jueves, 20 de diciembre de 2012

Una ciudad, una canción, unos pies.




Nos hemos ido de viaje.




Aunque lo que pretendo es hacer un viaje personal a través de canciones de ciudades donde haya estado alguna vez, no lo voy a hacer completo ni ordenado porque no abarco tanta historia musical y porque no entonaría con el resto empezar con el himno del Hércules que era lo único que se me ocurría para partir desde mi tierra. Se trata de un viaje ligero como son las visitas a las ciudades donde una no vive. En estas visitas os ofrezco a una alemana que canta a su capital en inglés, una Nueva York mirada por dos granaínos, la ciudad eterna en catalán, un francés por un barrio lisboeta, etc.





Un vistazo a Hispanoamérica.
Al mismo tiempo que pensaba en despedir de esta manera el año, me encontré leyendo Como viajar sin ver de Andrés Neuman. Me reconcilié con mis visitas asumiendo que ese era mi tipo de viaje. El de Neuman se justifica más pues se trata del recorrido que hace de promoción de su libro por Hispanoamérica. Mis visitas no han sido de negocios sino de puro placer con «todo su tiempo» disponible. Volviendo al libro empecé creyendo que era una simple excusa para sacar otro libro más pero se volvió contra mí y se vuelve contra vosotros como una recomendación efervescente. Hasta el punto, y me voy a permitir esta ñoñería, que me he enamorado de este escritor, platónicamente afirmo. Te encuentras con un observador detallista pero ligero, con mucho humor, lleno de citas muy bien trabadas que entretienen y te llevan a tantos flecos importantes de nuestra lengua que como él mismo dice «es un planeta dentro de la boca». Además, al que le guste la cerveza, sigue un recorrido paralelo país-cerveza característica del lugar que podríais seguir algún día.





Andrés Neuman asume lo peculiar de ese tipo de turismo. También Blasco Ibáñez en  La vuelta al mundo de un novelista hablaba con su otro yo, su yo crítico y este le hacía ver ante el proyecto de viajar por el mundo en seis meses  esto: «¿Qué vas a ver? ¿Qué podrás contar?  […] Verás personas y cosas como en una representación cinematográfica. Sólo podrás apreciar el aspecto exterior de los pueblos; no alcanzarás a poseer el más leve destello de su alma». Es verdad que el turismo de Blasco Ibáñez es de otro tipo y tiene otra mirada menos ligera por así decirlo. Todo esto para justificar que soy como todos, una turista accidental.




Pues sí, he visto pocas ciudades, las he visto, pero no las conozco ni las he llegado a comprender. Y aquí de nuevo aparece, y es la última vez por ahora, Andrés Neuman pues en otro de sus libros El equilibrista, lleno de aforismos, aparece uno que dice así: «Uno no empieza a comprender una ciudad hasta que aprende a aburrirse en ella». Esto me sirve como excusa para volver a ellas e incluso revolverme en ellas.



Tal vez la más breve fue Londres, en su justa medida por ahora. Cuando pienso en esa ciudad me viene a la mente una canción que se llama A foggy day. David Bowie hizo una versión que a pesar de mi gusto por la lentitud  me exaspera, pues el ritmo adecuado para mí es el que le dio George Benson que pone ese punto pizpireto aquí necesario, a Gershwin y porque aparece en un disco al que tengo en mucha estima.










Siguiendo por Europa, Roma es una ciudad donde sí he repetido. Así que es verdad lo de la moneda en la Fontana di Trevi por lo que voy a volver a ir. Lo más reciente sobre esta ciudad es curiosamente una canción catalana de un grupo que me está acompañando bastante en lo bueno y en lo malo últimamente y eso es curioso porque no toda la música sirve para un roto y para un descosido.  Manel sí.











Berlín. Parece raro pero de esta ciudad me salían canciones en castellano, en francés, en alemán y en inglés. Pues lo que voy a hacer es una mezcla: una alemana cantando en inglés porque más allá del idioma, lo que me es imposible no poner aquí  es a mi alemana por excelencia Ute Lemper. Ando con ella como el gato y el ratón: nunca he podido verla en directo. Hace poco estuvo en Madrid pero otra vez se me escapó. Llegará el día, me digo, llegará.










Antes de cruzar el gran charco voy a bajar un poco y me voy a acercar a Lisboa para seguir con eso de las mezclas porque aquí os dejo una canción en francés sobre un barrio lisboeta que según me han dicho está libremente inspirada (la canción) en El libro del desasosiego de Pessoa. El barrio de Belém fue el único barrio que se quedó en mi memoria, que fui consciente de estar pisando y del que recuerdo más cosas. Además fue el primero que vi. Este fue un viaje muy bonito, distinto, natural, veraniego de los que notas la ida y la vuelta sobre todo porque no coges un avión.











Ahora que soy consciente de que voy a dejar para el final a Barcelona y a Madrid que es donde yo vivo, me marcho a Nueva York y no es la voz de Ana Torroja la que vais a escuchar sino otra completamente distinta, de un disco imprescindible por cualquier costado desde y al que mirar: Omega. Las palabras de Lorca en una melodía y un tono que no podían ser otros. Lagartija Nick y Morente nos lo regalaron. No es una idílica ciudad la que se nos muestra sino la moderna Babilonia. A pesar de los pesares le tengo mucho aprecio a esta ciudad. Tengo bonitos recuerdos personales que allí se quedan.










Regreso a este periplo por lógica casi exclusivamente europeo por ahora y me voy a Brujas. Ciudad belga de encanto y cuento visitada en la adolescencia. A Bélgica le tengo cariño yo aunque sea por ofrecernos a Chantal Akerman, a Jacques Brel y al ciudadano que  inventó el saxofón que se apellidaba como mi pueblo. Los belgas y Brel en realidad no se llevaban muy bien. El gobierno belga incluso llegó a prohibir una canción de Brel por cómo los ponía a caldo allí pero la prohibición se levantó cuando supieron de su enfermedad. A pesar de que tiene otras más relevantes sobre ciudades belgas, a mí es que me encanta esta canción así que aquí os la dejo. 












Y ya que entramos en terreno francófono pues pisemos París. Esta intuyo yo que pronto caerá de nuevo. Es junto con Nueva York, la que más conozco  por culpa de la literatura y del cine. Inabarcable, snob, cultural y acuosa, podría recorrerla sola de cabo a rabo sin pestañear porque haría lo mejor, que sería perderme. Qué sensación más agradable. El mito de París pronto entró en mí con menos resistencia que puso Ninotchka. Y es impensable hablar de esta ciudad, de Panam como así se le llama, sin escuchar a la gran Edith Piaf.











Volviendo al sur de Europa paro en Gijón, ciudad donde según Nacho Vegas se ríen mal. Agua y cine, cine y agua pero cosa curiosa, en mojado tiene mucho encanto. Llegué a causa del festival de cine (quien no diga que el cine, además de cultura no tiene que ver con el turismo me lo como). Para seguir cotilleando a pesar de lo que diga Nacho.












Parada en Barcelona toca ahora. La tercera ciudad en la que se puede decir que «he vivido». Sensaciones encontradas, extremas, agridulces pero que tal vez a regañadientes cumpliese la función de un punto y aparte que en el fondo se agradece. A pesar del vértigo, un trocito muy bonito de mi vida. Estando allí entré por primera vez al Liceu para escuchar a Rufus Wainwright en su disco más negro e interno All days are night: Songs for Lulu. Cantó en Barcelona pero no cantó Barcelona. No cuadraba en esa tesitura de velas, terciopelo negro y oscuridad. Pero aquí la tenéis.












Antes de centrarnos en Madrid vamos a bajar un poquito para ir a la ciudad de mi abuelo, Málaga. En ella, la calle Mármoles siempre es de visita obligada a pesar del cambio que ha sufrido. Siento este paréntesis, este cambio de rumbo musical pero en realidad aquí se trata de errar y errar. La canción Málaga la bella es del letrista murciano Ramón Perelló, que también escribió las canciones La bien pagá o Mi jaca. Perelló, de espíritu anarquista estuvo tras la guerra cinco años encarcelado. Y sobre todo quién no ha cantado alguna de estas sobre todo tras el momento almodovariano de ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984).












Al final hemos llegado a Madrid. Y aquí no voy a ser nada original si es que alguna vez lo he sido. Toca Sabina. Es de bien nacido ser agradecido así que por mucho que pase, por mucho que haya pasado, a mí, Madrid me acogió muy a gusto, me dio otro ritmo cardíaco y supo darme la medida exacta entre la compañía y el dejarte libre. Así que: «Yo me bajo en Atocha, yo me quedo en Madrid».











Para terminar todo este recorrido, a modo de peculiar resumen, una canción que es imprescindible para mí, Peces de ciudad, escrita por Sabina e interpretada por Ana Belén. Es pura emoción, suena y te cambia el carácter del momento; esa es su fuerza. Habla de todos esos seres que habitamos las ciudades y en la canción aparecen París, una fatua Nueva York, Madrid como regreso y hasta el imaginario Macondo. Hasta aparece Jacques Brel entonando un Si bemol, de ahí lo que dije de peculiar resumen. Pero yo no quiero terminar como aquí se canta: «Me esperaban dos pies en el suelo que no se acordaban de mí»  por eso alternaré allí y aquí, seguiré descubriendo ciudades a pesar de los pesares pero quedándome un buen rato para que no me olviden. El año que viene empezaré pidiendo deseos de esa manera: con las ciudades y sus canciones donde me veré algún día.










In extremis me acabo de acordar de algo que también forma un hilo de unión con las canciones y las ciudades: mis pies. Ya sé que las fotografías hechas a nuestros propios pies es algo ya habitual porque los pies además de lo que puedan tener de fetichistas es símbolo de seguridad, de dejar huella allí donde una anda. Así que propongo aquí un pequeño guiño-juego. Me faltan tres pero de las otras ocho ciudades que arriba se han visto tengo foto con mis pies. Yo no digo su correspondiente espacio. ¿Se intuye? 





Pies número 1.








Pies número 2.






Pies número 3.







Pies número 4.







Pies número 5.







Pies número 6.







Pies número 7.







Pies número 8.


sábado, 8 de diciembre de 2012

Calcetines de Félix Jiménez Velando.




La aventura de un calcetín.




Este post es atemporal aunque en realidad yo estoy en diciembre al escribir esto y como todo diciembre, él es el encargado de acabar con el año, de que venga papá Noel, después los reyes magos y familiares con turrones El Almendro. Este año yo os propongo la posibilidad de un regalito económico pero muy grande para los infantes de cada casa. Se trata de Calcetines. Y no, no se trata de los típicos regalos de las tías que venían muy bien a los padres pero nada a los niños. Calcetines es una aventura de esas que sabes cómo empiezan pero nunca dónde van a acabar porque acabar, acaban bien. Las aventuras infantiles es lo que tienen, ya podíamos aplicarnos el «cuento».




La aventura que ha publicado la editorial Bambú hace escasos meses la ha escrito Félix Jiménez Velando. Este hombre ya tiene en este blog comentado otro libro suyo también muy recomendable pero nada infantil: Te vas a reír cuando te lo cuente (abril 2012). Este hombre es amigo de sus amigos y de la provincia de Albacete. Por ambas cosas le apoyo y porque me ha hecho reír con el momento muñeca Caperucita callejera.




Porque señoras y señores, el libro está recomendado para niños a partir de ocho años pero quién sabe qué espíritu tenemos por dentro cada uno. Yo, confieso, que lo he leído para estar preparada ante mis sobrinas. El libro es para ellas y como ninguna alcanza esa edad pues por ahora toca leerles. Y ¡ojo!, cuando puedan leer la tarea es repartida….una hoja cada uno, ya veréis lo que les divierte. Volviendo al tema lectura, lo leí por estar preparada ante el avasallamiento de preguntas. Sí, me dan más miedo los niños con su sinceridad que los mayores con sus prejuicios. Confieso que estoy más o menos preparada.




Tras leer el libro tengo curiosidad por ver  la reacción de mis sobrinas cuando abran el armario de la ropa, cuando se pongan los calcetines o cuando de noche vayan a dormir. Y aquí un paréntesis virtual: Al mismo tiempo que Calcetines les llevo otro cuento más visual y para más pequeños que forman un buen complemento uno del otro. Se trata de El monstruo que se comió la oscuridad. Me confirmo a mí misma que voy preparada.




Podrían ser Flix y Tol.




¿La historia? Pues son dos calcetines, hermanos como no, con caracteres bien distintos. A uno se lo llevan de casa y el otro aunque parezca imposible y una locura se lanza en su busca para no terminar formando parte del ovillo propio del gato que con el nombre de Arañazo no le augura buen futuro y por supuesto porque es su hermano. La amistad, la imaginación, el trabajo en equipo y la crisis porqué no, en un libro donde cada línea, cada situación tiene mil detalles, mucho humor y mucha imaginación. Félix ha encontrado la gracia a la hora de dotar de vida a la ropa: el pequeño calcetín un poco alterado que sirve de funda al móvil, la bata que como va todos los días al cole es una listilla y una estirada (todos los días pasa por la plancha), el carrete de hilo negro llamado Yago…




Curiosamente mi sobrina mayor que no sabe leer aún, le cuenta a su hermana de memoria dos cuentos y uno de ellos es Caperucita roja. Sé que habrá una conexión cuando le lea la aventura que corren los calcetines y compañía subidos sobre una Caperucita de la altura de un niño de año y medio.





Un momento muy divertido para la ropa.




Los hermanos protagonistas, dos calcetines de rayas de colores se llaman curiosamente Flix y Tol,  imagino que un homenaje a esa pareja de humoristas de carácter tan opuesto como nuestros calcetines: Tip y Coll. Pareja que como Félix jugaba tanto con el lenguaje. Recuerdo una conversación entre ellos: «yo es que soy muy devoto», «yo soy más de zapatos» respondía el otro, que viene muy a cuento (uy, uy, uy) con nuestros calcetines. Además el calcetín loco, distraído y menos serio es Flix que curiosamente es mediante síncopa, nuestro autor. Me alegro por esa elección.




Como puede ser que cuando leáis esto no sea diciembre, sea el mes que sea, por vacaciones veraniegas, santeras, cumpleaños, curarse una herida, etc., es un buen libro para regalar a tantos niños que pululan por vuestro alrededor. No os quedéis de hilos cruzados como hace Tol en un momento dado y pedir en las librerías este pedazo de aventura. Dicho de corazón.




[Para el próximo libro de Félix prometo foto tipo escritor aunque él no se deje].


martes, 4 de diciembre de 2012

César debe morir de los hermanos Taviani




Gran cartel.



No hay nada objetivo en la película que me lleve a pensar en eso, pero al ver César debe morir (Cesare deve morire, Paolo & Vittorio Taviani) me ha venido a la mente esa mezcla de alegría y tristeza, esas historias humanas que vi en Smoke (Wayne Wang, 1995) y por asimilación y por el espíritu que emana de ella la he tomado como una bonita historia navideña. Buen momento este diciembre para estrenarla. Además hay algo más que las une. Ambas emplean tanto el color como el blanco y negro. Cuando en Smoke la mayor parte era en color salvo un pequeño «cuento», aquí todo es en blanco y negro salvo la representación. Es importante lo del color pues no es nada aleatorio, ni un recuro fácil y estético nada más. Qué menos que en una prisión donde la vida se ve reducida, donde no hay color, donde todo gira en torno a cuatro paredes se muestre gris y los paisajes en color queden en la memoria. El momento de libertad es en el escenario. Allí son otros, están más llenos de valor, de autoestima. Allí todo es posible.






El blanco y negro de la cárcel.






El color de la representación.





Es una recomendación fervorosa la que hago pero daremos un par de pinceladas a la historia porque no creo que se haya descubierto de qué va. Pues de un grupo de presos que se encargan de llevar a escena el Julio César de Shakespeare a través de un taller teatral que se celebra en una cárcel romana. Un momento de liberación, de revelación, de sublimación y de ayuda es lo que supone para ellos montar la pieza. La frase que veis en el cartel de la película es la última que se dice en la película: “Cuando descubrí el arte, esta celda se convirtió en una auténtica prisión”. El arte es algo así como una liberación, una revelación, el anclaje a la vida, la posibilidad de mirarla de otra manera. Es lo que les aporta el arte, en este caso el teatro.






Julio César y los conspiradores.
Es una película de estética, intención y fondo documental pero que respeta la historia, que intenta abstraerse lo menos posible, que no se centra en hacernos ver cómo se quita la piel a una fruta y al hacerlo nos introducimos en unas imágenes que llegan a ser formalmente muy poéticas como el momento de los discursos ante el cuerpo de César o la conversación junto a la ventana de Bruto y  Casio. Película exacta, donde la reflexión sólo aparece implícitamente, lo que la hace volar más allá, y explícitamente únicamente en esa última frase final. Una frase paralela de otra de Antonin Artaud que se podía haber cogido: «No concibo la obra al margen de la vida» y ponerla boca abajo.







Los ensayos en los "pasillos del Senado romano". 







Los hermanos Taviani en los pasillos. 







La sorprendente e inesperada segunda juventud de los hermanos Vittorio y Paolo Taviani les llevó a ganar el Oso de oro de la Berlinale este año. La cárcel, el taller de teatro y los presos existían previamente. Sólo hacía falta asomarse pero armar toda una novedad cinematográfica.





Los Taviani con su Oso de oro.





Curiosamente se ha estrenado casi al mismo tiempo que otra película con la que comparte algo más que haber sido premiadas con el premio principal en festivales de cine de primera categoría este año. César debe morir lo hizo en Berlín y En la casa en San Sebastián. En la casa, la última película del vodevilesco François Ozon también encontramos esa fluctuación entre la ficción y la realidad. Mientras que aquí el profesor de literatura es el que lee y siente en sus carnes la obra de su joven pupilo, que es creador concreto de sus necesidades, en la película de los Taviani son todos los presos que van a interpretar la obra quienes sienten en mayor o menor medida la historia, porque les conecta a algo vivido, a algo eterno. El teatro es un espectáculo, colectivo por tanto, la literatura no lo es. La elección de Shakespeare tampoco es baladí porque como decía Antonio Machado, los escritores que de verdad  han escrito para el pueblo han sido Cervantes en España, Shakespeare en Inglaterra y Tolstoi en Rusia. Son los que mejor conectaron con el alma humana tocando temas clave de la humanidad: la libertad, el amor y la muerte.





Bruto: la amistad y el patriotismo.






Mas que hacer caso al juego teatral, los Taviani se regodean en el mejor sentido, en esos rostros y cuerpos tan reales como así lo son. Y tremendos actores que ya estaban disfrutando del hecho teatral. Es grande lo que vemos en Salvatore Striano que interpreta a Bruto. Actores que son personas encarceladas algunos por delitos de sangre. Eso es así, no hay que obviarlo pero al verlos implicarse tanto en la obra sabes que con otras circunstancias, con otra educación, con otros ejemplos esos hombres no estarían allí o que tal vez su camino se enderece como nos muestran al final.