viernes, 27 de septiembre de 2013

De hombres y mujeres...y unos pendientes.





Mujeres como espectadoras.



Ser o estar activo siempre comporta un riesgo en la vida y en lo que vemos. Parece ser que el que calla tiene la razón y el que activa es el que toma el riesgo de ser pesado, de errar en su opinión y de ser criticado. Esta reflexión surge al aglutinar comentarios de algunas películas que han aparecido estos últimos años: Copia certificada (Copie conforme, Abbas Kiarostami, 2010), Blue Valentine (Derek Cianfrance, 2010) y Antes del anochecer (Before midnight, Richard Linklater, 2013). Historias de parejas en decadencia. Decadencia provocada desde la razón interior, no por motivo exterior. En estas películas la mujer es la activa, la que dice, la que pide, la que desestabiliza, la que pone peros, la que quiere mejorar o cambiar. El estatus está ahí y no lo altera el hombre. Son ellas las que quieren cambiar, las que se preguntan, las que se quejan, las que echan la mirada atrás, las que comparan, las que quieren más. Y eso puede provocar reacciones contrarias en el espectador. Y el espectador es hombre y es mujer. La verdad es que no he hablado sobre la reacción de estas películas que he citado con hombres pero realmente, no importa. Me interesa la reacción ante los personajes femeninos de las mujeres puesto que somos nosotras las que somos representadas, las que podemos identificarnos, podemos enrabietarnos o podemos negarnos en rotundidad. Un detalle donde sí entran en consideración los hombres es que en todas, los directores son ellos.





¿Protección? El hombre, detrás.






Tal vez sea por eso por lo que nos dan la palabra. La culpa, la ley de la compensación les hace darnos el personaje de la pura actividad y desestabilización y lo digo en positivo. Ese es mi punto de vista. Su intención al final no es ser equitativos, sino inconscientemente partidarios de la mujer por pura ley de la compensación histórica. Pero ese es mi punto de vista, repito. En realidad me sorprendió al hablar con unas amigas que ellas distaban de lo que yo pensaba. Ellas criticaban por pesadas, por histéricas, por desestabilizadoras de la felicidad a esas protagonistas femeninas. Ellos son las víctimas, los pobrecitos que queriéndolas como las quieren no tienen la culpa de lo que se les viene encima, me venían a decir. Incluso alguna incidió en esa sensación al hablarme de la obra de teatro A cielo abierto que este año se representó en el Teatro Español con Nathalie Poza y José María Pou. Yo no la vi, pero tal vez esa sensación de mi amiga tiene algo que ver con la nueva versión que estos meses se representa en España de El diario de Adán y Eva de Mark Twain. Yo vi la famosa representación que pusieron en pie Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza y ahora leo que Ana Millán y Fernando Guillén Cuervo la vuelven a llevar a los escenarios con la actualización temporal más allá de su título Hoy: el diario de Adán y Eva. Leo en una entrevista de boca de Ana Millán: «Hemos nivelado la descompensación que existía en la dramaturgia», refiriéndose a que antes el personaje masculino se comía al femenino. Esta vez es una mujer la que decide hacer del personaje femenino una raspa, que así la define la actriz. Palabra que me encanta. Me llamaron así de pequeña muchas veces y muchas más la escuché a mi alrededor y me niego a que sea un término peyorativo. Pues raspa sí, para defender y para estar. Este será un caso, de nuevo, para que el personaje femenino sea acusado de desestabilizador. En el making-of de Copia certificada, Juliette Binoche habla de esa opción femenina de arriesgarse a estar en situaciones incómodas y poner al descubierto la vulnerabilidad de una, comentando que se sufre pero por el bien futuro.






Vitalidad femenina.





Ensimismamiento masculino.




La mujer mira a su alrededor, el murmullo de la vida le llega y quiere incorporarse a él. El hombre se satisface. No compartimos y no cambiamos juntos y a partir de ahí hay que hacer el esfuerzo para poder caminar en paralelo. Esta diferencia la vi clara y manifiesta en Copia certificada. La pareja protagonista va al baño, pero por separado, en diferentes momentos y en diferentes espacios. Delante de ellos, un espejo que somos nosotros y detrás de ellos una ventana. La metafórica ventana. La ventana de ella está cerrada pero aún así ella se acerca al escuchar gente afuera y mira aunque sea por las rendijas de la ventana. ¿Y él? La ventana de él está completamente abierta y suena un campanario pero nunca mira, nunca se gira. Puede que girándose uno y mirar por la ventana se amenace la estabilidad, pero arriesguémonos. Las mujeres tenemos visión gran angular. La de los hombres es más focalizada.  






Estoy aquí.





Mi joya eres tú.





Llegados a este punto he de desvelar que la intención de escribir aquí y ahora partió de la similitud que encontré en dos carteles de dos películas donde unos pendientes ocupaban todo el protagonismo. Una de esas películas acabo de nombrarla: Copia certificada y la otra es Madame de… (Max Ophüls, 1953). El peso de los pendientes difiere en las dos. Mientras que en Madame de… la atención es total hacia ellos, en Copia Certificada es un detalle.  Pero en ambas es una conexión con el hombre. El personaje de Juliette Binoche se los pone solo cuando pretende que su pareja la mire, para volver a recuperarlo o intentar que no se aleje. Se los quita cuando el propósito desaparece. Además el lenguaje del amor está aquí simbolizado con la lengua empleada. Cuando hay unión hablan el mismo idioma, cuando no, ella en francés y él en inglés o ella, adaptándose, en inglés.  La protagonista de la película de Ophüls opera igual que Juliette. Siendo un regalo del marido, los vende, los aleja de sí y vuelven a ella como regalo del amante. Entonces los mitifica, los vuelve centrales en su vida. Los pendientes son el reflejo de la conexión con el hombre al que se quiere. Si esos pendientes colgantes están, la conexión existe, si no, la conexión desaparece. 







¿Quiénes somos?






Rumiando sobre las joyas.





Y un apunte más. Los pendientes de Madame de… son auténticos, los de Copia certificada no necesitan serlo y tal vez sean falsos, copias, ya que de la copia trata la película. En ella se habla en cuanto a las obras de arte de lo que es falso y genuino. Y a su vez y en el fondo lo más importante es hablar de lo falso y genuino en las relaciones de pareja. Él y ella no son y luego son pareja por obra y gracia del engaño y la complicidad cinematográfica con el espectador.




Yo siempre iré un paso por delante.




De lo genuino se dice que es auténtico, fiable, duradero, que tiene valor intrínseco. Pero a día de hoy no hay nada, ni una historia detrás, ni un papel firmado, ni una intención, que nos asegure que una relación es duradera, fiable y auténtica. Cada momento es una prueba y a su vez cada momento es la verdad. Y desde nuestros ojos de espectadores, esa copia de una relación como lo es doblemente la relación de los dos en Copia certificada es la más verdadera, porque nos implicamos y nos identificamos. Es nuestro reflejo y es en el reflejo, en la copia cuando verdaderamente nos miramos. Hace falta que sean otros ojos los que describan la relación del personaje de Juliette Binoche con su hijo para que esta se descubra en esa relación. Ella anda metros delante de su hijo con los ojos cerrados, el hijo con una pesada mochila jugando con una maquinita. Ella vive con eso, lo repite, pero lo reconoce y lo llora cuando alguien le refleja.




Espectadora en conexión.





En un juego reflexivo de varias aristas podemos volver a ver a Juliette Binoche llorando en otra película de Abbas Kiarostami. En Shirin (2008) llora al ver la película que todas las demás mujeres iraníes contemplan. En el momento en que llora Juliette Binoche la voz en off que escuchamos de la película que contemplan todas es la voz del personaje femenino Shirin que se dirige tanto a otros personajes femeninos de la película como a nuestros personajes femeninos sentados en la butaca del cine: «¿Lloráis por mí o por vosotras mismas?». El bendito reflejo que nos propone el cine.






Hoy estoy que destaco.






Y el reflejo además viene ligado a la interpretación. Lo que vemos es interpretado y tanto la interpretación como la visión pueden no ser fiables. El conocido guionista francés de Buñuel, Jean-Claude Carrière aparece en la película Copia certificada. Da la espalda al espectador y delante tiene una mujer a la que parece que  increpa pero al moverse descubrimos que el hombre estaba increpando a otra persona por el móvil y no a la mujer que tiene en frente. Y otro tanto la interpretación de la estatua de la plaza por parte del hombre y de la mujer.





Copia de una copia.






Leyéndome me  doy cuenta de que corro el riesgo de sesgar tajantemente al hombre y la mujer. Solo quiero llegar al extremo para hacer visibles las diferencias que tanto positivas como negativas se nos presentan en el reflejo artístico sobre todo cinematográfico. Es en este sector donde la gran carga de responsabilidad todavía no se deja sobre los hombros femeninos y esto sí, es una realidad. Son cantidad las historias de parejas contadas por hombres y en verdad tienen que existir pero esa visión masculina: ¿hasta qué punto coincide con nuestra visión como mujeres?, ¿hasta qué punto es válida su visión?, ¿hasta qué punto hasta nuestra propia visión está mediatizada?, ¿hasta qué punto la integramos?, y sobre todo ¿hasta qué punto nos interesa seguir siendo como somos?


jueves, 12 de septiembre de 2013

Me llamo Ana...Ana María.





Adaptando la realidad a una misma.





Dime tu nombre y te diré quién eres. Exagerado sí. Pero de nombres va este texto. Del mío concretamente. Me llamo Ana María. Me hago llamar Ana. Me hace más gracia celebrar el día de mi santo que el de mi cumpleaños. Y con más razón por ser verano en vez de otoño, por estar de vacaciones en vez de trabajando. Aunque no lo digo, aunque no lo celebro.



Es evidente que naces. Y ya todo empieza a fraguarte: el mes, el año, el tipo de árbol que tienes ante tu casa, la madre que te da unas indicaciones y no otras, la cantidad de hermanos que tengas, la edad en que te dan las llaves de casa, la distancia de tu casa al colegio, las prohibiciones y las libertades, la cantidad de sol que entra por tu ventana, la profesora que te cae en suerte, la anchura de tu cintura, la profesión de tu familia, los acentos de tu alrededor… Y una de esas cosas es tu nombre. Al fin y al cabo es en lo que primero te reconoces, te individualizan y te individualizas.





La sobremesa francesa.





Unos meses atrás me vi viendo una película que por mí misma no hubiera elegido, pero como era en francés y ahí estoy dándole al idioma pues acepté. Sé que debo dejarme llevar y más en estas cosas tan poco importantes. Pues agradecí la propuesta. Se trataba de Le prénom (El nombre, 2012, Alexandre de La Patellière y Mathieu Delaporte). La elección del nombre del futuro bebé del protagonista, una cosa a priori tan inocente provoca un gran caos alrededor del grupo de amigos. Y como buena película francesa que se precie está llena de diálogos ligeros, jugosos e ingeniosos. Justo hace escasos días una de las actrices, un puntal importante en la película, Valérie Benguigui que consiguió el César a la mejor actriz de reparto falleció.







Un nombre ¿puede importar tanto? En la película aparece el caso extremo, a nivel mundial, de lo que nos pasa a todos. Nuestra opinión sobre un nombre u otro viene asentado por las personas que hemos conocido durante nuestra vida, llamadas así. Seguro que es así, si no, comprobadlo. A uno o una no le gusta un nombre porque así se llamaba el que te hizo la vida insoportable en el colegio, o porque era un don nadie, o porque era la repipi del lugar, etc.
Eso en el tema de la mirada a los otros pero con el nombre propio ¿qué referencia te creas? Reflexiono sobre esto porque siempre que encontraba  a alguien reconocido con mi nombre no sé, me sentía mejor. Y no era habitual pues no es curioso ni singular y es compuesto con lo que lo hace más difícil. Ana María. Puede que esta necesidad de reconocimiento fuera por el tema de la falta de autoestima juvenil. Puede ser.





"Dichosa tú, Ana María, sirena y pastora al mismo tiempo, morena de aceitunas y blanca de espuma" Lorca.




El caso es que las primeras personas con ese nombre que conocí fueron Ana María Dalí y Ana María Moix. Hermanas de. Y esta situación de dependencia, de ser detalles de la historia principal pues no ayudaban la verdad. Y para más inri Ana María Gómez González, va la muchacha y se lo cambia a Maruja Mallo. ¿Cómo me iba a sentir importante con mi nombre? Partiendo de esa base me iba a ser difícil destacar.





La Ana María por excelencia.





Luego aparecieron Ana María Sánchez, soprano nacida a pocos kilómetros de donde yo y Ana María Matute que ya ella cubriría cualquier duda pero no llegó a tiempo.


En torno al tema, tengo un recuerdo de la universidad que de tantos que he olvidado y lo insignificante que es me lleva a pensar que esto de lo que ahora hoy hablo tiene mucho peso en mí. Veíamos unos compañeros y yo, en el paraninfo de la universidad, la obra Yonquis y yanquis de Alonso de Santos en noviembre de 1996. Ahora reviso los personajes y no coinciden,  pero en fin, yo recuerdo que en un momento de la obra un grupo habla y ese grupo tenían los mismos nombres que los de mis compañeros y el mío. No recuerdo nada más de la obra, sólo eso. Y en ese momento crecí sentada en la butaca. Nadie es libre conscientemente de los restos encallados en su memoria. Veo que el nombre era más yo que cualquier otra cosa.





La bienvenida en mi hogar.






Otro recuerdo que ha florecido al ir escribiendo y a alguno que a otro se lo he contado es que en mi habitación, en la que dejé atrás, hay un pequeño cuadrito de esos de las ferias donde te dicen unas cuantas características de tu persona a raíz de tu nombre. Una especie de horóscopo no numérico sino alfabético. Y sí, como una letanía me lo sé. Y… o mis padres ahorraron para no comprar dos o yo decidí que sería simplemente Ana, no lo sé. Pero declara el cuadrito: “Ana. Nombre de origen hebreo. Significa graciosa. Las Anas están muy dotadas para los trabajos difíciles. Disciplinadas y filosóficas”.





Maruja Mallo eliminó su Ana María.





¿Qué fue antes el cambio en la persona o el cambio de nombre? ¿Qué fue antes el huevo o la gallina? ¿Reduje mi nombre y eso ayudó al cambio? ¿O el cambio se había iniciado y la reducción del nombre fue un síntoma?
Pero ¡qué transcendencia madre mía! Si me llego a construir otro nombre a mi imagen y semejanza… Pero solamente lo reduje. Pequeño cambio. Una pequeña osadía que me permití. Y como siempre sin ser consciente del todo. Mi firma, la firma tan declarativa ella, empezó con la escritura de mi nombre completo: los dos nombres propios y los dos apellidos. No recuerdo edades pero después llegó el momento de escribir los dos nombres propios y las iniciales de los dos apellidos. Hasta llegar al que actualmente reina y campea: Ana. Capicúa, asidua y breve. Todo un proceso de depuración. Y una vez realizado el cambio ya no necesitaba identificar Anas importantes. ¿La madurez y la confianza? Esperemos que sea eso.




A mí me cuesta muchísimo llamar a otra persona de manera diferente a su nombre, incluso acortarlo de manera cariñosa. Me parecería extraño, ya no sería esa persona, sería un sacrilegio. Toda la gente que conozco permanece con su nombre. ¿Les gusta? ¿Se reconocen en él? ¿Habrán considerado la posibilidad de cambiarlo? No es tan simple como el cambio del color del pelo. No es cuestión de media hora. ¿Los que lo acortan o lo decoran es porque no se reconocen o porque quieren llamar la atención? ¿Huyen o se reconocen? ¿Cuáles son los motivos?