 
 
 

¿No te consoló tu condesa ávida de sangre? ¿Y el diario con el que te persigo? Verdaderamente veo que no lo hace. Incluso tus últimas palabras diarísticas las dedicabas a esta reflexión. Hoy, pienso en ti y deseo que hubieras hecho como el personaje sufriente del mal de Montano de Vila-Matas, que se daba cuenta de que el diario que estaba escribiendo se le estaba volviendo novela. Así descansarías. Pero entonces sería otro diario, sería un juego y tú querías ser seria. Seriamente prosaica.

 

 Pero hace tanta soledad

que las palabras se suicidan

 

Deduzco que estás enfadada porque me contestaste y no me he dado cuenta hasta ahora. Tú piensas que la poesía no eras tú quien la escribía. Ese maldito sufrimiento que si no aparece no tiene valor nada. El hecho natural para ti era el verso. El verso era una traducción de tu interior, era algo innato y fácil. Y uno no se reconoce lo que hace bien y pone el foco en lo que no es, en lo que no tiene, en lo que no hace, en lo que supone un esfuerzo.

 

Escribiendo

he pedido, he perdido

 

Te pido perdón por dejarme llevar y no respetar tu búsqueda. En el fondo estoy de acuerdo contigo pero asusta, sabes. Hay que contar con la mentira del lenguaje y con la impotencia que provoca. Valiente eras y eres porque no eras una pose que sin pretenderlo, a veces, se hace necesaria para sobrevivir.  Solo quería dialogar contigo y darte de nuevo las gracias por el reflejo que ha provocado que yo descanse, que muchos descansemos ya que tú no lo hiciste. Me enseñas que habrá que perder el respeto al lenguaje para ganar una novela.

 
[Texto publicado originalmente en el número 18 de Obituario]

http://obituariomag.blogspot.com.es/

sábado, 26 de julio de 2014

Cómo el número 7 se volvió loco de Bram Stoker


 
 
 

7 se prepara para su discurso.
 
 
 
 
Hoy es mi santo, día 26 de julio. Me gusta mi nombre y me gusta el día porque me gusta el 6. Tengo muchos 6 en las fechas que rodean mi vida. El 7 es arisco, recto, aburrido y muy difundido. A mí me salen trece referencias con el número 7 desde las siete vidas de un gato a las siete colinas de Roma. Y por lo visto, a la gente le gusta mucho. Para congraciarme con él me encontré con un libro.



El encuentro fue por casualidad, por una propuesta de una amiga. La propuesta no rechazable era la de entrar en la librería Arrebato libros en plena Malasaña madrileña. A su parte de atrás es a la que me dirijo directamente; donde están los libros de curiosidades, los infantiles y los de otros idiomas que rodean una mesa también expositora como los estantes y unas sillas que invitan a ojear tranquilamente esas maravillas.





Cubierta de Gadir

 
 
 

Y me encontré con una pequeña obra de Bram Stoker que se llama Cómo el número 7 se volvió loco. El hecho de ser de Bram Stoker y el hecho de ser un libro infantil; esa combinación resultó irresistible. Porque el nombre del escritor irlandés está tan vinculado a Drácula,  que él mismo parece que fuera el mismo conde que escribió su autobiografía. Pero nada más lejos de la realidad, pues no estamos ante otro caso como el de Johnny Weissmüler. Pero de todas formas, en mi cabeza,  que un tipo como él que debía adscribirse al 6 (por aquello del número diabólico 666) me hablara del 7 a través de un pequeño relato dirigido a los niños era cosa de no mirar para otro lado, comprar el libro y leerlo antes de regalarlo a los infantes de la familia.

 
 


El padre de la criatura.
 



Al igual que yo vivo rodeada de seis, el señor Stoker vivió rodeado de sietes. Más que por teorías numéricas, religiosas o supersticiosas, resulta que andaba enamorado del 7 porque era su número. Era como una costumbre, un recuerdo, un amuleto o una curiosidad. Esto es interpretación mía pero tengo datos oficiales: Bram Stoker nació en 1947, Drácula la publicó en 1897 y durante los siete primeros años de su vida vivió postrado en una cama por diversas enfermedades y fue ahí cuando se forjó su imaginación y su gusto por las historias de misterio y fantasmas que son las historias que su madre le contaba. El 7 se había instalado en él y escribió esta historia para que los demás lo quisieran tanto como él lo quería.






El doctor Alfabeto y sus instrumentos.

 
 
 

En su historia, el siete está falto de cariño, se siente infeliz, maltratado y solo. Y yo misma era un buen ejemplo de esa gente que no le mostraba cariño. Su aparición estelar, la del 7, es la de un loco con espumarajos por la boca. Y a partir de ahí conoceremos, cuando se tranquilice una vez que el doctor haya usado varios instrumentos entre ellos el horóscopo, las razones que le han llevado a estar loco. 7 necesita que escuchen su discurso no sin antes beber un poco de agua y recibir un aplauso de aliento. Se trata de una historia surrealista y loca en la que se juega tanto con los números como con el lenguaje. Ese juego en el que están inmersos los niños porque aún la lógica aplastante de los adultos no les ha cincelado.



 
 

Portada original.

 
 
 

Bram Stoker era escritor pero también era licenciado con matrícula de honor en matemáticas así que este primer libro que escribió de ficción combinaba perfectamente estas dos facetas, bueno, al menos este relato del que hablamos. Pues Cómo el número 7 se volvió loco era uno de los ocho relatos que conformaban Under the sunset que publicó en 1881. El libro se editó con ilustraciones originales al igual que el libro que yo tengo, editado en Gadir aunque en este caso solo uno de los relatos, el que estamos comentando y con las ilustraciones de Eugenia Ábalos. Unas ilustraciones que son suaves pero personalísimas, con niños estilo mini-Boteros y estampados textiles de gran imaginación. El protagonista Tristón curiosamente a mí me llevó a pensar en Kafka. A ver qué os parece a vosotros.
 
 
 
 

Ilustración original del relato.
 
 
 

En todo caso ya que está en la red os dejo el enlace para poder leer el relato en inglés. Que lo disfrutéis como niños que es lo que sois o seréis cuando lo leáis.

http://www.bramstoker.org/pdf/stories/01sunset/05mad.pdf

martes, 22 de abril de 2014

Rayarse mientras viene el rayo.






Luna bañada. 




El otro día mis lágrimas dibujaron en la luna un galardón. Sarcasmo entonces, ahora no quiero interpretarlo. El otro día las suelas despegadas de mis zapatillas crearon una música maravillosa e inesperada al bajar las escaleras. Alegría entonces, ahora no sé de qué me sirve.




Que lo desesperante y lo perdido sea al mismo tiempo catarsis y luz. Reciclaje si no es posible adquirir lo nuevo. Y me viene el recuerdo de una escena. De No amarás (Krótki film o milosci, Krzysztof Kieslowski, 1988) pude haber olvidado trama, colores, ciertos momentos y personajes pero lo que no olvidé fue la escena del hielo en la azotea.











Frustración que necesita catarsis. Harper Lee frustrada echa el manuscrito de Matar a un ruiseñor por la ventana y cae en la nieve. Tu mente y tu cuerpo, tu trabajo y tu persona tienen que contactar con el fulgor de lo extremo, con la reacción del frío, con la nada del blanco. Aunque sea para volver a caer luego.



Y sin darme cuenta, ahora mismo, en el mismo momento en que escribo esto, me doy cuenta de que lo blanco se presentó y ahora duermo con él. Todo muy bonito, muy curioso, muy simbólico. Ahora a esperar que el símbolo se haga carne. Tal vez mi paciencia, que tanto coloqué en el bando de los buenos sea mi mayor obstáculo y sea el malo de la película. Tal vez no sé esperar. Tal vez se trate de otra cosa. Tal vez ahora tengo que quemarme. Pero en el fondo el frío y el calor extremo son como el pez que se muerde la cola. Creo que me hace falta un rayo. Me voy a poner a ello. Voy a atrapar a un rayo.












viernes, 28 de marzo de 2014

Bruselas en cuatro días.




El laberinto. ¿Y su salida?




Era un reto y un vistazo al estado de la nación de Ana. Así que allá iba. Viaje, vuelo, recuerdos y necesidad de sobreponer otro viaje, otro vuelo y otros recuerdos. Bruselas. Que fuera una ciudad francófona fue el detonante de la búsqueda de arreglo. Al menos Bruselas lo es en su peculiaridad franco-flamenca. Y la francofonía últimamente juega un papel muy importante en mi vida igual que en mis conversaciones el verbo madurar. Al comprobar que entendía bastante y me atrevía a intercambiar alguna que otra frase hizo acto de presencia el recuerdo del principio de todo. Mi primera palabra en francés buscada, necesitada y aprendida: SORTIE (salida). Estaba con 16 años en el laberinto de Alicia en el País de las Maravillas en Eurodisney (viaje de fin de Instituto) y estaba perdida. Al ver sortie experimenté el reconocimiento de entender algo fuera de mi idioma. Y ¡qué menos que una salida! No sé si hice foto a esa palabra, sí recuerdo alguna foto del laberinto.






Magritte en modo surrealista.






Marzo estaba siendo muy cristalino (el de ahora, no el de mis dieciséis años) y no por su claridad y evidencia sino por lo más tangible. En casa se cayó y rompió el cristal del baño: todo un metro de cristales rotos ocupando todo el espacio. Acababa de salir yo del baño tres minutos antes. Siete años de mala suerte anuncian por la rotura de un espejo o buenísima suerte por no habérseme caído encima. Me acojo a lo último pese a la fuerza de una abuela muy al tanto de los tiempos de desgracias supersticiosas. Después, hago una visita al pueblo, y estando sola con mis sobrinas, la mesa de cristal se rompe: añicos, tirita en el pie de mi sobrina y de nuevo me encuentro recogiendo cristales. De vuelta a la capital, cosa que nunca me había pasado, se me olvidan las gafas allá. Demasiadas coincidencias. A ver cómo iba yo a terminar el mes y sobre todo con un viaje previsto. No ha pasado nada aunque quedan tres días aún para declararme oficialmente a salvo. Veremos.




A eso hemos venido.




Con la seguridad de que podría salir de cualquier sitio (sortie) y olvidando los cristales, empecé mi recorrido por Bruselas. Lo contaré sin orden ni concierto, por la simple ventolera que me dé. Sí quiero adelantar a aquellos que formaron parte de mi viaje: Jacques Brel, Chantal Akerman y Emmanuel Carrère. Ellos son los que justifican esta entrada más allá de mis confesiones íntimas.




Un desayuno con Carrère.







Vida escrita.
Por azar, por vistazo, por madera, por gente, por intuición y porque hay muchos lugares para cerveza pero pocos de café mañanero pues me meto a tomar el desayuno en un bar más tendente al flamenco que al francés. Mucha luz por los cristales y me siento en la segunda mesa cerca del cristal. La belga que estaba en la mesa pegada al cristal se va y se sienta una rubia que saca un libro: las Memorias de Pedro Solbes que ni sabía que existían. Durante todo el desayuno con el libro abierto delante de ella se pone a conversar sola con el libro en viva voz. No sé si se estaba preparando para una entrevista con Solbes, o lo tomaba por inspiración para el próximo encuentro con la pareja con la que quería romper porque no estaba ella hablando muy dulcemente pero el caso es que esa era mi compañía. Mientras yo, estoy leyendo Un roman russe de Emmanuel Carrère con cuya escritura autobiográfica conecto. Justo cuando me había sentado para desayunar llego en la novela a un momento inesperado: un momento erótico. Inesperado era por lo que llevaba leído pero un par de horas antes de coger el avión había ya leído otro momento similar, esta vez dirigido a mi persona. ¿Preparación, ambientación, anticipación? El caso es que en Bruselas mientras yo aprendo palabras francesas de tema íntimo, escucho murmurar un proyecto de conversación con Pedro Solbes. Contexto europeo done los haya.





Emmanuel tú no sabes lo que has hecho.





Otra cosa que descubro en el libro es que once palabras, solo once palabras en todas las 399 páginas del libro de bolsillo que llevo entre manos aparecen en negrita. Y no por mi inventiva sino por el propio estilo del escritor, me pongo a pensar que esas negritas quieren decirme algo. Pueden ser un fallo de la edición, de la impresión pero también un juego que propone Emmanuel dentro de la novela puesto que ya ha jugado con nosotros: nos ha propuesto otro juego, nos ha interpelado directamente e incluso nos ha dado su propio mail. Así que recolecto esas palabras en negrita e intento darle una razón de ser pero no la encuentro:


PENSERSURPRÈSAU BORDFORTLESMAINTENANTRÉELLEMENTAVANTTROPTOI.


Mi nivel no llega a equilibrar creatividad y reglas gramaticales en francés y me acerco ya en Madrid a un par de librerías para buscar al menos dos ediciones del libro y averiguar si al final fue un error de impresión o una intención de escritor. Tres librerías y solo encuentro mi edición. Invadidos por su novela Lemonov, los estantes no me dejan comprobar nada. Cotilleo entonces por Internet pero nada encuentro sobre el tema de la negrita. Si alguien tiene otra edición que no sea la de la colección Folio de Gallimard, que se fije y me lo diga. O tendré que usar el mail de Carrère y pedirle explicaciones.






¿Me lo cuelgo?
 Regresando al momento desayuno bruselense, llega un momento en que dejo de leer y de comer y salgo a la calle continuando mi paseo. Entro en un patio interior y alguien me llama «coucou» y me invita a tomar un café. Acababa de tomarme un café y eso que no soy muy cafetera, pero pueden más las ganas de hablar en francés. Puede más eso que tratar con un desconocido, que me invita a un café y cierra la puerta del bar tras de mí. Así que tomo el café, me tomo la pasta que lo acompaña, un vaso de agua, hablamos y evidentemente me propone lo que me propone, me da un beso en la mano, una tarjeta donde escribe su teléfono y yo digo que tal vez mañana. Como despedida me enseña el lugar y me abre otra puerta distinta también cerrada con llave. Sigo mi camino como si nada. Al día siguiente me encuentro con una puerta a la que quiero hacerle una foto porque me gusta ella sola y lo que lleva inscrito. Estado de la nación de Ana.






Jeanne nos espera en su cocina de Bruselas.







Portal de Jeanne.
El objetivo más fácil, barato e inusual del viaje era ir al portal donde se situaba una de mis películas preferidas: Jeanne Dielman, 23, Quai du commerce, 1080 Bruxelles (1975) de Chantal Akerman. Once años hacía que me quedé petrificada en la sala de cine ante lo que estaba viendo. Así que era inevitable que allá fuera. «Voy a ir andando» dije y me miran extraño. Yo ante la cara de extrañeza calculo que será una hora y lo digo y digo que no me importa, que estoy acostumbrada. Allá que voy no vaya a ser que caiga la noche y no pueda verla bien. En veinte minutos llego. Me doy cuenta de que Bruselas es manejable. Allí que me planto, hago fotos, cojo un botón del suelo, cotilleo qué comercios hay alrededor. La calle tiene doble sentido para los coches y delante del portal pasa el tranvía. Cerca hay un teatro. Leo en el portal el nombre de los que viven allá por si por casualidad vive allí alguna Dielman o Akerman o cosa así. No es así pero le hago fotos. Ya satisfecho el portal, recuerdo en la película, el ascensor y los buzones. Tengo curiosidad por ver el interior, por ver si realmente se filmó allí pero mi francés no me da para explicar una cosa tan extraña así que ni lo intento.







Baile y cine a modo belga.






Planeando el viaje miré la programación de la filmoteca, allí Cinematek. Entre tanto ciclo y cine rumano, griego y georgiano descubro que el domingo proyectarán una película belga de una pareja que hace un año descubrí y me parecieron curiosos. Perfecto. Veré Rumba (Dominique Abel, Fiona Gordon y Bruno Romy, 2008). La entrada cuesta 4 euros. Constato que Bruselas es más caro que Madrid aunque evidentemente para mí. No para los belgas que cobrarán un buen sueldo. Entro en la sala y somos siete personas. Se trataba de una sesión infantil y solo entran dos niñas. Las dos hablan en castellano cosa que en el centro se constata enseguida: el castellano est partout. Una de las niñas pregunta a su madre porqué hay tantos adultos. A esta niña y a su madre no les gusta la película. Yo la adoro. Me parece surrealista y como me cuentan después, los belgas son muy surrealistas. Constato que Magritte no era una isla, era una consecuencia. Y no me importa que solo se digan cuatro frases en la película. A mí me pasa esto. Recuerdo que a un amigo alemán de visita por Madrid que quería ver cine español por el idioma, le llevé nada más y nada menos que a ver Tiro en la cabeza (Jaime Rosales, 2008) donde no se dice ni una palabra. No sé por qué hago esas cosas pero parece ser que las hago. 






Como yo dejé a mi gofre.





El gofre llegó el último día. Como no soy muy dulzona yo, pues quedó para lo último. Pero me lo tomé y con tantas ganas y ahínco que en el primer bocado le quité al pequeño tenedor que te dan, uno de sus tres dientes. Estuve un rato intentando no tragármelo. A los dos días de volver a casa, también le quito dos dientes al gancho para el pelo. Ahora me doy cuenta que es un homenaje que hago inconscientemente a Rumba. Y me quedo más ancha que larga.





Como hubiera sido verle...





Pero uno de los grandes objetivos del viaje era acercarme más a Jacques Brel puesto que aquí nació. Allí tienen una pequeña exposición sobre él y su relación con los bruselenses. Emocionada estaba yo por ver las composiciones de su puño y letra, de saber que escribía de pie, que sudaba a raudales, que para él el sentido del humor era muy importante y más cosas. Al final del recorrido pues adquirí las dos películas que había dirigido para ampliar más mi acercamiento a tremendo artista. Películas que no iba a poder ver en otra parte ya que las habían editado ellos. ¡Y me las traje! Se trata de Franz (1971) y de Le far west (1973). Sé que las veré con ojos de admiradora del cantante y menos con ojos cinéfilos que para el caso es como hay que presentarse.





Cántame lo que tú quieras.




Fue Brel quien cerró mi viaje pues en el vuelo de vuelta mi cabeza no paraba de tararear una canción suya. No la escuché en la exposición y no la podía escuchar en ese momento porque no la tenía en mi i-pod pero me rondaba y mucho. Es ahora cuando me la pongo una y otra vez: Le prochain amour. De nuevo me pregunto ¿Preparación, ambientación, anticipación? Evidentemente porque  todo lo que viene aunque dure solo un verano y sea como una guerra…«ça fait du bien d’être amoureux».









miércoles, 19 de marzo de 2014

Un vistazo sobre Serge Gainsbourg






Gainsbourg visto por la artista Leticia Gómez Aguado.




He aquí un recorrido femenino que no parece tener fin: Juliette, Petula, Catherine, Jane, Anna, Brigitte, Vanessa, France… Todas ellas muchachas carnales que integraron las palabras que les espetaba Serge y algunas recibieron la seducción por la palabra de un hombre excesivo en rasgos.






Retrato completo.





Porque sus rasgos eran realmente excesivos. Todos, hasta el último incorporado: el cigarrillo Gitanes. Esos ojos que quieren mirarlo todo antes que nadie recuerdan a los de Picasso y Cortázar; la gran nariz inevitablemente judía y unas orejas que él mismo definió como orejas de coliflor en la canción Premiers symptomes, configuran un rostro mítico. Era la boca su rasgo menos sobresaliente visto lo precedente. Lo de Charlotte viene más bien de la madre y el copyright de la boca en francés se lo quedó Jacques Brel. Y Serge para compensar esa boca anclada, se puso a ser bocazas, a provocar y ante todo a seducir.






Y se enamoró de la escultura de Claude Lalanne.





No le bastaba con las mujeres que podía tocar y se puso a componer ideales femeninos. Todo un álbum era necesario para cada una: para contar sus bailes, sus vicios y sus risas. Así Melody y Marilou tuvieron su espacio para su propia historia con Histoire de Melody Nelson y L’homme à tête de chou. Historias inventadas pero muy vívidas. Entre 1971 y 1976 cuando sacó esos dos álbumes la provocación floreció. En Melody todo es más suave, metafórico y figurado. Serge la encuentra en un accidente donde averigua que es pelirroja natural y muere en un accidente de avión. Pero al llegar a Marilou todo se despeña: braguetas, espermatozoides, pequeño orificio, vomitar, pubis, sexo, y la escena donde ella tenía «L'un a son trou d'obus, l'autre a son trou de valle» y lo dejamos así en francés que queda más velado. Marilou muere asesinada a manos de «Serge» con un extintor y por celos. Con Marilou, visto lo visto, Serge hacía honor definitivo a su adhesión vianesca.






Boris Vian y su "guitarra".






La figura de Boris Vian justificaba ampliamente su comportamiento. Había sido el pionero y su maestro en tales lides osadas y libertinas con la palabra. El cancionero del siglo XX francés tiene en ambos la voz alterada y alteradora necesaria. Pero toda revuelta conlleva un choque con lo establecido: las censuras que recibieron Escupiré sobre vuestra tumba y Je t’aime…moi non plus es algo que les aúna.












La voz áspera de Serge Gainsbourg, que no anda a remolque de la melodía sino que es su guía, no es la de los cantantes sino la de los que andan más cerca del pensamiento. Por eso le aíslo a él, aíslo su imagen, me quedo con sus composiciones y vuelvo a esas chicas del principio. Mezclando ese algo naif que tienen ellas con las ideas y ocurrencias de él, nos queda una brillante picardía donde la parada obligatoria final será y es escuchar Sous le soleil exactement de manos de Anna Karina.




[Texto publicado originalmente en el número 12 de Obituario] http://obituariomag.blogspot.com.es/

viernes, 28 de febrero de 2014

Una fábula teatral: La Venus de las pieles de Roman Polanski.





La mujer se venga.





Roman Polanski ha vuelto a encerrarnos. Así nos maneja mejor. La Venus de las pieles se desarrolla toda ella en un teatro. Un lugar del que no se puede salir mientras dure la representación. A Polanski le gusta tenerlo todo bajo control. Le gusta que la energía se concentre; que el ser humano llegue a un punto donde no pueda contextualizar, donde no entren aires de sospecha en la realidad única que se forma en el espacio que él ha elegido.





Esta gente anda estancada.




Los encierros forzados dan pie a que el conflicto salte pero ¡ojo! hay veces que ese agente externo que obliga al encuentro ni es tan externo ni es tan físico. Viendo la película de Polanski me vino a la mente Huis clos, la pieza de teatro de Jean Paul Sartre. Tres personajes encerrados en una habitación sin espejos y sin ventanas, condenados a mirarse dentro de ellos y entre ellos para así descubrir que «el infierno son los otros».  Los personajes entran en la habitación y la puerta ya no se puede abrir.  Cuando uno de ellos insiste y golpea, la puerta se abre pero siguen sin poder salir porque tienen que estar allí.  Y se preguntan quién les retiene. Algo así como un antecedente teatral de esa gran película que es El ángel exterminador (1962) de Luis Buñuel solo que en la película del director maño las razones para la inmovilidad son más que existenciales, sociales, vistos los personajes.






Vanda, un ser mortal y empapado.






En la película de Polanski una actriz (Emmanuelle Seigner) llega tarde a una audición pero aún así consigue que Thomas (Mathieu Amalric) el adaptador y director de la obra le haga una prueba. Aquí no hay aparentemente un encierro forzado pero los hados han hablado y han determinado que Thomas reciba una lección allí en ese encierro. Lo de menos es la justificación que encuentre Polanski en el guión para hacer que ni Thomas ni Vanda salgan. Para eso está ahí Vanda. Vanda es al mismo tiempo una mujer de carne y hueso y una diosa. Y en esa escala están muchas mujeres. Y la actriz Emmanuelle Seigner está en todas ellas: primero es Vanda, la mujer de carne y hueso que es decidida, malhablada, enérgica y nada pudorosa aunque necesita de Thomas el director que le dé el papel en la obra; en segundo lugar es Vanda, el personaje de la pieza teatral que se llama como la actriz y que es una mujer culta que se presta a los juegos masoquistas de Severin; en tercer lugar es la diosa Venus venida a provocar y  por último la bacante llena de lascivia, desnudez y todo el poder para castigar a Thomas. Tantas encarnaciones demuestran que el personaje femenino no es real. Es una imaginación de Thomas venida de su trato con la novela. Para él es una enseñanza, un escarmiento.





El collar del sometimiento ahora es tuyo.





Parte de ese escarmiento supone ponerse en la piel del otro. Uno tiene que sentir lo que hace sentir. Vivir lo que le han hecho pasar. Ponerse en el otro lado de la moneda. Ser el pasivo tras ser el activo. Algo sumamente importante para Polanski. Aquí es imposible no recordar el cambio de papeles torturador/torturada en La muerte y la doncella (1994). En La Venus de las pieles, el giro es poderoso puesto que el personaje masculino es el director de la obra de teatro. Él indica dónde colocarse, cómo decir el texto, todo. Después será él el dirigido y vejado tal  como se sienten muchas  mujeres en boca, idea y acción de los hombres.






Devenir mujer según Polanski.






Ponerse en la piel del otro a veces es difícil y ayuda con la ayuda del físico, del vestuario y el maquillaje. Esto bien lo sabía Polanski que ya nos lo mostró en El quimérico inquilino (1976) donde él mismo se transmutaba en la anterior inquilina poniéndose peluca, tacones y vestido y pintándose las uñas y los labios. En esa transformación cada ventana y balcón del vecindario se convertía en un palco teatral engalanado. En La Venus de las pieles Vanda cumple con lo básico: poner tacones, revolver el pelo y pintar los labios. Thomas se convierte ahora en Vanda. Lista para ser sometida y vejada.







Mujeres en Venecia dirigidos por estos hombres.




Ni dirigido ni vejado pero sí superado por la mujer es el personaje de Rex Harrison en Mujeres en Venecia (The honey pot, Joseph L. Mankiewicz, 1967) que con razón recuerdo ahora. Cecil Fox (Rex Harrison) logra montar todo un teatro para jugar con tres de sus ex amantes con el dinero de por medio y al final es una cuarta mujer la que le supera como director de escena. Esta es una película más clásica donde los roles y relaciones entre hombre y mujer aún no se cuestionan, solo es el poder del dinero. En La Venus de las pieles el foco principal es la relación de poder pero entre los sexos.






El gran teatro del mundo.





La película de Roman Polanski no es un mecanismo de relojería como lo es Mujeres en Venecia. No se trata de encajar todas las piezas unas con otras mientras van desarrollándose y desvelándose. No se trata de eso. Más bien estamos ante  una matrioska. Se trata de un camino sobre el que no volvemos nunca pero que va enriqueciéndose al avanzar. Tenemos una novela cuyo autor se basó para escribirla en la relación que tuvo él mismo con una mujer. Tenemos también una obra de teatro que Thomas ha adaptado de esa novela. Tenemos finalmente un hombre y una mujer que están interpretando la obra y al tiempo sus propias vidas. Todos los implicados aparecen en solo dos personajes. Están dentro de ellos. De ahí lo de la matrioska.







Preparados para un escarmiento.






Ante todo este plantel de figuras, las dudas, razones y motivos de los que dan la cara (Thomas y Vanda) no importan mucho. Está más que justificado que el espectador no las necesite para disfrutar la obra y no maldecir a Polanski. Primero porque el sabio Polanski sabe cómo mostrar, cuánto y en qué momento. Y segundo porque el director nos cuenta la historia como un cuento, una fábula más allá de la realidad. Por eso entramos en un teatro medio abandonado en un París desolado, grisáceo, donde un deux ex machina ha eliminado  cosas en la pantalla mediante posproducción: no hay gente, el cielo es amenazante, lleno de rayos y relámpagos… Parece que los dioses se están enfadando y van a dar una pequeña muestra de su grandeza a un mortal.  La puerta del teatro, además, se abre sin que nadie la empuje. Nadie vemos que vaya a entrar salvo nosotros pero una vez nosotros dentro del teatro vemos aparecer a Vanda, la diosa que ha bajado a la tierra. 





Polanski atento a las distancias.



La última película de Polanski es un ejercicio de estilo que le sale como si respirara. La prensa francesa la arrincona no sabiéndola ubicar. Dicen que Polanski está en su burbuja. Para contrarrestar tremenda reflexión va y se lleva el César al mejor director en este 2014. En realidad Polanski hace y deshace y no se deja llevar. Sí es una apuesta un tanto particular. Pero de eso se trata, de que la cartelera esté llena de particularidades. Y esta es una inteligente, rica y entretenida.