martes, 16 de julio de 2013

Una ráfaga cinematográfica sobre las cartas que quedaron atrás.



La escritura como arrebato nocturno.



¿Cuándo fue la última vez que recibisteis una carta? ¿Y la última vez que mandasteis una? Y no me refiero a cartas bancarias, publicitarias, administrativas, etc. Me refiero a cartas de puño y letra donde la gente se desvela aparte de con el contenido con la grafía. Yo he de confesar que fue en el 2008 cuando recibí y envié mi última carta, si la memoria no me falla. Postales sí, siguen circulando pero están hechas de retazos breves muy discretos debido a su exhibicionismo intrínseco. Pero echo de menos las cartas, con su sobre, su sello, sus hojas dobladas y su letra a descifrar.



Una carta puede ser lo más inocente y lo más sangrante. Lo más revelador y lo más drástico. Pueden ser largas, demasiado largas o excesivamente breves. Una carta depende mucho de dónde se escriba y de dónde se lea.



Aquí os lanzo un recorrido fílmico basado en ráfagas de recuerdos. No se trata de un recorrido personal, ni estrictamente formal, sino de un vistazo atrás a base de ramalazos.




La carta de despedida en La chica del adiós.





Hay historias que arrancan con una carta. En La chica del adiós (The goodbye girl, Herbert Ross, 1977), un tal Tony, actor, abandona a madre e hija con una carta: «Esta no es una carta fácil de escribir…Hoy me he marchado pronto porque no creo que una especie de despedida nos haga ningún bien». Lo bueno de esta carta es que la lee la niña haciendo comentarios a cada frase para terminar confesando que es una de las peores cartas que ha leído en su vida. A partir de ahí llega otro hombre, Richard Dreyfuss, otro actor y ¿la historia volverá a repetirse?





Addie Ross envía una carta a sus amigas.




Y hablando de arranques, es imposible no nombrar Carta a tres esposas (A letter to three wives, Joseph L. Mankiewicz). Tres amigas, casadas, a punto de embarcarse en una especie de excursión reciben una carta de otra amiga en común diciéndoles que ese día, cuando regresen, uno de sus maridos se habrá ido con ella. Hasta la vuelta no lo sabrán y la película consiste en recordar, sospechar y desear que no sean la afortunada.





Bette Davis se arrodilla por "la carta".




En otras, la carta es el problema, el súmmum de la historia. La aparición de una carta escrita de puño y letra de Bette Davis al amante, complica la liberación de esta tras asesinarle en La carta (The letter, William Wyler, 1940): «Quizá hayas olvidado lo que dice la carta. ¿Quieres volver a leerla? - No, no quiero hacerlo».  Es una prueba inoportuna que provocará un duelo de mujeres bajo la luna llena. Una luna llena en Singapur que compite en redondez y brillo con la mirada de Bette y encuadra la película. Si la misma Bette Davis dice de su oponente que tiene ojos de cobra, ella misma no se queda atrás como todos sabemos, sobre todo aquí que muy delicadamente se le llama malvada y frívola. Es el hombre, objeto de deseo y venganza el que nunca se visualiza. Un caso este, pero en drama, similar al de Mujeres (The Women, 1939) de George Cukor.






La amada y su lacayo. 




La curiosidad del mensajero.




En otras ocasiones toda la película la ocupan las cartas. Joseph Losey con preferencia por el verde, viste de verde al jovenzuelo que se convierte en una especie de Mercurio, mensajero de dos dioses: Julie Christie y Alan Bates en El mensajero (The Go-Between, 1970). Es un intercambio secreto entre amantes y el joven quiere saber qué es eso de ser amantes: «Hagamos un trato. Te explicaré todo. A condición de que sigas siendo nuestro mensajero».





¡Oh! ¡No! ¡No hay carta!





Otro ir y venir de cartas pero en otra sociedad, en otro estatus, menos fogoso y más recatado; las que se envían Margaret Sullavan y James Stewart en El bazar de las sorpresas (The shop around the corner, Ernst Lubitsch, 1940).





Sea la hora que sea, Chantal ha recibido una carta.





Y por cantidad de cartas, gana News from home (Chantal Akerman, 1977). Es la misma Chantal la que lee las cartas que su madre le envía a Nueva York mientras hacemos un recorrido por las calles y el suburbano de la ciudad. La lectura se hace en tono monótono y en muchas ocasiones su voz se oculta por el ruido de la ciudad. Solo se apaga su voz en los últimos diez minutos, en la despedida de Manhattan partiendo del muelle. Sólo el regreso de la hija parece acallar la insistencia y el reclamo de la madre.






Exhibida de cuerpo, exhibida de letra.






En Chantal ni las cartas ni las llamadas telefónicas arreglan mucho las distancias. Las cartas en Je, tu, il, elle (1974) forman parte del despojo antes de decidir salir al encuentro de la amante. Un despojo del que forman parte también el vaciado de la habitación y el comer azúcar sin descanso. En Les rendez-vous d’Anna (1978) las llamadas no dejan las cosas más claras.





Lisa desde la distancia.




La oportunidad perdida de Stefan Brand.





La carta que es toda una historia es la de Carta de una desconocida (Letter from an unknown woman, Max Ophüls, 1948). Esa carta abre y cierra la película y toda ella es un flash-back. Lisa Berndle le escribe a Stefan Brand: «Si esta carta llega a tus manos, verás cómo fui tuya sin que tú siquiera supieses que existía». Las historias paralelas de dos seres sobre la misma historia.





Henrik y Ana, los padres de Bergman.




Las cartas interceptadas son las peores o las mejores, en realidad, si ponemos el foco en enriquecer la trama. Aunque no es una carta, pero sí una nota de puño y letra, en L’innocente (Luchino Visconti, 1976)  Giancarlo Giannini se enfada y rompe la nota que iba dirigida a Jennifer O’Neill por celos. «Leer las cartas de los demás no está bien» le advierte divertida su amante. En Las mejores intenciones (Den Goda Viljan, Bille August, 1992),  las peores intenciones  son las de la abuela materna de Bergman: «A veces sé perfectamente lo que está bien y lo que no y sé perfectamente que es malo que estén juntos Ana y Henrik, de manera que voy a quemar las cartas». Fue Bille August quien puso en pie el guión e historia familiar del director sueco Ingmar Bergman.






El pasado se despide en El sur.




Las cartas pueden suponer el único anclaje con el pasado. En El Sur (Víctor Erice, 1983) el padre de Estrella tiene un pasado oculto. Ese pasado le responde con una carta: «¿Qué quieres de mí? Es mejor que no respondas a esa pregunta. No merece la pena. Sinceramente preferiría que no me escribieras». En otras ocasiones una carta puede suponer el anclaje en el futuro: vean Antes del anochecer (Before Midnight, Richard Linklater, 2013). Desde otro terreno, las cartas suponen un ligero alivio dentro de la tragedia. Así sucede en muchas películas bélicas como en Invasión en Birmania (Merrill’s marauders, Samuel Fuller, 1962), donde el teniente Stock, a imagen y semejanza de su mentor el general Merrill escribe una por una todas las cartas que recibirán los familiares de cada uno de los fallecidos en la misión.





Palabra de Zweig.





Me he dado cuenta, al final, de que la mayoría de las películas aquí citadas son adaptaciones de obras literarias previamente existentes. Tenemos entre manos a Stefan Zweig, Somerset Maugham, L.P. Hartley, Gabrielle D’Annunzio, Adelaida García Morales, etc.,  y  también unos no menos importantes adaptadores. Tal vez porque el germen de las historias con cartas perviven en el pasado igual que en cierta manera, cierto tipo de cine pervive en las novelas. 


lunes, 8 de julio de 2013

Que Dominique A nos ilumine (Vers les lueurs)





Entre la luz y la sombra, nada más.





En estos días de luz y energía en que parece que todo es posible, que todo sale a la luz, que la expresividad gana terreno a la ocultación, Dominique A, concretamente su último álbum Vers les lueurs, se convierte en la mejor bandera a enarbolar, en la mejor cura ante la negatividad. No es de extrañar  que el álbum quede inundado de palabras como les nuages, le  feu, le bleu, l’ombre, éteindre, l’aube, le ciel ouvert, la nuit, la lumière, la chaleur, le lueur,  etc. (nubes, fuego, azul, sombra, apagar, alba, cielo abierto, noche, luz, calor, resplandor). Un vocabulario donde se juega con airear malas artes, con iluminar ciertas vivencias o con revelar lo escondido. La dualidad oscuridad/claridad si no es central, al menos es algo más que una metáfora; una transmisión de un estado de ánimo, que al fin y al cabo es lo que contiene básicamente cada canción. Un disco en realidad lleno de luz bien para huir de ella por extrema, bien para encontrarla.










Rendez-nous la lumière
Rendez-nous la beauté
Le monde était si beau
Et nous l’avons gâché




Partiendo de los títulos, la intención es evidente. En Rendez-nous la lumière nos pide que se despeje el mundo, que haya más diversidad, que el paisaje sea más salvaje, que no acumulemos tanto; una defensa del vegetarianismo y del cuidado al medio ambiente. En nuestro presente la lluvia, una lluvia naranja y malva nos da besos que espantan. Pero ante todo es una esperanza, un reclamo, una petición de que la luz vuelva y llegue la claridad a nuestra conciencia. Esto ya le venía de antes.











Mais comment vais-je faire pour
Te faire passer le gout du feu ?
Mais comment vais-je faire pour
Pour te ramener vers le bleu ?




En Vers le bleu asistimos a la historia del hermano; de la protección y ayuda al descarriado. Aquí la luz es excesiva, se ha convertido en fuego que quema y se pretende bajar de nivel y llegar hasta el azul, hasta la luz del día, a la claridad sin peligro de arder, de sobrepasarse.












La canción que juega con el título del disco y que aparece en último lugar del corpus principal es todo un homenaje al renacer. En un crescendo que nunca llega a ser estridente, Par les lueurs es un empuje suave, un consejo dicho con tacto. La música tarda en aparecer y también después su voz: envoltorio que te eleva del suelo, del asfalto, para hacerte ver que en esa calma e incluso en ese vaivén de nuestro día a día uno puede tener atisbos de conciencia; que nos pueden atravesar fulgores. El cambio de preposición del título del disco Vers les lueurs (hacia) a la canción Par les lueurs (por) es la esperanza y el propósito hecho presente: “Nous voilà traversés / par les lueurs”.





Característico gesto de Dominique A.






Dominique A es la abreviación de Dominique Ané y nació en el particular año francés del 68. Se estaba formando el futuro Dominique con las revueltas de por medio. Parece una bonita metáfora, un perfil a lo bruto de las consecuencias posibles: un hombre duro de aspecto, grande, con la cabeza completamente despejada y  habitualmente vestido de negro. Su música que tiene tacto, palabra exacta y compromiso se convierte en el escenario en furia, calor y mucha energía. Y esa furia se combina con una gestualidad de director de orquesta. La dureza del rostro y la descarga enérgica de su cuerpo se combina con unos brazos que son en el escenario, extensión de la mano creativa del compositor. Es todo un espectáculo, un dominio de la escena que deriva de la fuerza de sus canciones.






Entre ojos y hojas.







Vers les lueurs, álbum que se presenta con ilustraciones de Gabriella Giandelli es el noveno álbum del francés que casi al mismo tiempo ha publicado su primera novela Regresar que ha editado en España Alpha Decay. Parece ser que es una breve novela centrada en sus recuerdos de infancia en Provins donde el lugar adquiere completo protagonismo. La importancia del espacio: desde el terreno mismo, la naturaleza (la elección de las ilustraciones para el álbum no es una elección puramente estética) hasta el horizonte, el cielo, el aire que respiramos. Al fin y al cabo, el espacio en el que nos movemos y bajo el que nos movemos, más que contextualizar al hombre le define y le proporciona vida. Así que, a escuchar a Dominique A y que nos insufle algo de claridad.