viernes, 25 de octubre de 2013

La embriaguez de la metamorfosis de Stefan Zweig.





"Moverse, percibir el mundo y a sí misma, ser otra y no la de siempre"



Hace cuatro años empecé a leer recién llegada a Barcelona La embriaguez de la metamorfosis de Stefan Zweig. La lectura nunca llegó a completarse. Mis circunstancias personales hacían que lo que estaba descubriendo entre sus páginas no fuera lo que más necesitara emocionalmente. No es una cosa que haga normalmente, el dejar inacabadas películas o libros. Siempre saco algo en claro al final. Pero esta vez era una necesidad casi vital. Abandonada la novela es ahora cuatro años más tarde cuando le doy otra oportunidad. Si la razón de dejarla fue anímica, mi ánimo ahora es claramente otro. Ahora podré y puedo, me digo.



Y así ha sido. Y lo que me ha desconcertado después, indagando en el contexto de su escritura es que a Stefan Zweig le pasó algo parecido. Mi intermitencia lectora es paralela a su intermitencia creadora. Empezada a finales de los años veinte, la estuvo elaborando hasta antes de su muerte en 1942. La razón más que de crisis creativa es emocional como la que yo sentí. Así encuentro estas palabras de Jean-Jacques Lafaye hablando del motivo del abandono de su elaboración: «Es demasiado sensible a los cambios de su propio humor para conseguir la integridad que requieren las obras maestras».





Manualidad.




La embriaguez de la metamorfosis, se publicó por primera vez en 1982 y se dice de ella que es una novela inacabada. Puede que así fuera porque no la publicó en vida pero bendita no-finalización. Es verdad que el final es el inicio de otra metamorfosis en la protagonista que nos puede ser contada y constituiría un nuevo giro en la historia pero todo ha quedado expuesto ya. Esa historia íntima del comienzo ya se ha convertido en un ejemplo de historia colectiva. Y la historia nos es válida tanto si la miramos en su contexto de ficción (Austria en 1926), en su contexto de creación (entre la Primera Guerra Mundial y la llegada del nazismo) como en nuestro contexto de lectura y mucho, no os podéis imaginar cuánto.



Lo que aquí escribo, aunque formal, se mueve por algo muy personal. Y pretendo reflexionar, desentrañar exponiendo y sobreexponiendo todo lo leído. Por eso y porque no estoy intentando vender nada, ni siquiera la idea de que tenéis que leer la obra, informo que desvelaré cosas. Que podéis parar aquí y volver al texto una vez leída la novela para compartir conmigo vuestra impresión o al menos contrastarla.



Hay un motivo externo que al final he descubierto y que me mueve por dentro. Hace poco menos de tres años empecé a darle vueltas a la posibilidad de escribir un ensayo sobre los artistas suicidados del que iba tomando notas pero que nunca empecé. Alguien me dijo que ese era un suicidio, ponerse manos a la obra en ese tema. Yo misma tuve otros intereses de por medio. Y ahora lo estoy volviendo a retomar. Leo Suicide de Édouard Levé y leo La embriaguez de la metamorfosis.




El descanso del escritor y su esposa.





Stefan Zweig se suicidó junto a su mujer en 1942 y sobre su cama en Persépolis en Brasil los encontraron. En La embriaguez de la metamorfosis se encuentra el antecedente, la posibilidad, el tanteo, el rumor de esa idea. Christine y Ferdinand deciden suicidarse porque la sociedad no les deja otra. El señor Zweig declaraba en una de sus cartas de despedida: «El mundo de mi propia lengua ha desaparecido y Europa, mi patria espiritual, se destruye a sí misma» y siendo metafórico con el nazismo terminaba así: «Saludo a mis amigos. Ojalá puedan ver el amanecer después de esa larga noche. Yo, demasiado impaciente, me les adelanto».



Su suicidio y el de sus personajes no vienen por un sufrimiento personal, individual, de no saber manejarse en el mundo sino de un sufrimiento social, de no poder manejarse en el mundo. Ferdinand justifica su decisión así: «Es quizá el único trozo de libertad que uno posee en la vida, la libertad de desecharla. Nosotros, sin embargo, somos jóvenes y ni siquiera sabemos lo que estamos desechando. De hecho, sólo nos deshacemos de una vida que no queremos, que rechazamos, y quizás pueda concebirse otra que podamos afirmar. La vida es diferente cuando hay dinero [...] Lo haremos para ser libres, para vivir en libertad». Es el contexto social y político el que oprime, el que no deja desarrollarse a los individuos. La embriaguez de la metamorfosis es la despedida de Stefan Zweig, la explicación de su suicidio. Europa se destruía a sí misma, y por ende a sus ciudadanos y Stefan Zweig era uno de ellos. Y eso que ya el escritor austríaco no estaba allí, podía salir adelante en América pero era el dolor, la impotencia, el saber y ver esa parte suya caer en picado.




Herbert Bayer otro austríaco de entreguerras buscando razones.





Novela sorprendente, de una modernidad contundente que te lleva de la mano y con tranquilidad por una historia que va tomando nuevos rumbos. Si al principio se está instalado en una novela íntima, de descubrimiento de uno mismo y del mundo, después deriva en una especie de novela negra fácilmente comparable a un film noir. O al menos nos prepara a ello y el final sería el principio de esa película.



Christine Hoflehner tiene veintiocho años y tiene «un cargo miserablemente pagado en un pueblucho remoto». La metamorfosis de Christine se produce cuando sale al mundo, cuando toma perspectiva para verse a sí misma, qué otras opciones hay, qué injusticia se está cometiendo a su alrededor. A partir de un telegrama recibido empieza un destino. Y ahí se empieza a vislumbrar esa segunda Christine hasta ahora oculta: «un corazón asombrado, confuso y ardiente de curiosidad». Descubre a otra Christine dentro de ella. La confusión de sentimientos, las nuevas sensaciones, los movimientos y cambios están claramente expuestos en esta parte con una gran cantidad de sinestesias: «cristal regocijante», «le dice el espejo con una sonrisa», «este paisaje que calla no de manera humana, sino divina», etc. La calidad de la prosa de Stefan Zweig es apabullante y lo que más impresiona es la precisión en la descripción de las emociones de la protagonista.



«Fue como si me enterase por primera vez de lo que significa respirar». Pero tanto cambio provoca excitación y mareo y le lleva a preguntarse quién es, quién es en verdad. Y luego llega la ebriedad y el parón brusco, el despertar de la embriaguez y la vuelta a la que era antes. Y lo que queda es «una ira sorda, crispada e impotente».



Fue aquí donde anclé mi lectura cuatro años atrás. La vuelta a ese pasado triste, lúgubre, monótono donde Christine iba a volver a estar «atornillada a la rutina estúpida y vulgar» era un paso atrás que no podía soportar. No quise avanzar más donde quizá descubrir alguna consolación, justificación o justicia poética. No había fuerzas para ello.





Duplicadísimo Stafan Zweig.





En la novela, el contexto social y político lo tenemos desde el principio pero es a su regreso al pueblo a tres horas de Viena cuando se hace determinante. Adquiere un peso tremendo. Las sensaciones personales a posteriori se convierten con la distancia en confirmaciones sociales. Y es Ferdinand que ha sufrido otra metamorfosis en su vida quien como un espejo le muestra, le aclara, le da nombre a lo que ella ha vivido. Le justifica su experiencia no como una experiencia íntima y de culpabilidad sobre ella sino como una consecuencia del país, del continente y de la época en la que viven. Es con Ferdinand cuando la novela adquiere un nuevo giro. El mundo tiene otra visión, más cruda pero más real que confirma la miseria pero puede definir lo que pasa, que al menos aclara las sensaciones y las vivencias, que justifican la ira en un mundo injusto que les ha tocado.




Y es aquí cuando nuestro presente aflora: «Hemos nacido en una mala época, no hay médico que te cure los seis años extirpados del cuerpo y ¿quién me da algo a cambio? ¿El estado? ¿El estafador número uno, el ladrón número uno? Dime, entre vuestros cuarenta ministerios, el de justicia, el de bienestar público y comercio en la paz y en la guerra, dime uno que se dedique realmente a la justicia». Mirando a nuestro alrededor, el pesimismo es total. Europa, España ha perdido nuestra confianza, nos engaña, no emite justicia, no respeta a sus ciudadanos con lo que nosotros le perdemos el respeto y es lógico entonces que aparezcan respuestas y rebeldías. Una respuesta y un cierto tipo de rebeldía es la que nos entregó Stefan Zweig al suicidarse.

lunes, 7 de octubre de 2013

La casa Emak Bakia de Óskar Alegría.



Eyes wide shut



Boca cerrada que habla.





No hay una sola película que te desvele la conexión que vas a tener con ella leyendo previamente solo unas líneas, un comentario o viendo unos fotogramas. Incluso un reportaje o una crítica. Esto es así y tiene que seguir siéndolo. No lo digo para que esas líneas o fotogramas guarden y no desvelen la sorpresa sino porque esa imposibilidad guarda la riqueza misma del encuentro.  Por eso y sin pesar alguno me enorgullezco de que en esta ocasión al menos mis palabras tampoco puedan desvelar la grandeza de una película. Solo hace falta que la descubran vuestros ojos. Mi función será la de hacer cosquillas.





Buscar un espacio es darle vida.





Mi encuentro último ha sido con Emak Bakia Baita (La casa Emak Bakia, 2012) de Oskar Alegría. No daba crédito a lo que estaba vi-viendo. Además parecía hecha para mí. Una película con referencias culturales, con momentos de asombro vitales, con coincidencias y azar, con justificaciones poéticas porque sí y porque las validan los encuentros personales. Una obra con estructuras, con líneas, con marcadores que redondean la emoción de un aparente camino recto que permite salirse por la tangente porque toda salida es un entendimiento vital. Todo esto son líneas clave para mí.










Jolgorio de piernas






Jolgorio de piernas 2.




¿Y cuál es la raíz de todo esto? Pues una película que Man Ray rodó en 1926 cerca de Biarritz titulada Emak-Bakia. El propósito de Óskar Alegría es encontrar la casa donde se rodó y de la que tomó el nombre. Un payaso y una casa sorprendentemente vívidos encuadran la búsqueda que resulta ser un camino de perfección (la perfección es el camino). Y ese camino está trazado entre una película y otra, con espejos de ciertos planos (la puesta en marcha de un coche o la entrada de la mujer en la casa), con reproducciones (el despertar de tres mujeres), con homenajes (las lágrimas sobre el rostro de Man Ray en el cementerio o la caída de la cámara filmando vacas), con contrastes (las piernas de mujer y de hombre bailando) y con detalles (las flores en la tumba del payaso). El referente de Man Ray intenta no presentarse didácticamente sino que para no pervertir su espíritu aparece deslavazado, fugaz y alterado.






Agresividad de Man Ray...





...que resulta tinta en carne.




El significado del nombre de la película cuadra perfectamente con la obra de Man Ray. Emak Bakia significa algo así como «déjame en paz»: una carta en blanco para la libertad de creación, para la no interferencia a la hora de crear algo. En el claroscuro de la pantalla, Man Ray refleja desperdigados unos alfileres, más bien clavos. Es la agresividad a continuación reflejada en las manos que tienen dibujadas esos clavos. Libertad por contestación e incomodidad, de ahí el «déjame en paz», muy diferente al de Louise Bourgeois aquí traída a cuento ligeramente porque sí. Diferente no por complacencia que sería lo contrario a libertad sino porque ella escoge la aguja: «Siempre he sentido una enorme fascinación por la aguja, por el poder mágico de la aguja. La aguja se utiliza para reparar el daño. Es una petición de perdón. Nunca es agresiva, no es un alfiler». La doble función del arte: destruir y construir.



Oskar Alegría ha escogido la aguja de Bourgeois para entretejer en esta obra un guante de plástico, unas fachadas, unas flores, una postal, una canción, unos despertares, unas gotas de lluvia, unos cerdos, el viento…y todo, todo, siendo un homenaje a una obra de arte se convierte ella misma en otra obra de arte.










Ondulaciones cinematográficas...





...conversan con ondulaciones marítimas.





El director solo tiene un nombre de una casa y tres tomas de una película. Los títulos de crédito de la película de Man Ray se movían como mecidos por las olas y esas olas son la ubicación de la casa que busca Oskar Alegría. El director navarro empieza buscando el nombre y encuentra a un diseñador italiano que confiesa que el nombre de su empresa no lo eligió conscientemente sino que el nombre lo eligió a él. Aquí el azar maravilloso ya interviene puesto que el diseñador escribió nombres de sus películas favoritas en papelitos para elegir el nombre de su empresa. El primer nombre que escribió y el papelito que sacó fue el de Emak Bakia. Este rastro del nombre nos lleva a escuchar verdaderamente el euskera. Realmente no lo había escuchado en un contexto donde se le dé tiempo, desde la tranquilidad y la comunicación. Y entonces llega la escucha de Bernardo Atxaga y la canción de Ruper Ordorika y se llena la imagen y te llenas tú. La otra búsqueda es la fisicidad de la casa a raíz de esas tomas de la película de Man Ray. El paso del tiempo llámese fenómenos naturales o guerras históricas obliga a que la búsqueda sea más ardua.





Empezamos tanteando el camino.





Es una película con estrella, una película donde las coincidencias y las buscadas cuadraturas se aúnan para dar magia a un camino. El camino que cito mucho no es deducción mía pues se verbaliza mucho en la película. La casa Emak Bakia encarna el acierto y justificación de hacer el camino no recto, no gregario de la liebre, de ir más que atando cabos, cogiendo los cabos y formando un tapiz.




Activamos el encuentro.




Película sobre la justicia poética que te reconcilia con el ser humano y con la naturaleza. El viento guía el baile de nuestros pasos, los sonidos del día a día son fuente de creatividad, los habitantes de los espacios se reconcilian con los antiguos y las voluntades personales priman sobre las circunstancias históricas. Elogio y defensa de la vida al fin y al cabo. No solo la formalidad de la película tan clara en su diáspora te encandila sino que las personas implicadas han conectado con esta obra especial que el espectador sin mérito por compromiso recibe a posteriori: el músico Richard Griffith que deja que se usen sus canciones porque jamás se negaría a la magia; una princesa rumana que se deja convertir en actriz y se sorprende y alegra de ver el sol por la ventana; la empresa que deja que su nombre sea sustituido por un nombre no con interés económico sino con interés emocional; un diseñador que opina que fue el nombre Emak Bakia el que le eligió y definió; una voz que expresa la pena por las palabras que se pierden y se le hace en parte justicia poética con esta película.




Seguir un rastro desde un espacio aportado por una película. Así sucedía también pero ampliada a la filmografía de Rosselllini en La ciudad de los signos (Samuel Alarcón, 2009). En su comienzo tres tiempos diferentes se superponen en Pompeya: el rodaje de Te querré siempre (Viaggio in Italia, 1954), la grabación en super-8 del padre del director y la tercera mirada, la del director sobre estas dos. Tres ojos, tres cámaras y un espacio. Man Ray comenzaba su Emak-Bakia con el ojo y la cámara, con su ojo en la cámara y con un ojo femenino sobre la cámara. Samuel Alarcón amplía sus pasos físicos a la filmografía de Rossellini sobre Italia: Roma, la cosa Amalfitana, Stromboli, etc. y es algo sobre lo que se incide sobremanera como destacar la importancia de donde se rodó la escena final de Viaggio in Italia: la scala sacra de Maiori por poner un ejemplo.




Mónica Vitti más presente que nunca.





Revisar y revisitar los espacios que se han vivido cinematográficamente es una manera de perpetuar la memoria. La pérdida de recuerdos, de idiomas, de espacios es inevitable y en la película queda claro, pero algo podemos hacer y ahora, hoy, con La casa Emak Bakia Óskar Alegría ha dado un pequeño paso perpetuando de nuevo a Man Ray y muchas otras cosas que descubriréis con asombro.