lunes, 29 de abril de 2013

On connaît la chanson: Resnais lanza un muestrario musical.






Paris y la chanson.




Alain Resnais es peculiar y con eso hay que partir. Hoy la palabra más que al cineasta se la tomamos a las canciones francesas que nos presenta en su película On connaît la chanson (1997). Cuando surgió en su momento se destacó en ella a la pareja Agnès Jaoui y Jean-Pierre Bacri porque con Resnais elaboraron el guión, porque formaban parte del elenco y porque a partir de ahí ellos mismos elaboraron sus propias películas. Ya colaboraron con Resnais en 1993 en Smoking/No Smoking. En realidad es ella la que ha dirigido las cuatro películas que escribieron juntos. Y ella aunque aquí no cante, lo hace y hasta lo ha hecho en español. Ya que hablamos de ellos, ellos intervienen en una de las escenas que más me gustan: la de la tesis de historia y los capullos preguntando.





Agnès Jaoui y Jean-Pierre Bacri.





Esta película me desborda en el mejor sentido de la palabra. Contiene más de treinta y cinco canciones francesas. Cuando la vi en el cine me faltaba tiempo para reconocer, aprender, recordar y disfrutar de todas ellas. No se trata de un musical usual. Aquí no se baila, ni se mueve la cabeza un pelo; el dinamismo de los actores está dictado por las letras de las canciones que cuadran con la vivencia de ellos en ese momento. Mueven la boca pero es un entrecomillado pues a quienes escuchamos, es a los cantantes originales de tales canciones. Eso forma parte del encanto del reconocimiento. La voz de Edith Piaf, al escucharla en la película, la reconocía pero esa canción concreta no. Y en otras ocasiones al revés. Y al volverla a ver disfruto más porque ya conozco más de la historia de la chanson française.






Él la consuela a ritmo de Julien Clerc.




Al igual que era inabarcable para mí tanta canción junta, también lo es ahora que puedo detenerme en ella porque me parece excesivo mostrar cada una de las canciones. Con pena de mi corazón y en aras de la imposible brevedad intentaré escoger algunas.










Para empezar, antes hablábamos de Edith Piaf y si hay una canción que me guste mucho de ella, que enseguida cuajó en mí es L’accordeoniste. Cuando alguna canción me gusta voy a la parte de dentro buscando al compositor y ahí me encontré con Michel Emer. Cuando en el cine fui a ver el biopic que hizo Olivier Dahan de la cantante esperaba el momento de la aparición de dicha canción y allí estaba el mismo Michel Emer (el personaje) entrando en el salón de Edith vestido de uniforme tocándosela al piano. A Edith le bastó un par de líneas para saber que la quería hacer suya. En On connaît la chanson no está L’accordeoniste sino J’m’en fous pas mal que canta Camille (Agnès Jaoui) a su hermana (Sabine Azéma) al hablar de Marc (Lambert Wilson).










Hay otra canción de la Piaf que aparece pero en diálogo, sin reproducción musical ninguna; la primera frase del estribillo de la célebre Non, je ne regrette rien. La «parole» es lo que importa aquí y la tradición. Por eso ningún actor canta en realidad con su propia voz pero resulta que aparece en escena Jane Birkin interpretando el pequeño papel de esposa de Jean-Pierre Bacri, cantando curiosamente su propia canción que compuso su pareja Serge Gainsbourg.











Gainsbourg también «canta» aquí pero aprovecharé para suplantarle por Rufus Wainwright ya que aquí mando yo. Admiro a Gainsbourg como compositor pero como intérprete me parece un poco cargante. Me pasa lo mismo que con Marlon Brando. Ambos me parecen demasiado oscuros, como si por mi parte necesitaran espabilarse. Esa sensación se instauró con el actor cuando le vi en  La ley del silencio (On the waterfront, Elia Kazan, 1954). En fin, que disfrutemos de Rufus en esta canción en la que colaboró para que el hijo de Serge, Lulu, sacara su primer álbum, como no, relacionado con su padre.








El recorrido artístico de la película es asombroso: France Gall, Johnny Hallyday, Gilbert Becaud, Alain Bashung, Charles Aznavour, Léo Ferré, Sylvie Vartan… Tal vez sea Téléphone por tratarse de un grupo de rock el que propone cierto aire contemporáneo.











Agnès Jaoui interpreta a una guía que prepara una tesis de historia muy particular. André Dussolier, enamorado, le sigue encantado por esos recorridos parisinos admirándola. Uno de esos paseos guiados les lleva ante la tumba de Victor Noir. La tumba, la escultura que hay allí es una excusa para que tenga lugar una conversación entre ellos pero como tengo ahora curiosidad por todo lo francés pues me he encontrado curioseando con que esta tumba tiene una historia muy curiosa.




Victor Noir fue un periodista y también se le puede llamar mártir republicano. Su tumba se encuentra en el cementerio de Père Lachaise. Su escultura, bastante realista, reproduce su cuerpo tal como quedó en el suelo tras recibir un disparo. La escultura tiene algo destacado: una protuberancia en sus pantalones. Y alrededor de eso se ha generado el mito de que la tumba genera a las mujeres una vida sexual feliz, fertilidad o encontrar pareja. Se dará lo que se pida. Pero para que se llegue a buen puerto hay que hacer un ritual que consiste en colocar una flor en el sombrero de la estatua, besar sus labios y rozar el área genital. Por lo que ambas zonas brillan destacadas ante tanta oscuridad verduzca.  












On connaît la chanson tiene un gran comienzo. Empieza con una broma al nivel del Ser o no ser (To be or not to be, 1942) de Ernest Lubitsch donde la rigidez de los alemanes durante la II  guerra mundial se rompe con la famosa canción de la artista norteamericana que triunfó en Francia Joséphine Baker. Es la única vez que una canción no la canta el elenco de la película sino un personaje histórico: el general alemán que tal vez por su amor a París evitó el desastre.










Algunas canciones, unas pocas, se usan en más de una ocasión con una sola frase como comentario de la situación. Estos repuntes para nada agotan la situación sino que hace que nos sintamos más cómodos como espectadores sobre todo si no reconoces muchas de las canciones. Una de estas canciones es la que escuchamos aquí arriba; una canción de France Gall que «interpreta» el personaje de Odile a la que da vida Sabine Azéma compañera del director y siempre muy presente en sus últimas películas.










Otra de las canciones repetidas gracias al personaje de Jean-Pierre Bacri que hace una gira por algunos médicos intentando descubrir qué le pasa es una de mis preferidas: Je n’suis pas bien portant. Se trata de un casi esfuerzo lingüístico de velocidad de los que me gustan a mí como el que realizaba Jacques Brel en Le vals à mille temps. Por cierto, excuso la no aparición de Brel por ser belga aunque sea una excusa muy débil.











Para mí hubiera sido redonda (aceptando la excepción de Brel) si hubieran incluido alguna canción de Françoise Hardy. En vez de eso nos dejan una de su pareja Jacques Dutronc muy adecuada para describir al personaje mujeriego y egoísta de Marc que interpreta Lambert Wilson.




Hermanas comentando una infidelidad a modo Alain Souchon.





El padre de Odile y Camille termina la película dirigiendo la mirada a cámara y preguntándonos si conocemos esa canción, la de cada una de esas canciones de la historia francesa, pero sobre todo la de ese plancton de historia que recorre todas ellas, la de las relaciones personales que al fin y al cabo cuentan. Y así termina una película hermosa y muy francesa inevitablemente. Homenaje a la chanson française con los primeros títulos de crédito surgiendo de la derecha como reproduciendo la canción en una caja de música con manivela. 



martes, 16 de abril de 2013

Querida profesora, querido profesor: lo siento pero no voy a seguir su camino.





Una escuela en positivo la del profesor Lopez.




Más que reflexionada o incluso expuesta, la posibilidad de llegar a ser profesora era algo en lo que aparecía la palabra no. Un no sin violencia. Siempre fue y sigue siendo un simple no. Pero aunque no haya  hablado de ello, la cuestión ha ido apareciendo puntualmente como una estrella fugaz. Una aparición cíclica. Hoy me ha tocado. La aparición tal vez esté vinculada a esos momentos de tu vida en los que te planteas que si no logras tus objetivos, tus deseos, primero es que tal vez no los hayas identificado bien y después te planteas algo más complejo: ¿No se han dado las circunstancias o es que no has sido capaz/valiente de buscarlos? En todo caso, me preocupa más lo que hay delante de mí sin nombre que lo que dejo atrás nombrado.





Durmamos que Rachel también lo hace.




Por eso, por poder nombrarlo y dejarlo atrás creo que se puede incluso jugar con ello. Y he fantaseado con que  en ello haya tenido algo que ver alguna que otra película, concretamente dos. Y esas dos se pueden permitir el contraste con otras dos que también me emocionaron pero que no jugaron al mismo nivel que las otras. Estas cuatro películas donde el «personaje» del profesor  ocupa un lugar primordial en mi recuerdo son: Picnic (Joshua Logan, 1955), Rachel, Rachel (Paul Newman 1968), Hoy empieza todo (Ça commence aujourd’hui, Bertrand Tavernier, 1999) y Ser y tener (Être et avoir, Nicolas Philibert, 2002).





Philippe Torreton, un profesor todoterreno.




Dos de estos profesores pertenecen al  bando de los malos y dos al bando de los buenos. La bondad y la maldad no se miden aquí por datos objetivos, sobre la calidad del profesorado o si son malévolos o unos santos sino por la calidad de la vida interior o personal de los mismos. Vamos, que mi objetivo era representarme, reflejarme y dio la casualidad que el reflejo posible era ante los negativos. También cuenta que fueron los primeros que vi. Menos sorpresa descubro al fijarme que eran personajes femeninos (los positivos eran hombres). Y curiosamente  son dos películas francesas y dos norteamericanas las que se reparten en pack la categoría bueno/malo. Aquí están representadas las dos cinematografías que desde sus inicios ya tuvieron fricciones. Edison y Lumière entonces se disputaban el descubrimiento. Aquí  y ahora, la ficción pertenece a los norteamericanos y la documentación a los franceses.




La comunidad haciendo un picnic.




Esos personajes  femeninos en lo que me fijé aparecen en películas norteamericanas de ambiente también norteamericano de los años cincuenta y sesenta. Vale. Es evidente. Pero esa es la pura historia, historia que impregnada en la piel cuesta limpiar y que es necesaria revisar. Rosemary, Rachel Cameron, Daniel Lefebvre y George Lopez son todos pueblerinos. En todas estas historias era necesario un ambiente recogido, cercano, de comunidad. Y esa comunidad en ellas es perpendicular y en ellos es paralela. El camino de ellos aunque difícil es anhelado y les compensa lo que tienen alrededor. En cambio el camino de ellas es inadmisible y desasosegante. Ambas, Rachel y Rosemary (Picnic) terminan yéndose y despidiéndose de la escuela. Rosemary le saca la lengua al pasar ante ella y Rachel se despide de ella misma recordándose como niña saltando en la misma puerta. Son profesoras pero eso no les llena; tienen una vida vacía. Están amargadas, constreñidas.



Por mucho que usted me lo diga, yo no estoy bien.




¿Otra perspectiva es posible?




Rachel, Rachel empieza en el cementerio y la primera imagen que vemos de la protagonista ella está en la cama con los brazos cruzados sobre el pecho y sus primeras palabras son: «estoy muerta». Cuando se entera de que lo que tiene es un quiste en vez de un embarazo (un seguir y no una salida), ante el consuelo de la enfermera ella declara: «¿Cómo puedo estar fuera de peligro si no estoy muerta?». La vida no se desarrolla y de ahí que aparezcan tantos recuerdos en imágenes y también proyecciones de la misma Rachel. Una de esas proyecciones es la de ella tirándose por la ventana de su habitación. No hay futuro: por lo tanto, imaginemos y recordemos. Es lo único que tiene.
La sociedad opresiva en la que se inscriben ambas películas está representada en esas madres-araña. La de Rachel directamente le espeta desde lejos y sin mirarle siquiera: «¿Porqué no te casaste como una mujer normal y tuviste hijos como tu hermana Stacey?».  En esas estábamos. En Picnic, Rosemary tiene unos años más que Rachel y la madre está representada aquí por la de Kim Novak que también insiste en que la única salida es casarse con el joven rico. La soledad las envuelve y el contacto humano es esa cosa que no tienen. La muerte tan buscada por Rachel es la ausencia de cariño por parte del padre que sólo veía que contactaba con los cadáveres y no con ella (el padre tenía una funeraria).




La profesora haciendo su papel norteamericano.




Rosemary tiene un ritmo diferente del de Rachel. Ella es la inquietud, la alegría y el movimiento impuesto para no pararse y pensar. Hasta que llega al límite y no para y le toca pensar. Su presentación es un constante embadurnarse la cara con crema. Rosemary también hace proyecciones aunque aquí no las veamos porque son subidas de tono provocadas por el cuerpo presente del protagonista Hal Carter (William Holden).




Rosalind Russell, un reflejo mío.




Rosalind Russell, la réplica que te espera, muchacho.




Anita Loos, una de las responsables.





Aún recuerdo el impacto del personaje de Rosemary. La vi hace mucho aunque no recuerdo la edad que tenía. Pero tenía la suficiente para que sonara una campanita en mí. El impacto fue mayor porque yo admiraba a Rosalind Russell. Antes la había visto en Mujeres (The women, George Cukor, 1939) y en Luna nueva (His girl Friday, Howard Hawks, 1940) y evidentemente la verborrea me atrapó. Yo si aún no era esa cosa parlante, me proyectaba en el encanto de la palabra sagaz, irónica, rápida e inteligente de Hildy Johnson. Si no convencía con el físico (Madge (Kim Novak) en Picnic sufría por su belleza la pobre), tendría que convencer con la palabra. Y después de ver estas dos películas me encuentro con que Rosalind Russel ha llegado a esa profesora, sí de verborrea pero esto no era lo que yo proyectaba. ¿El parloteo llega a esto? ¿Ese es mi futuro? Bofetada simulada y reacción a continuación. Me parece bonito que ambos personajes (Rachel y Rosemary) formaran parte de mi reacción. En el fondo, mi parte consciente sabe que la admiración se debe fundamentalmente a esas palabras de entre otros Anita Loos y Ben Hecht. Benditos guiones.





Jojo, ese niño...





La vida personal del profesor.





Ellas me provocaron huella. También ellos pero más endeble, menos personal. Más emoción pero temporal. Es inevitable no empujar desde la pantalla a Daniel en Hoy empieza todo ante esa lucha que parece infructuosa por el presente y futuro de los niños. Y también enamorarse de Jojo en Ser y tener. Pero es su contexto el que puede con ellos. Su historia personal aunque no sea muy buena no les sobrepasa. Aquí también los padres están presentes. La diferencia es que si el espejo de las hijas son las madres, el de los hijos son los padres aquí. El del profesor Lopez, exiliado español, fue un trabajador eterno que luchó para que su hijo fuera alguien más de lo que fue él. El padre de Daniel sigue presente, duro como una piedra. Hombre violento con su hijo en la infancia, Daniel sabe qué figura paterna fue pero ha seguido con su vida y está ahí y por estar tal vez le da una lección a su propio padre: una lección serena, a través de la escritura donde se unen dos generaciones.





La clase de Daniel en el norte de Francia.




Y yo sigo diciendo que no a la maestría. Mi caos no permite mantener la norma. El caos que llevo conmigo es incompatible con la organización metódica que una educación merece. Por eso admiro a los hombres que han aparecido en estas imágenes cinematográficas pero me quedo con el apoyo en mi decisión que provocaron indirectamente Rachel y Rosemary. ¡Qué se le va a hacer!