jueves, 25 de octubre de 2012

El muelle de Ouistreham de Florence Aubenas. La crisis en persona.





Un libro que viene muy a cuento.





Éste es un reportaje novelado en veinte capítulos. Una investigación periodística que es plenamente una historia con sus personajes, con su humor y con su trama a base de obstáculos.  Florence Aubenas, la autora, periodista y reportera francesa estuvo cautiva en Irak cinco meses en 2005.La sociedad francesa se volcó en el caso y tras ser liberada se metió en otra guerra a otra escala: la crisis que se desencadenó hace cinco años y que nos envuelve inevitablemente a todos.



Es la palabra crisis la primera en aparecer pero no hay que descartar la lectura por ello. El desencanto, el hastío, la tristeza de nuestro contexto no es motivo suficiente para negar la atención a este libro tan necesario como entretenido. Empieza con la crisis y acabar no acaba, porque la crisis se instala, sigue instalada. Es la crisis que todos notamos seamos quienes seamos. La huída no está contemplada, hay que analizarla y no falsearla como muchos intentan.
Florence Aubenas intentó colarse en las rendijas del sistema y luchar contra la indiferencia personal. Sin cambiar de nombre y documentos, simplemente con un ligero cambio físico más que por necesidad para convencerse a ella misma del propósito y una historia personal distinta, se presenta en otra ciudad francesa que no es la suya como una mujer de mediana edad, sin estudios y sin trayectoria laboral por haber sido mantenida por un marido, con la intención de conseguir un trabajo. Quiere tratar de entender no la crisis sino las consecuencias y el modo en que todo se administra mal y termina afectando a los trabajadores que son al fin y al cabo los que sustentan el sistema.  El experimento te lo deja claro en el mismo prólogo. La ciudad elegida estratégicamente como representativa es Caen, ciudad costera del oeste de Francia con ese muelle referencial de la historia que representa el sumum del mal trabajo.




La actriz-periodista Florence.




A Caen llega y allí descubre en propias carnes que las personas son cifras, que no hay que preguntar ni dudar, que hay que estar dispuesta a todo en cualquier momento y por cualquier sueldo. Y por ello es tan real el absurdo que te deja perplejo. El cheque en blanco que tiene la soberbia está en nuestras mismas calles. Es cierto que el caso francés difiere del español y cada uno con su propia lectura y con su propia experiencia echará en falta cosas y contrastará otras. Los servicios de empleo ya no lo forman trabajadores sociales sino comerciales con lo que de nuevo volvemos a la cifra. Somos una cuota a cubrir y punto. Y llegados a este punto las diferencias se asientan y se amplían en exceso: «Ellos parecen transportados por un torbellino de aire fresco: están excitados, ríen, andan deprisa, hacen ruido. Son jóvenes y simpáticos. Huelen al mundo exterior, llenos de personas presurosas y jornadas ocupadas hasta la extenuación». El absurdo, en vez de la lógica, se extiende y se nos presentan pantallas amenazadoras muy orwellianas en las oficinas de empleo, horas de trayecto que triplican la jornada laboral, cursos como el de «Utilización del teléfono para la búsqueda de empleo» y temor a represalias incluso por acercarse a la máquina del café. La autora confiesa su sensación de estar en una película de espías porque hasta tienes que susurrar y estar mirando la puerta porque cualquier  cosa puede provocar un despido. Hasta participar en una celebración de una compañera y  preguntar cuánto se va a cobrar es una tremenda osadía.




Malos trabajos en el puerto...






¿A que les suena todo esto? Ya se han respondido, pues ahora vayan con cuidado y de ese cuidado forma parte este libro. Una advertencia: lo bueno del libro es el tremendo contraste que hay entre lo que lees y lo que se asienta en tu cabeza. Es decir, que no es nada panfletario; es la sucesión real de encuentros y desencuentros personales y laborales donde la invisibilidad está a la orden del día: «mis relaciones de trabajo consisten en hacerme olvidar, sabiendo siempre dosificar las situaciones que requieren que me haga olvidar del todo  y aquellas en las que apenas basta con hacerme olvidar un poquito». 




Una historia personal no arregla todo el sistema pero el sistema lo forman historias personales y aunque esta haya sido «interpretada» hacía falta para paliar esa invisibilidad.  Y surge en su recorrido la intimidad; amigos cómplices con sus pequeñas historias de huidas hacia adelante. Las historias de supervivencia son las más necesarias ahora. Esta no lo es pero las representa. Bienvenida sea.



[Texto publicado originalmente en Neosib]

domingo, 21 de octubre de 2012

Libro de los venenos: Gamoneda, Laguna, Dioscórides.




Lectura, que no método.



Cuando ya se ha tomado suficiente distancia con ciertas vivencias entones vienen a tu encuentro. Por eso debe ser que me encontré recordando esos momentos campestres en los que rodeados de pinos (creo que eran pinos), circulaba entre nosotros los niños la información de que si te caía encima cierta «bolsa» blanca del árbol, te quedabas calvo. No recuerdo que nadie recurriéra a los adultos en busca de aclaración, supongo que porque esos cuentos, leyendas, comentarios y cotilleos infantiles tienen casi como obligación mantenerse. Llegó el momento pues y se me ocurrió preguntar a un adulto (ahora y entonces lo era) y no tenía ni idea, ni recordaba que eso circulara entre nosotros. Otro día cercano, circulando ahora por la biblioteca, siguiendo a alguien por un pasillo al que nunca acudiría, levanté la vista y mis ojos se fijaron en un libro que se llamaba Libro de los venenos. Y así, sin pensarlo, me lo llevé con el orgullo de no siempre salir de allí con el tiro hecho, como una especie de osadía. ¡Tremenda osadía!





Primero fue Dioscórides.







Después llegó Andrés de Laguna.








Antonio Gamoneda puso el punto final.




Algo encontré leyendo el libro sobre ese temor infantil: «Al que trague la oruga del pino, luego le sobreviene furor del paladar y gran inflamación de la lengua, con tan bravo dolor de tripas que piensa el paciente que le son roídos los miembros interiores, además del hastío que siente y del insólito ardor universo». No encontré la respuesta concreta pero el libro me embrujaba por muchas razones. Se trata de un libro editado por Siruela con un segundo título aclaratorio: Corrupción y fábula del Libro Sexto de Pedacio Dioscórides y Andrés de Laguna, acerca de los venenos mortíferos y de las fieras que arrojan de sí ponzoña. Se trata de un libro contado a través de tres voces; las de Dioscórides y Andrés de Laguna, el primero del siglo I después de Cristo y el segundo del siglo XVII y la del poeta Antonio  Gamoneda. Las tres voces se alternan dejando claro cada tema, cada veneno y cada remedio, cada voz con una tipografía diferente. Pero el libro no se trata de un tratado en sí sino de una especie de fábula por lo de original de su vocabulario, su poesía, su tono y las historias narradas en ella.




La muerte de Sócrates, Jacques-Louis David (con cicuta).




No es pesado encontrarse tanto vocabulario, tan lejano y tan particular, sino que es atractivo. Que lleguen a sonarte medidas como el acetábulo (medida de líquido), la dracma, el óbolo (sexta parte de la dracma), la cotila (equivale a nueve onzas), venenos como el tósigo o descubrir sus sinónimos (ponzoña y phármaco), saber qué es un clister (enema) o la bosta (excremento del ganado vacuno o caballar) parece ridículo pero créanme que no lo es. Encuentras el porqué de la risa sardónica ya que según Dioscórides es una yerba, la sardonia que «ingesta, perturba el sentido y de tal suerte retira y tuerce los labios que parece que engendra risa». Andrés de Laguna da el remedio: «Se tiene pues en este caso por remedio excelente la borrachera, y así, conviene a los pacientes darles a beber vino en gran cantidad para que duerman largo tiempo». A lo que además añade Gamoneda: «Hervida, alivia la comezón de la entrepierna,  hace fecundas a las mujeres viejas, ayuda a orinar y conviene a los tísicos». Como es habitual, al final vemos cómo Kratevas mata a un mozo de esta manera.



Y por unas cosas u otras encuentras pura poesía en todos; en Dioscórides  al hablar del culantro: «Socorreremos a los que hayan ofendido dándoles a beber vino con ajenjos» o evitando lo escatológico: «También suelen purgar por abajo negras reliquias», en Andrés de Laguna, al hablar de la serpiente dryno: «tardo en el caminar» o en el gracioso Gamoneda: «Del laserpicio se sabe que, pastándolo, las ovejas duermen y las cabras estornudan».





La cicuta.
Se habla de los tres tipos de venenos: el vegetal, el mineral y el animal y sus correspondientes remedios. Queda claro que son los poderosos los que deben temerlos y por los tanto a los que más les interesaba entender sobre ello. Gabriel García Márquez en su discurso de aceptación del Nobel en 1982, hablaba del déspota general Maximiliano Hernández Martínez, que había inventado un péndulo para averiguar si los elementos estaban envenenados. Cuando la precaución ya ha pasado la barrera, muchos son los que antes de caer en manos del enemigo se suicidaron, como Demóstenes aspirando veneno o la misma Cleopatra a través de un áspid.




Kratevas, médico y botánico de la corte de Mitrídates, (rey de Ponto, actualmente Ucrania) cuyos experimentos recogió Dioscórides conforma la parte macabra y de terror del libro pues comandado por su rey, hace experimentos con humanos, todos tremendos. Finalmente no pudo quitarse la vida cuando quería por estar inmunizado a los venenos.




Aparecieron en la lectura algunos elementos cercanos. El hinojo también asiduo en mi infancia dice de él que «con agua fría quita el hastío y el ardor interno; hervido saca las nubes de los ojos y libera la orina». Y de los últimamente habituales anacardos te previene que se coman incautamente. Galeano compara su fruto con el corazoncillo de un pájaro y así es, además de que «su almendra fortifica la memoria y ayuda en la frialdad de los nervios».





El oropimente.





Entre todos los venenos; los vegetales como el eléboro, el acónito, el napelo o la cicuta; los minerales como el solimán, el oropimente o la sandáraca; y los animales como la salamandra que es mortal comida, bebida y su mordedura misma, la víbora, el áspid, la anfisbena, la cerasta o el escorpión (se agoniza con su veneno durante tres días y al mediodía es más fuerte el veneno que emite). Las barbaridades en torno a una mujer que menstrua se equiparan a las de la salamandra y la rana rubeta. O las curiosidades de la misma sombra del tejo o el rejalgar, un mineral de color rojo de una combinación peligrosa de arsénico y azufre del que se hace una tinta «tan maligna y perniciosa que escrita una carta con ella y leída sin anteojos inficiona y derriba luego al lector».





Salamandra, salamandra.
Y entre los remedios o antídotos, la leche de borrica o la camisilla interior de la castaña bebida cruda, el orégano con lejía o el estiércol de ratón bebido con vino que parece ser un excelente remedio contra el yeso según Andrés de Laguna. La cebolla albarrana más allá de lo físico actuando contra las verrugas dicen que colgada sobre la puerta, preserva la casa de «hechicerías contrarias». El más soberano de todos parece ser el vino puro además de la pimienta, el castóreo, la ruda, la yerbabuena, el cardamomo, el estoraque, la simiente de ortigas, etc. Otros más accesibles, como para atajar el olvido el cardo santo o las múltiples funciones del orégano. Hasta llegar a los más legendarios como el cuerno del unicornio y el hueso hallado dentro del corazón del ciervo o bien el poder de una piedra preciosa: «Se tiene por cosa probada que atado un diamante oriental, o una esmeralda, o un Jacinto, al brazo izquierdo, entre el codo y el hombro, de suerte que llegue a la carne, embota la fuerza de los venenos y resuelve todo aire corrupto».





Antonin Artaud.




Muchas veces el veneno funciona como remedio, es decir que depende de la cantidad o de la aplicación, el que sea nocivo o saludable. El opio evidentemente es un veneno que tiene como remedio para el que lo ha bebido el vinagre hirviendo pero no todo es blanco y negro. Antonin Artaud en La liquidación del opio defiende su postura: «Suprimid el opio, no suprimiréis la necesidad del crimen, los cánceres del cuerpo y del alma, la propensión a la desesperación, el cretinismo innato, la viruela hereditaria, la pulverización de los instintos, no impediréis que existan almas destinadas al veneno, sea cual fuere, veneno de la morfina, veneno de la lectura, veneno del aislamiento, veneno del onanismo, veneno de los coitos repetidos, veneno de la debilidad arraigada en el alma, veneno del alcohol, veneno del tabaco, veneno de la anti-sociabilidad. Hay almas incurables y perdidas para el resto de la sociedad. Suprimidles un medio de locura, ellas inventarán diez mil otros». 
Una cosa curiosa que no conocía es que las plantas también tienen macho y hembra como la mandrágora o la coniza: «La coniza es planta macho o hembra; el macho tiene la flor amarilla y las hojas de la hembra huelen a miel; puesta al fuego, extermina las pulgas; con aceite,  refrena el paroxismo».



Y así uno aprende y se deleita y viceversa. Este ofrecimiento mío no es para que aprendáis a preparar brebajes sino a tener un poco de conocimiento del mundo natural que nos rodea puesto que llegamos a un punto que si algo no se enchufa no tiene ninguna utilidad. Aprendamos que hay muchas cosas naturales que no pueden ser sustituidas…al menos siempre. 


miércoles, 17 de octubre de 2012

Plastic d'amour: aunque sea de plástico sigue siendo amor.





Blanca y Alberto.




Plastic d’amour era un grupo de nombre francés que cantaba en francés pero que eran dos madrileños: Blanca Lacasa y Alberto Mate. Digo que eran pues desde hace seis años en que publicaron su tercer álbum Nicolás no sabemos nada de ellos. En realidad cada uno está haciendo sus cosillas musicales pero no parece que vayan a volver a reunirse. Tres álbumes dejaron tras de sí.



Como siempre llego tarde; o bien lo que descubro musicalmente, está muerto o bien no vuelven a tocar, por eso me apunto a un bombardeo de Rufus Wainwright, para resarcirme ya que lo he cogido a tiempo. Yo descubrí a Plastic d’amour hace un par de años pero ha sido este septiembre cuando me han acompañado más por las calles de Madrid.



Me venía bien un pop así de rítmico, caótico pero lento, como si me estuvieran contando un cuento y al mismo tiempo seguía el ritmo de mis pasos. Y me venía bien por el francés. Como decían ellos sobre el nombre de su grupo, en francés todo suena bien. Así que dulzura sobre una base tensa o más claro, caramelo envenenado.




Nicolás no está en su cuarto.




Así que aquí os presento la primera canción de este muchacho llamado Nicolás: Un passé ou deux. Ahora que ya hemos pasado los treinta años, que ya hemos tenido una historia y tenemos en la recámara muchas palabras, imágenes, promesas, sueños y lágrimas, es hora de saber que tenemos suficiente viaje, que podemos oler el peligro, para poder tirar con más ganas hacia adelante a pesar de los pesares.


¡Vivamos el presente y pensemos en positivo!








miércoles, 3 de octubre de 2012

Un invierno en Mallorca/La charca del diablo. George Sand y dónde vivir mejor.







Delacroix pintó a George Sand en 1838.




Primero fue una conversación (varias en realidad), después encontrarme con un par de libros de George Sand y por último unas diapositivas de mi infancia. Puede que no en ese orden.  Pues la conversación amiguil surgió por estas circunstancias de crisis que vivimos. Ante la situación española surgen voces airadas contra el país que se extienden por contaminación no solo a los políticos sino a la cultura misma, al carácter general, a las costumbres, al clima, al vecino. Surge la idea entonces de irse o de quedarse y se empezó a hablar de dónde vivir mejor sobre todo ahora pero ¿qué es vivir mejor?  Cada uno tiene sus prioridades evidentemente, pero decidir vivir en un lugar no solo es el trabajo que tengas y lo que te paguen sino también cuántas horas de sol hay al día, cuánta lluvia cae, si la gente abre su círculo y te integra, el sentido del humor compartido…muchas cosas. El hombre se adapta incluso a situaciones insospechadas pero de buenas a primeras un grupo en la conversación denigraba la situación y el carácter español al ponerlo el último en la cola de prioridades. Preferían estar mejor cuidados económica y socialmente. Eso todos lo queremos. A mí me gusta la cultura francesa pero no su clima y falta averiguar cómo nos llevaríamos el pueblo francés y yo y aún así me costaría mucho irme para allá. Y no se trata de un apego injustificado ni patriótico sino que yo, como mis geranios, necesito del sol, necesito que la cajera del supermercado me comente qué mala elección he hecho y esas cosas que te hacen abrirte aunque no quieras.  Seré muy volátil y no tendré la cabeza donde se tiene que tener pero si aceptamos que el ciclo lunar nos afecta, es imposible negar que también nos afecta el clima y la gente con la que interactuamos. Uno es tres cosas indispensables: su ser en sí, el medio en el que estar y una sociedad alrededor.





Chopin de perfil.





Poco después me puse a leer dos libros de George Sand; Un invierno en Mallorca y La charca del diablo. ¿Por qué estos dos? Pues más o menos porque los tenía cerca y otros motivos puramente prácticos pero dio la casualidad que encajaban en las conversaciones amiguiles. George Sand relata en cada obra su opinión del paisaje, del carácter de la gente y sus costumbres a través de su propia persona, primero en Mallorca y luego en Francia en ambos libros; en el primero como un recuerdo/diario y en el segundo como un relato campestre. Y no pueden ser más contrarias. «Aunque me haya prometido a mí mismo, al comenzar, reservarme lo más posible mis impresiones íntimas; pero me parece, por el momento, que esta pereza podría considerarse una cobardía, y me retracto de la misma». Esto es lo que proclama en Un invierno en Mallorca George Sand en masculino, como siempre escribía ella de acuerdo a su nombre artístico. El real era Amandine Aurore Lucie Dupin.

















La primera novela es un recorrido/recuerdo por los meses que estuvo en Mallorca junto a Chopin y sus hijos (solo de ella), de 14 y 9 años. En la novela no se nombra directamente a Chopin sino a un enfermo, como si fuera un tercer hijo. Allí parece ser que compuso parte de sus Preludios (aquí arriba el número 4 original y la adaptación de Serge Gainsbourg). En la segunda obra, La charca del diablo, ella aparece en primera persona enmarcando el relato campestre, de nuevo, como siempre en masculino. En ambas obras la mujer es la despierta y sagaz y el hombre va un poco a remolque; si no es un enfermo, es poco despierto en eso llamado vida.






La celda mejor arreglada que por aquel entonces.
Ella deja claro que por nada del mundo se queda en España y eleva a los alteres al campesino francés. En Un invierno en Mallorca aparece el convento de Santo Domingo, el castillo de Bellver, la mansión del conde de Montenegro y la cartuja de Valldemosa; el lugar donde vivieron: «Esta cartuja no tiene nada hermoso, como realidad arquitectónica, pero en un conjunto de construcciones fuerte y concienzudamente construidas». Describe el traje típico como elegante y gracioso, la lengua ubicándola, informa de quién es la patrona (Santa Catalina) y el paisaje, del que deja claro George Sand que es maravilloso pero con cierto pero: «Mallorca es para los pintores uno de los más bellos paisajes de la tierra…pero hoy no puedo realmente, recomendar ese viaje sino a los artistas de cuerpo robusto y de espíritu apasionado».






Valldemossa.
La arboleda, plantas, animales y comida pueblan el recuerdo en comentarios y críticas. Alaba la uva y el agua pero critica la «repugnante» leche de cabra y el vino: «Todos estos vinos no eran muy recomendables para nuestro enfermo ni aun para nosotros, hasta el punto que casi siempre bebimos agua que era excelente. Quizá sea a la pureza de esta agua de manantial a la que debamos atribuir un hecho que pronto advertimos: nuestra dentadura adquirió una blancura que todo el arte de los perfumistas de París no sabría conseguir para los parisienses más refinados».





En La charca del diablo, (en Francia) también aparecen los paisajes y de nuevo la comparación con pinturas: «Sin embargo, lo que atrajo de inmediato mi atención, constituía en verdad un bello espectáculo, digno motivo para un pintor». También los cantos típicos, dulces y potentes: «Cuando se está acostumbrado a oírlo, no se concibe que pudiera haber otro canto más adecuado a esas horas y parajes, que no perturbase su armonía».
Se trata en este último caso de una idealización más que de una realidad. Realmente todos por dentro portamos una verdad pero siempre faltan pedacitos de otras realidades. Pues sí, España está mal, España tiene mal carácter, España está llena de arribistas, España está llena de paripés. Y también está llena de lo contrario. Los prejuicios culturales por estadística existen pero ¿a quién le interesa la estadística si en sus carnes siente muchas cosas? George Sand emite juicios desde su individualidad. Ella es ella y ella es muy francesa, con sus razones y sus errores. El caso es que su viaje a España, concretamente a Mallorca le salió rana, por no recordar el que hizo a España con pocos años, de ingrato recuerdo por las consecuencias familiares, aunque parecen ser causa de la madre. Volviendo a la etapa mallorquina, podemos empezar por el ajo, que notaba por todas partes.




Que España olía a ajo parece ser que no se lo sacó de la manga Victoria Beckham o a lo mejor es que no solo resulta que se ha leído Matar a un ruiseñor sino que también ha leído a George Sand: «Este baile rústico nos hubiera cautivado durante mucho tiempo si no hubiera sido por el olor de aceite rancio y de ajo que distinguía a estos  caballeros y estas damas que, en realidad, cegaban nuestra garganta». España huele a ajo. El ajo y la ausencia de vida intelectual es lo que deja bien claro.
A sus habitantes los llama literalmente monos, alejando de ellos los adjetivos: humano, dulce, encantador y servicial: «El mar es a veces tan poco hospitalario como los habitantes». Y las mujeres son además las más charlatanas del mundo. Entre sus declaraciones (y las dejo aquí sin acritud) encontramos las siguientes:


«El español es ignorante y supersticioso;  por tanto, cree en el contagio, teme la enfermedad y la muerte, está falto de fe y de caridad.


«Mejores destinos que los nuestros están reservados a estos pueblos infantiles, a quienes algún día iniciaremos en la verdadera civilización, sin reprocharles  cuanto hicimos por ellos».


«Nadie puede imaginar que los mallorquines tomen tan pocas precauciones contra las agresiones posibles del viento y de la lluvia. Su ilusión y fanfarronería son tan grandes al respecto, que niegan absolutamente estas inclemencias accidentales pero importantes de su clima».


«La prudencia y la reserva, son en opinión de los mismos mallorquines, la tendencia predominante de su carácter. Basta que tengáis  aire de extranjero para que os teman y se separen del camino para evitaros».
«No ama el mal, pero no conoce el bien. Se confiesa, reza y sueña sin cesar, pensando en alcanzar el paraíso, pero ignora los verdaderos deberes de la Humanidad».


En definitiva:


«No debe considerárseme pueril porque relate todas estas vejaciones, de las que no he conservado más resentimiento que el que produce un puñado de sinsabores: pero nadie debe dudar que los hombres son lo más interesante para observar en un país extranjero; y cuando yo diga que no tuve una sola relación económica, por pequeña que fuese, con los mallorquines, en que no encontrara de una parte una mala fe impudente y una grosera avidez y cuando añada que hacían gala de su fe ante nosotros afectando estar indignados por nuestra poca devoción religiosa, se convencerá conmigo en que la piedad de las almas simples, tan enaltecido por algunos conservadores de nuestros días, no es siempre las cosa más ejemplar ni la más moral del mundo».




Ni Lucía Bosé, ni Judy Davis ni Juliette Binoche.





En cambio el pueblo francés, aquí los campesinos de la Vallée Noire, son dechados de virtudes: «Si tuviera que contar su vida, mi placer sería superior, al resaltar sus agradables y conmovedoras cualidades». Son respetuosos, nobles frentes con gran corazón y hablan correctamente. Evidentemente esto es pura y bucólica idealización, no simple reflejo como ella misma se justifica: «Su fin (del autor) debería consistir en hacer amar aquello que le apasiona, y si es preciso, no le reprocharía embellecerlo un poco. El arte no es un estudio de la realidad positiva; es una búsqueda de la verdad ideal». Como buena romántica que es.



La charca del diablo es como un tratado, un cuento, una fábula donde cada personaje representa alguna virtud. Como si fuera un retablo, un auto sacramental versión pagana. Al contrario que en Un invierno en Mallorca, los comentarios son completamente de otra índole:


«Pero las malas mujeres son más escasas, en nuestra comarca, que las buenas, y habría que estar loco para no dar con la que conviene».


«Pero era una mujer respetuosa y de carácter. Su pobre casa estaba limpia, y bien cuidada y sus vestidos remendados con gran esmero, anunciaban la dignidad en medio de la miseria en que vivía».



El periplo de las concomitancias «terminó» con la visión de unas diapositivas, de un viaje a Mallorca cuando era niña y recordé esa cartuja, ese lugar tan bonito y ese piano, que no era de él. Prácticamente es el recuerdo más vívido que tengo del viaje. La sensación que uno tiene al llegar allí es que allí vivieron un tiempo considerable, que se adaptaron, que vanagloriaron el lugar y ahora resulta que no, que estuvieron unos meses, que para nada se adaptaron y que echaban pestes. Pero todo sea por el turismo.





La gran amante con años encima.





En definitiva, que aquí cada uno tiene una opinión y en lo que todos estamos de acuerdo ahora es en que estamos mal, así que a lo mejor debería, como dice la escritora francesa, dejar atrás a los salvajes de la Polinesia (es decir, mallorquines/españoles) e irme al mundo civilizado y gritar desde el avión (George Sand lo hizo desde un barco, cosa mucho más romántica) ¡Viva Francia!