viernes, 28 de marzo de 2014

Bruselas en cuatro días.




El laberinto. ¿Y su salida?




Era un reto y un vistazo al estado de la nación de Ana. Así que allá iba. Viaje, vuelo, recuerdos y necesidad de sobreponer otro viaje, otro vuelo y otros recuerdos. Bruselas. Que fuera una ciudad francófona fue el detonante de la búsqueda de arreglo. Al menos Bruselas lo es en su peculiaridad franco-flamenca. Y la francofonía últimamente juega un papel muy importante en mi vida igual que en mis conversaciones el verbo madurar. Al comprobar que entendía bastante y me atrevía a intercambiar alguna que otra frase hizo acto de presencia el recuerdo del principio de todo. Mi primera palabra en francés buscada, necesitada y aprendida: SORTIE (salida). Estaba con 16 años en el laberinto de Alicia en el País de las Maravillas en Eurodisney (viaje de fin de Instituto) y estaba perdida. Al ver sortie experimenté el reconocimiento de entender algo fuera de mi idioma. Y ¡qué menos que una salida! No sé si hice foto a esa palabra, sí recuerdo alguna foto del laberinto.






Magritte en modo surrealista.






Marzo estaba siendo muy cristalino (el de ahora, no el de mis dieciséis años) y no por su claridad y evidencia sino por lo más tangible. En casa se cayó y rompió el cristal del baño: todo un metro de cristales rotos ocupando todo el espacio. Acababa de salir yo del baño tres minutos antes. Siete años de mala suerte anuncian por la rotura de un espejo o buenísima suerte por no habérseme caído encima. Me acojo a lo último pese a la fuerza de una abuela muy al tanto de los tiempos de desgracias supersticiosas. Después, hago una visita al pueblo, y estando sola con mis sobrinas, la mesa de cristal se rompe: añicos, tirita en el pie de mi sobrina y de nuevo me encuentro recogiendo cristales. De vuelta a la capital, cosa que nunca me había pasado, se me olvidan las gafas allá. Demasiadas coincidencias. A ver cómo iba yo a terminar el mes y sobre todo con un viaje previsto. No ha pasado nada aunque quedan tres días aún para declararme oficialmente a salvo. Veremos.




A eso hemos venido.




Con la seguridad de que podría salir de cualquier sitio (sortie) y olvidando los cristales, empecé mi recorrido por Bruselas. Lo contaré sin orden ni concierto, por la simple ventolera que me dé. Sí quiero adelantar a aquellos que formaron parte de mi viaje: Jacques Brel, Chantal Akerman y Emmanuel Carrère. Ellos son los que justifican esta entrada más allá de mis confesiones íntimas.




Un desayuno con Carrère.







Vida escrita.
Por azar, por vistazo, por madera, por gente, por intuición y porque hay muchos lugares para cerveza pero pocos de café mañanero pues me meto a tomar el desayuno en un bar más tendente al flamenco que al francés. Mucha luz por los cristales y me siento en la segunda mesa cerca del cristal. La belga que estaba en la mesa pegada al cristal se va y se sienta una rubia que saca un libro: las Memorias de Pedro Solbes que ni sabía que existían. Durante todo el desayuno con el libro abierto delante de ella se pone a conversar sola con el libro en viva voz. No sé si se estaba preparando para una entrevista con Solbes, o lo tomaba por inspiración para el próximo encuentro con la pareja con la que quería romper porque no estaba ella hablando muy dulcemente pero el caso es que esa era mi compañía. Mientras yo, estoy leyendo Un roman russe de Emmanuel Carrère con cuya escritura autobiográfica conecto. Justo cuando me había sentado para desayunar llego en la novela a un momento inesperado: un momento erótico. Inesperado era por lo que llevaba leído pero un par de horas antes de coger el avión había ya leído otro momento similar, esta vez dirigido a mi persona. ¿Preparación, ambientación, anticipación? El caso es que en Bruselas mientras yo aprendo palabras francesas de tema íntimo, escucho murmurar un proyecto de conversación con Pedro Solbes. Contexto europeo done los haya.





Emmanuel tú no sabes lo que has hecho.





Otra cosa que descubro en el libro es que once palabras, solo once palabras en todas las 399 páginas del libro de bolsillo que llevo entre manos aparecen en negrita. Y no por mi inventiva sino por el propio estilo del escritor, me pongo a pensar que esas negritas quieren decirme algo. Pueden ser un fallo de la edición, de la impresión pero también un juego que propone Emmanuel dentro de la novela puesto que ya ha jugado con nosotros: nos ha propuesto otro juego, nos ha interpelado directamente e incluso nos ha dado su propio mail. Así que recolecto esas palabras en negrita e intento darle una razón de ser pero no la encuentro:


PENSERSURPRÈSAU BORDFORTLESMAINTENANTRÉELLEMENTAVANTTROPTOI.


Mi nivel no llega a equilibrar creatividad y reglas gramaticales en francés y me acerco ya en Madrid a un par de librerías para buscar al menos dos ediciones del libro y averiguar si al final fue un error de impresión o una intención de escritor. Tres librerías y solo encuentro mi edición. Invadidos por su novela Lemonov, los estantes no me dejan comprobar nada. Cotilleo entonces por Internet pero nada encuentro sobre el tema de la negrita. Si alguien tiene otra edición que no sea la de la colección Folio de Gallimard, que se fije y me lo diga. O tendré que usar el mail de Carrère y pedirle explicaciones.






¿Me lo cuelgo?
 Regresando al momento desayuno bruselense, llega un momento en que dejo de leer y de comer y salgo a la calle continuando mi paseo. Entro en un patio interior y alguien me llama «coucou» y me invita a tomar un café. Acababa de tomarme un café y eso que no soy muy cafetera, pero pueden más las ganas de hablar en francés. Puede más eso que tratar con un desconocido, que me invita a un café y cierra la puerta del bar tras de mí. Así que tomo el café, me tomo la pasta que lo acompaña, un vaso de agua, hablamos y evidentemente me propone lo que me propone, me da un beso en la mano, una tarjeta donde escribe su teléfono y yo digo que tal vez mañana. Como despedida me enseña el lugar y me abre otra puerta distinta también cerrada con llave. Sigo mi camino como si nada. Al día siguiente me encuentro con una puerta a la que quiero hacerle una foto porque me gusta ella sola y lo que lleva inscrito. Estado de la nación de Ana.






Jeanne nos espera en su cocina de Bruselas.







Portal de Jeanne.
El objetivo más fácil, barato e inusual del viaje era ir al portal donde se situaba una de mis películas preferidas: Jeanne Dielman, 23, Quai du commerce, 1080 Bruxelles (1975) de Chantal Akerman. Once años hacía que me quedé petrificada en la sala de cine ante lo que estaba viendo. Así que era inevitable que allá fuera. «Voy a ir andando» dije y me miran extraño. Yo ante la cara de extrañeza calculo que será una hora y lo digo y digo que no me importa, que estoy acostumbrada. Allá que voy no vaya a ser que caiga la noche y no pueda verla bien. En veinte minutos llego. Me doy cuenta de que Bruselas es manejable. Allí que me planto, hago fotos, cojo un botón del suelo, cotilleo qué comercios hay alrededor. La calle tiene doble sentido para los coches y delante del portal pasa el tranvía. Cerca hay un teatro. Leo en el portal el nombre de los que viven allá por si por casualidad vive allí alguna Dielman o Akerman o cosa así. No es así pero le hago fotos. Ya satisfecho el portal, recuerdo en la película, el ascensor y los buzones. Tengo curiosidad por ver el interior, por ver si realmente se filmó allí pero mi francés no me da para explicar una cosa tan extraña así que ni lo intento.







Baile y cine a modo belga.






Planeando el viaje miré la programación de la filmoteca, allí Cinematek. Entre tanto ciclo y cine rumano, griego y georgiano descubro que el domingo proyectarán una película belga de una pareja que hace un año descubrí y me parecieron curiosos. Perfecto. Veré Rumba (Dominique Abel, Fiona Gordon y Bruno Romy, 2008). La entrada cuesta 4 euros. Constato que Bruselas es más caro que Madrid aunque evidentemente para mí. No para los belgas que cobrarán un buen sueldo. Entro en la sala y somos siete personas. Se trataba de una sesión infantil y solo entran dos niñas. Las dos hablan en castellano cosa que en el centro se constata enseguida: el castellano est partout. Una de las niñas pregunta a su madre porqué hay tantos adultos. A esta niña y a su madre no les gusta la película. Yo la adoro. Me parece surrealista y como me cuentan después, los belgas son muy surrealistas. Constato que Magritte no era una isla, era una consecuencia. Y no me importa que solo se digan cuatro frases en la película. A mí me pasa esto. Recuerdo que a un amigo alemán de visita por Madrid que quería ver cine español por el idioma, le llevé nada más y nada menos que a ver Tiro en la cabeza (Jaime Rosales, 2008) donde no se dice ni una palabra. No sé por qué hago esas cosas pero parece ser que las hago. 






Como yo dejé a mi gofre.





El gofre llegó el último día. Como no soy muy dulzona yo, pues quedó para lo último. Pero me lo tomé y con tantas ganas y ahínco que en el primer bocado le quité al pequeño tenedor que te dan, uno de sus tres dientes. Estuve un rato intentando no tragármelo. A los dos días de volver a casa, también le quito dos dientes al gancho para el pelo. Ahora me doy cuenta que es un homenaje que hago inconscientemente a Rumba. Y me quedo más ancha que larga.





Como hubiera sido verle...





Pero uno de los grandes objetivos del viaje era acercarme más a Jacques Brel puesto que aquí nació. Allí tienen una pequeña exposición sobre él y su relación con los bruselenses. Emocionada estaba yo por ver las composiciones de su puño y letra, de saber que escribía de pie, que sudaba a raudales, que para él el sentido del humor era muy importante y más cosas. Al final del recorrido pues adquirí las dos películas que había dirigido para ampliar más mi acercamiento a tremendo artista. Películas que no iba a poder ver en otra parte ya que las habían editado ellos. ¡Y me las traje! Se trata de Franz (1971) y de Le far west (1973). Sé que las veré con ojos de admiradora del cantante y menos con ojos cinéfilos que para el caso es como hay que presentarse.





Cántame lo que tú quieras.




Fue Brel quien cerró mi viaje pues en el vuelo de vuelta mi cabeza no paraba de tararear una canción suya. No la escuché en la exposición y no la podía escuchar en ese momento porque no la tenía en mi i-pod pero me rondaba y mucho. Es ahora cuando me la pongo una y otra vez: Le prochain amour. De nuevo me pregunto ¿Preparación, ambientación, anticipación? Evidentemente porque  todo lo que viene aunque dure solo un verano y sea como una guerra…«ça fait du bien d’être amoureux».









miércoles, 19 de marzo de 2014

Un vistazo sobre Serge Gainsbourg






Gainsbourg visto por la artista Leticia Gómez Aguado.




He aquí un recorrido femenino que no parece tener fin: Juliette, Petula, Catherine, Jane, Anna, Brigitte, Vanessa, France… Todas ellas muchachas carnales que integraron las palabras que les espetaba Serge y algunas recibieron la seducción por la palabra de un hombre excesivo en rasgos.






Retrato completo.





Porque sus rasgos eran realmente excesivos. Todos, hasta el último incorporado: el cigarrillo Gitanes. Esos ojos que quieren mirarlo todo antes que nadie recuerdan a los de Picasso y Cortázar; la gran nariz inevitablemente judía y unas orejas que él mismo definió como orejas de coliflor en la canción Premiers symptomes, configuran un rostro mítico. Era la boca su rasgo menos sobresaliente visto lo precedente. Lo de Charlotte viene más bien de la madre y el copyright de la boca en francés se lo quedó Jacques Brel. Y Serge para compensar esa boca anclada, se puso a ser bocazas, a provocar y ante todo a seducir.






Y se enamoró de la escultura de Claude Lalanne.





No le bastaba con las mujeres que podía tocar y se puso a componer ideales femeninos. Todo un álbum era necesario para cada una: para contar sus bailes, sus vicios y sus risas. Así Melody y Marilou tuvieron su espacio para su propia historia con Histoire de Melody Nelson y L’homme à tête de chou. Historias inventadas pero muy vívidas. Entre 1971 y 1976 cuando sacó esos dos álbumes la provocación floreció. En Melody todo es más suave, metafórico y figurado. Serge la encuentra en un accidente donde averigua que es pelirroja natural y muere en un accidente de avión. Pero al llegar a Marilou todo se despeña: braguetas, espermatozoides, pequeño orificio, vomitar, pubis, sexo, y la escena donde ella tenía «L'un a son trou d'obus, l'autre a son trou de valle» y lo dejamos así en francés que queda más velado. Marilou muere asesinada a manos de «Serge» con un extintor y por celos. Con Marilou, visto lo visto, Serge hacía honor definitivo a su adhesión vianesca.






Boris Vian y su "guitarra".






La figura de Boris Vian justificaba ampliamente su comportamiento. Había sido el pionero y su maestro en tales lides osadas y libertinas con la palabra. El cancionero del siglo XX francés tiene en ambos la voz alterada y alteradora necesaria. Pero toda revuelta conlleva un choque con lo establecido: las censuras que recibieron Escupiré sobre vuestra tumba y Je t’aime…moi non plus es algo que les aúna.












La voz áspera de Serge Gainsbourg, que no anda a remolque de la melodía sino que es su guía, no es la de los cantantes sino la de los que andan más cerca del pensamiento. Por eso le aíslo a él, aíslo su imagen, me quedo con sus composiciones y vuelvo a esas chicas del principio. Mezclando ese algo naif que tienen ellas con las ideas y ocurrencias de él, nos queda una brillante picardía donde la parada obligatoria final será y es escuchar Sous le soleil exactement de manos de Anna Karina.




[Texto publicado originalmente en el número 12 de Obituario] http://obituariomag.blogspot.com.es/