sábado, 23 de marzo de 2013

Lou Andreas-Salomé: ¿Qué es eso de la libertad?





Lou con Freud servido en frío por David Levine.





Dentro del ejercicio de visibilidad que todas debemos hacer, hoy me dedico a desvelar a una escritora que descubrí hace unos meses: Lou Andreas-Salomé. « ¡Vamos a ver si no resulta que la mayoría de las llamadas barreras insuperables que el mundo traza vienen a ser inofensivas rayas de tiza!». Esta frase suya la deberíamos adoptar ahora mismo y revela, por el impulso de libertad y curiosidad que contiene, una mujer muy interesante de finales del XIX y principios del XX.





Historia del periodismo español.





La fuente de mi descubrimiento data del año 1976, concretamente se trata del número 15 del mes de febrero de la revista Tiempo de historia, publicación que dirigió Eduardo Haro Tecglen que costaba 60 pesetas.  Esta revista que se publicó hasta agosto de 1982, nació para que otras voces hablaran sobre la historia pasada y presente española desde su prisma y no desde el habitual (el franquista). Esto lo he descubierto ahora pues me encontré este número (junto con el número 4) en un armario en casa de mis abuelos.



Allí un artículo hablaba de Lou von Salomé. Cuando empecé a buscar en las bibliotecas se convirtió en Lou Andreas-Salomé. El cambio es debido al matrimonio. Tal vez una revista tan republicana defendiera a la mujer sin apoyos maritales de ningún tipo pero es que resulta que Lou, una mujer que declaraba que su principal objetivo en la vida era la libertad, contrajo matrimonio: un matrimonio sorprendente pero al mismo tiempo consecuente. Una paradoja a estudiar. Lou von Salomé y Friedrich Carl Andreas, profesor de lenguas orientales, estuvieron casados cuarenta y tres años sin consumación matrimonial y realizaron cada uno la vida que quisieron para sí. 




El peculiar matrimonio Andreas.





Al final de su libro Mirada retrospectiva, Lou habla sobre su marido y sobre un cuchillo por ahí agarrado entre ellos. Suceso que queda bastante  naturalizado sobre todo porque ella tuvo una total asunción de ese tipo de matrimonio: «Hacia el exterior no cambió nada: hacia el interior, todo. En todos estos años hubo muchos viajes […]. La perfecta libertad en que cada cual estaba a lo suyo nos era, sin embargo, consciente a ambos, como una comunidad de la que estábamos ciertos».




No hay porqué mirar hacia abajo.





Lou Andreas-Salomé (1861-1937) se relacionó de distinta manera con Nietzsche, Freud y Rilke entre otros personajes europeos de entonces. Partiendo de esto, su historia, su obra, tiene que atraer ya de base. Y lo que me encontré al curiosear fue una doble vertiente en sus escritos: ficción y ensayo, añadiendo las muy importantes y numerosas cartas que escribió. En todos sus escritos existe una reflexión vital que gira sobre ella misma, sobre el estatus de la mujer, sobre la psicología del ser humano, sobre las costumbres y sobre la gente que conoció. La vida volcada que tanto me gustó y me gusta de Simone de Beauvoir.




Acerca de esa doble vertiente que comparten la reflexión y reflejo vital, ella sí hace una diferenciación de enfoque muy curioso de nuevo en Mirada retrospectiva: «A este respecto quiero confesar una curiosidad: en estos trabajos conceptuales me sentía intensamente empeñada en algo femenino, mientras que todo lo que fuese a dar en lo poético lo sentía como algo masculino; por eso, la mayoría de las figuras femeninas las miro con ojos de hombre. La razón de ambas cosas se remonta a la época infantil y juvenil porque en lo conceptual, para lo cual me educó mi amigo, iba incluido femeninamente el amor que le profesaba, y por el contrario, todo lo que pusiera en movimiento la fantasía estaba sometido a su prohibición y sólo podía sustraerse a la obediencia en una actitud de desafío de orientación masculina. No es maravilla que estos efectos no hayan desaparecido sino a una edad harto avanzada – más o menos a los sesenta».





"Su sencillo vestido negro con aire de monja" en Fenitschka



Lou Andreas-Salomé, nacida en San Petersburgo era una mujer deseosa de libros. En su obra Fenitschka, la protagonista, con mucho de ella, vinculaba ante el coprotagonista Max Werner,  la liberación de la mujer con los libros:

-                     «Yo, tal como estoy aquí, acabo de abandonar el estudio y los libros como al peor de los trabajos esclavos. Y usted, una mujer, se subyuga voluntariamente».
-                      « ¿Y eso, por qué habría de ser un trabajo esclavo? […] ¿Eso que nos amplía el horizonte, nos abre el camino a la vida, nos hace autónomas? ¡No! Si algo se asemeja a una liberación lo es la preparación intelectual […] Para nosotras no significa ningún ascetismo ni tampoco una existencia de escritorio. ¡Qué absurdo pensar eso! ¡Justamente así nos metemos en medio de la lucha –por nuestra libertad, por nuestros derechos-, en medio de la vida! ¡Aquellas de nosotras que se dedican al estudio no lo hacen sólo con la cabeza y la inteligencia sino con toda la voluntad, con todo el ser!»






Mikhail Vrubel, Tamara and demon.




Lou muere en 1937 con 76 años. He leído que una vez muerta, la Gestapo subió a la colina donde vivía en Hainberg para confiscar su biblioteca. La razón de esta confiscación es que se dedicaba al psicoanálisis, una ciencia judaica. Con la alergia que les provocaban los judíos se entiende esta acción. Algunas fuentes dicen que la biblioteca la quemaron. Creo que confiscación y hoguera con libros son un sinónimo en este caso. Aunque la biblioteca, no tuvo que ser muy grande, si hacemos caso a la misma Lou: «Uno de los principales y penosos motivos de la mísera situación de mi biblioteca es el que sigue: que el grosor y peso de los volúmenes se me hacían tan molestos al leer tendida, que prefería leerlos en pedazos sin que luego volviera a encuadernarlos. Por último, no he parado nunca de prestarlos y regalarlos, especialmente los que más valiosos me resultaban».






Entre libros anda el juego.
Antes hablaba de Simone de Beauvoir. Otra cosa que emparenta a ambas es su experiencia del rechazo de la idea de dios cuando eran jóvenes. En la intimidad de ambas, Dios ocupaba un lugar preferente en un principio. Simone, que hasta inventó mortificaciones relata así este descubrimiento en Memorias de una joven formal: «Hundí mis manos en la frescura de la enredadera, escuché el borboteo del agua y comprendí que nada me haría renunciar a las alegrías terrenales. “Ya no creo en Dios”, me dije sin gran asombro. Era una evidencia: de haber creído en él no hubiera aceptado alegremente ofenderlo [...] Advertí que ya no intervenía en mi vida y comprendí por ello que había dejado de existir para mí. En cuanto la luz se hizo en mí, corté de golpe».



Así lo cuenta Lou: «La primera rememoración inmediata de mis viejas y tempranas guerras de fe me llegó, cuando tenía 17 años.  […] Tampoco ahora le estaba yo exigiendo mucho: bastaba con que su boca muda dejase pasar un par de palabras entre sus invisibles labios. Pero el que no se aviniera a hacerlo significó una catástrofe. […] De la pérdida de Dios se derivó, por lo pronto, un efecto inesperado: en lo moral –porque con ella, en efecto, me hice bastante más buena, más obediente probablemente porque el abatimiento actuaría como un freno para todas las barrabasadas. Pero también por un motivo más positivo: por una especie de inevitable compasión por mis padres, a quienes no podía darles guerra, después de haber sido tan golpeados como yo: porque también ellos habían perdido a Dios, solo que no lo sabían».




La hora sin Dios es el relato que escribió acerca de esta experiencia. Es la obra como decíamos embuída de su vida. Otras de sus obras de ficción surgieron de la misma manera: Una lucha por Dios, que fue su primer libro publicado, refleja la relación con Nietzsche y Paul Rée donde condena el estado de inferioridad de la mujer, reclamando una verdadera igualdad; en su novela Ruth refleja el momento en el que el primer hombre del que se enamora le pide en matrimonio y ella marcha al extranjero; en el cuento La casa convirtió su propia casa en un escenario de peripecias «para las cuales empleé a muchas de las personas que me eran íntimamente conocidas, entre ellas a Rainer, en la figura de un niño con unos padres felices; también utilicé en el cuento, con su autorización, una carta suya». A estas se suma Fenitschka que antes hemos comentado.




El joven Rilke.




El citado Rainer es, por supuesto, Rainer Maria Rilke. Con él afirma que perdió la virginidad con 36 años. Se conocen en 1904 cuando Rilke tiene 22 años y ella 36. La relación casi es de madre e hijo, de cuidado y muy intensa: «Así nos convertimos en esposos aun antes de habernos hechos amigos, y nuestra amistad apenas si fue elegida, sino que provino de bodas igualmente subterráneas. No se buscaban en nosotros dos mitades: la totalidad sorprendida se reconoció con un escalofrío, en la increíble totalidad. Y así fuimos hermanos, pero como de tiempos remotos, antes de que el incesto se tornara sacrilegio».




Rilke, depresivo, tiene presente una constante lucha entre creatividad y vida y ella es su confesora. Así en una carta de 1914 le escribe a Lou: «Esta vez nadie puede ayudarme […] pues desde ahora ya no dudo ni por un instante de que estoy enfermo, de una enfermedad que me ha gravemente corroído y cuyo foco se encuentra en lo que hasta entonces llamaba mi trabajo, de tal modo que por el momento no hay ningún refugio por ese lado».  Ella le hace ver al respecto: «Por eso, puede que en su caso ocurriera más tarde que el despliegue de la plenitud de la vida, por una parte, y el de la genialidad artística por la otra, no se fomentaran mutualmente, sino que crecieran casi el uno contra el otro ».




Rainer Maria Rilke y Clara Westhoff.





Viajes y muchas cartas forman parte de su historia hasta que puso fin a ella la escritora. Y viendo el recorrido de esas cartas me doy cuenta de lo rápido que funcionaba el correo entre Francia-Rusia por entonces. Tal vez la obra de Lou Fenitschka, refleje un poco esa relación por la intimidad (no física en la ficción) alcanzada entre el hombre y la mujer y ese baile de espacios Francia-Rusia. Rilke poco a poco ganaría confianza. Se convirtió en discípulo de Rodin y se casó con la ayudante del escultor Clara Westhoff. Hay un verso de Rilke alejado de ese periodo depresivo que cuadra perfectamente con el ánimo de la primera frase de Lou que aparecía al principio de este escrito: «Deja que todo te suceda: la belleza y el espanto» (Lass dir Alles geschehen: Schönheit und Schrecken).




Los tres pensadores: Lou, Paul y Friedrich.





Pero antes que Rilke, llegó Paul Rée y con él Nietzsche. En esta fotografía está Lou subida a un carro junto con los dos filósofos. Se tomó el 13 de mayo de 1882 en Lucerna y fue idea de Nietzsche: «Nietzsche se empeñó en hacer la fotografía de nosotros tres a pesar de las violentas protestas de Paul Rée que conservó toda su vida un terror enfermizo a la reproducción de su rostro. Nietzsche en plena euforia, no solo insistió en hacerla, sino que se ocupó personalmente y con celo de la preparación de los detalles como la pequeña carreta que resultó demasiado pequeña o incluso la cursilería del ramo de lilas en la fusta, etcétera».





Reflejo cinematográfico.







Historia del trío teatral.





De esta relación existe, al menos en mi conocimiento, una obra de teatro, Chaste de Ken Prestininzi y la película de Liliana Cavani Más allá del bien y del mal (Al di la del bene e del male, 1977). Paul Rée la conoce en Italia y se enamora de ella. « ¿Por qué los hombres no pueden ser simplemente amigos de las mujeres? ¿Por qué tienen que ser siempre maridos o amantes?».  Después de quince años sin verse, el filósofo terminó suicidándose cuando ella le anunció que se casaba. Esa atracción hacia la vida amorosa que convive con la alerta de no perder su libertad aparece en casi todas sus ficciones. En Una divagación, la protagonista ante su primer contacto amoroso reflexiona así: « ¿Acaso era el mismo Benno que me tenía entre sus brazos enseñándome la primera embriaguez del amor y el primer terror ante la dependencia amorosa?».




El airado Nietzsche.





También Nietzsche fue rechazado. Ella le habló de su fundamental aversión al matrimonio y nació en él cierto odio y que de la depresión en la que cayó tras ese rechazado, se dice nació Así habló Zaratrustra. Pero con ellos Lou cumplió un sueño que tenía, que era vivir con dos hombres, ser amigos y trabajar juntos. Pero un sueño nocturno tan amado por los psicoanalistas como ella era: «Lo confesaré honradamente: lo que de manera más inmediata contribuyó a convencerme de que mi plan, que era una afrenta a las costumbres sociales entonces vigentes, podía realizarse, fue en primer lugar un simple sueño nocturno. En él vi un cuarto de trabajo, agradable, lleno de libros y flores, flanqueado por dos dormitorios, y entrando y saliendo de nuestra casa, camaradas de trabajo reunidos en un círculo alegre y serio.  Pero no puede negarse que nuestra existencia en común de casi cinco años llegó a semejarse de manera sorprendente a la imagen de este sueño».




Lou tuvo un sueño, en realidad tuvo muchos. Ese punto me interesa enormemente a mí también. El reflejo de ese interés más allá de sus ensayos sobre psicoanálisis se ve reflejado en su ficción. Así habla la protagonista de Fenitschka sobre este tema: « ¿Y por qué los sueños deberían ser inteligentes? Creo que nuestros pensamientos sensatos contribuyen muy poco al tejido de los sueños. Todos estos pensamientos sensatos que adquirimos poco a poco, todas estas opiniones ilustradas y razonables no son casi nunca contenido de nuestros sueños. En el sueño nos valoramos de otra manera, a nosotros  y a las cosas, tal vez incoherente y confusamente, pero en todo caso con mucha sinceridad».




Lou Andreas-Salomé abrazó con todas sus fuerzas la vida porque para ella era algo amado y esperado; estas son casi sus mismas palabras. Ese interés derivó en un ir más allá: «No es posible cambiar nada a través de la facultad del pensamiento, por mucho que se la ejercite, sino solamente por medio de una revolución del pensamiento para la cual el conocer se torne reconocer». Para todo esto Freud fue fundamental. En ella tuvo una fiel seguidora y defensora del psicoanálisis. Freud, de ella, destacaba sobre todo que era infatigable. «En momentos en que él mismo experimentaba repugnancia, me expresó su asombro de que a pesar de todo yo siguiese tan profundamente fiel a su  psicoanálisis: “porque yo no enseño otra cosa que a lavar la ropa sucia de otra gente”». Freud nos habla de una Lou llena de energía, con ganas de saber, con un ciego optimismo en el ser humano, con jovial confianza, cosa que cambió cuando Europa entró en guerra.






Volcando y curioseando.




Estamos descubriendo a una mujer que se interroga sobre sí misma y sobre su condición de mujer y lo que ve es injusto, ve que hay que desmontarlo. Una parte de esa cerrazón en la que gira el mundo femenino es el sexo. El sexo y el intelecto, dos terrenos vedados para la mujer, que Lou encontró en la atmósfera vienesa completamente ensamblados. El erotismo es un ensayo de 1910 bastante áspero y a veces inextricable pero curioso al menos a la hora de desvelar el ser humano que es la mujer. Aquí reflexiona y opone la naturaleza y pensamiento del hombre y la mujer: el primero posee un pensamiento individualista y la mujer: «Prefiere la plenitud del círculo a la singularidad de la línea recta […] posee  mayor capacidad de asumir las contradicciones y elaborarlas orgánicamente que el hombre, que debe sufrirlas teóricamente primero antes de verlas con claridad».



El estado femenino. En Una divagación aparece una reflexión sobre la situación de la mujer, de su comportamiento, de su responsabilidad en torno a esa sumisión al hombre a raíz del comportamiento del ama de la protagonista: «Quizás no sea ni una casualidad ni la voz de un pajarito mágico que nos lo cuenta prodigiosamente, sino la costumbre de muchos siglos, los goces de generaciones de mujeres esclavizadas que nos susurran algo que resuena dentro de nosotras mismas. Es un idioma que ya no conocemos y que solamente podemos entender en los sueños, en los estremecimientos, en las vibraciones de las células nerviosas». Es un paso ser consciente de que se puede acceder a otra cosa, se pueden romper reglas pero también se es consciente de que detrás hay un bagaje contra el que también nos toca luchar, un historial detrás que hay que mirar de frente: « ¡Nuestras pobres tatarabuelas! […] ellas no sabían en efecto nada de tales innovaciones. Su única manera de amar, probablemente era la subordinación. ¿No crees que debe quedar algo de todo esto en nosotras?».



Una mujer tan decidida a descubrir y experimentar la libertad es necesaria tenerla en cuenta hoy en día. Y para terminar y ya que tanta cita os habéis encontrado en el texto, termino con otra abanderada de la libertad: «No se puede dejar de predicar libertad y más libertad, y se deben derribar todos los armarios y rincones para conseguir más espacio, incluso para descubrir las voces de anhelo en personas aun cuando las expresen de forma falsa bajo la expresión de teorías hechas y justificadas».

domingo, 10 de marzo de 2013

Pasen y amen: Los amantes pasajeros.





Amar ya que estamos.




El día del estreno en España de la decimonovena película de Almodóvar Los amantes pasajeros, llovía. Pudiera parecer inapropiado, que quita lucidez al asunto y demás pero una vez en la sala incluso la película es como ese chocolate caliente, la mesa-camilla y la ropa cómoda mientras afuera todo cae y ya no por su propio peso. Así de acogedora, así de inocente, así de blanca, muy blanca es Los amantes pasajeros: nubes, espuma, droga, semen, burbujitas… Pero ¡ojo! No es una comedia inmaculada: en la concepción sí, pero no en el lastre (aparte de la liberación sexual que acontece). Es inocente en sí misma pero con un doble fondo muy incisivo. Y ese fondo tiene que ver con una gran Mancha, una mancha en toda esta blancura que nos contextualiza, que nos indica que bajo nuestros pies hay cosas muy negras. Pero volviendo a lo blanco, el momento blanco más hilarante es el momento coreografía de los tres azafatos (ya que lo ideó Blanca Li) sobre todo por las dotes humorísticas de los tres actores que intervienen (Javier Cámara, Raúl Arévalo y Carlos Areces). ¿Y si hubiera sido más musical? Hubiera ganado mucho pero supongo que se habría perdido la idea.




Apoteosis musical.






Si dije lo de inocente lo decía por la falta de drama o por no tomarse en serio el drama, porque por otra parte lo que deja bien claro el título es que aquí todo el mundo se ama y se manosea.  Esta película ni se verá como una comedia en serio, ni la van a tomar en serio; es blanco fácil (¿no os había dicho que era blanca?). Fácil pues ofrece tal vez ese tipo de chiste que mucha gente puede agarrar y ningunear.






Sin poder salir.





Los colores, el escenario, el ritmo y la actuación deriva en una película cómica, colorista, casi como de los setenta, con la puntilla del plano congelado final. Todo es decorado, todo es extremo, todo es posible porque estamos viendo que todo es posible a nuestro alrededor. Si a la realidad le permitimos que se exceda ¿porqué no a Almodóvar que no nos quita el pan de la boca? Y ese «contexto real» lo hace divertido, lo hace chistoso pero al mismo tiempo con cierto veneno encerrado en el caramelo. Aparecen  periódicos con noticias de escándalos financieros, y personajes corruptos o corruptores, que entran y salen, que critican, que miran pero al final nos enseñan que esas libertades que se toman (solo en el avión) son las que debemos tomarnos nosotros.





Norma cuenta su historia con ayuda.






El interés que despierta Norma.





En el fondo es una confianza en la relación humana. Al final todos salen más inocentes y puede ser por el alcohol, por la experiencia vivida, por el contacto personal entre todos pero el caso es que cada uno, aún pisando la Mancha, sabe a lo que agarrarse; a lo positivo. Mi lectura es que ante las críticas y las crisis nos divirtamos y probemos, que juguemos con nuestra creatividad, con nuestras sensaciones. Si España nos engaña, nos roba, se cachondea de nosotros, si no podemos huir, si andamos en círculos o son en círculos donde nos meten para marear al tonto o noquearlo, que seamos nosotros los que juguemos con nosotros mismos y podamos descubrir hasta nuestra propia sexualidad. Una virgen y un hetero convencido cambian de titulillo: todo cambio es posible. Algo así comentaba Boris Izaguirre en su artículo de El país del 8 de marzo, el mismo día del estreno. Boris terminaba diciendo: «Porque la vida, como nos enseña Almodóvar en Los amantes pasajeros, se ha convertido en un trampolín hacia el vacío. Y hay que aprender a saltar».






La gente participante.






Almodóvar reconoce la posibilidad de mostrar una realidad, de criticar nuestra realidad pero no la destaca porque la película tiene otro foco pero es necesario que los demás lo veamos, lo resaltemos. El listado de fraudes del periódico se queda corto conforme pasan los días en este país. Los políticos y hasta el rey aparecen en la pantalla. Muerte, sexo, política: todo tiene cabida. Y todos con todos.



La intuición y  la verdad encarnadas por Bruna (Lola Dueñas) y Joserra (Javier Cámara) respectivamente, guían al resto de pasajeros y personal; son los que llevan la voz cantante. Y entre un extremo y otro, todo se revela y se arregla.










Almodóvar regresa a su tierra aunque nunca se fuera. La canción que cierra la película, la que lleva los títulos de crédito y que os dejo justo aquí encima dice: This town’s the oldest friend of mine (este pueblo es mi más viejo amigo). Almodóvar nunca abandonó su tierra porque ahí estaba integrada tanto por su madre como por sus historias (la vuelta al pueblo en ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984) o en La flor de mi secreto, 1995) pero ahora aterriza en ella y es algo más, es España toda aunque ahora que lo pienso España siempre ha estado en él tanto para ignorarla diciendo mucho (Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, 1980) como para enmarcarla (principio y final de Carne trémula, 1997).






Ya que salimos, salimos primaverales. Por cierto, otra Blanca.





No es una comedia inteligente. Es ligera y como tal, se basa en los chistes, situaciones y expresiones de los actores. Se trata de colocar un microcosmos, una selección humana in extremis para zarandearles y que se liberen. Hay que aprovechar estos momentos tan críticos para liberarnos. La sofisticación de un colorido y primaveral Madrid de las escenas fuera del avión, parece llevarnos directamente de la mano hacia Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), última comedia plena de Almodóvar hasta hoy mismo, de la que se destacó la sofisticación. Sobre todo lo hizo Carmen Maura, la protagonista, que por primera vez salía en una de Almodóvar con tacones, disfrutando de los trajes chaqueta, sobre todo cuando echaba la vista atrás hacia esa madre sacrificada que encarnó en ¿Qué he hecho yo para merecer esto?






Carmen Maura de barriada.






Carmen Maura de ático.





De ese diálogo entre las dos películas me es difícil escapar como seguidora inevitable del director que soy. ¿Me remonto? Y esto último queda sellado ya, si no en la memoria colectiva al menos sí en la mía, pues desde que vi Los amantes pasajeros, sin pretenderlo, lo he empleado dos veces pero claro, la gente no me lo ha captado. El tiempo me dará la razón. Me remonto entonces:



1.   El silencio que a tres bandas no se cumple. Joserra (Javier Cámara) no puede evitar decir la verdad y Carmen Machi tampoco porque aunque asegure guardar silencio, todo lo raja. A Chus Lampreave le pasaba lo mismo pero por otros motivos en Mujeres.  

2.   El aeropuerto y sus destinos. Estocolmo entonces, México ahora. Chiitas entonces, andaluces ahora.



El poder del gazpacho.



3.   Beber para olvidar. Aquí un agua de Valencia bien cargadita realiza su cometido y despierta a la gente, allí, al contrario el gazpacho cargadito con Morfidal, hecho por Pepa, tenía la intención contraria pero también afectó a varios personajes sobre todo a Marisa (Rossy de Palma). Aquí en realidad también el Morfidal se emplea en demasía para la masa.

4.   El pelo alborotado. El plano en escorzo del cabello suelto de Lola Dueñas, que vi antes de ver la película y sabiendo que iba de aviones era inevitable que me recordase el cardado lateral de Julieta Serrano al final de la película cuando esta «corre» presurosa al aeropuerto. Pero no, Lola, aquí también «corre presurosa» pero en otro contexto diferente. Declaro aquí «el plano de la película».

5.   Alguien dormido resulta excitado sexualmente tal como le ocurría a Marisa (Rossy de Palma). Y en ambas situaciones tiene lugar un desvirgamiento.





No estamos solos.




6.   El teléfono como vox pópuli. Norma (Cecilia Roth), el señor Mas (José Luis Torrijo) y Ricardo Galán (Guillermo Toledo) ven aireadas sus privacidades por culpa de un teléfono «al aire». Aireadas también, las de Pepa (Carmen Maura) esta vez por la secretaria «dame ese papel»-Loles León.





El peculiar altar de La ley del deseo.




El altar de Fajas (Carlos Areces) se desvía a La ley del deseo (1987) pero es otro tipo de diálogo que se me puede permitir que asome, al igual que el aire de Bruna (Lola Dueñas) con Volver (2006) no por el personaje de la misma actriz sino por eso de lo chamánico/fantasmal. Se puede decir que Almodóvar me formó y deformó como puerta de entrada al cine. En algún punto tenemos que comenzar y yo me enorgullezco de ello. Cuando vives en un pueblo donde no había ni hay cines y no podías acceder fácilmente a las películas como ahora, un pase televisivo de una de Almodóvar era una fiesta. Pero había que grabarlo porque a ciertas horas una no podía y luego se quedaba para verla a modo estreno en el propio salón. Esta es una película festiva. Celebrémoslo. 


jueves, 7 de marzo de 2013

Tres galerías madrileñas para marzo con Valeriano López, Miquel Barceló y Jamie Baldridge.










Se me escapó. Hace cuatro días que terminó la exposición Los encargados de los artistas Jorge Galindo y Santiago Sierra en la galería Helga de Alvear. Una crítica en blanco y negro a la transición ya que se trataba de pinturas, fotografías y un vídeo con el primer plano de los jefes de estado españoles tras Franco. Pero aquí arriba podemos ver el vídeo. Un desfile fantasma por el centro de Madrid.





Una galería con solera.




Me perdí esta, pero hoy decidí que había que compensar esa pérdida así que escogí tres galerías que mostraban cosas interesantes. Y entre ellas, para no terminar con la crítica política-social me dirigí a la galería Juana de Aizpuru en la que el mismo día que terminaba la exposición que no pude ver empezaba la andadura de otro artista español, Valeriano López. Allí estaba la mujer, Juana, con la puerta de su despacho abierta, inevitable verla y reconocerla por su colorido pelo y saludarla de lejos.




Valeriano López nos presenta SƎCUELA PÚBLICA. ¡Pero si ya con el título es suficiente reclamo! El juego verbal tanto fonético como semántico del título se mantiene en la gran mayoría de las piezas. La crítica aparece con el primer vistazo. Los colores en los que encuadra el leitmotiv de la exposición son los mismos de la Comunidad de Madrid: el blanco y el rojo. Tenemos al «pedagogó» con bola de discoteca incluida, elementos ridiculares que no curriculares, los estudiantes como rebaño, dicho tanto por la masificación como por la vinculación eclesiástica y otras tantas piezas que estoy deseando que veáis. Las piezas dan mucho juego: unas sillas con orinal incluido en su asiento, más que gracia es como ver un museo de las consecuencias de algún campo de concentración o guerra. Suena duro pero es así. Son más que evidentes las consecuencias de todo lo que está pasando con los recortes y privatizaciones pero aquí se revela. El orinal camuflado me recordó al que le pusieron a Marina Abramovich cuando hizo su exposición The artist is present en el Moma. En ese caso era una ayuda para lograr el objetivo, aquí es una cadena que subyuga. La fotografía Secuela de la medusa es un  remedo de La balsa de la medusa de Géricault versión botellón. En la original, las causas de fondo del naufragio era la incompetencia de las autoridades. Lo mismo podemos decir de la presente.






Consecuencias.






La violencia de lo romántico.




La única gota de esperanza en este mar desilusionante es el poema de Gabriel Celaya que aparece escrito en una pantalla en puro contraste con la repetición constante de los remeros cual galeotes.




Educar es lo mismo
que poner motor a una barca…
hay que medir, pesar, equilibrar…
… y poner todo en marcha.
Para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino…
un poco de pirata…
un poco de poeta…
y un kilo y medio de paciencia
concentrada.

Pero es consolador soñar
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes,
hacia islas lejanas.

Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera
enarbolada.






Frialdad aséptica.







Miquel entre su barro.
Mis pasos se fueron después a otra galería no muy lejana de la primera; la galería Elvira González. Allí estaba Miquel Barceló, en obra y gracia que no en persona. Dieciséis obras, seis pinturas y diez esculturas todas muy manuales. La arcilla, ya cerámica con formas descompuestas y manipuladas te llevan a una doble sensación: la de enorme maleabilidad e intensa rudeza. La forma de ladrillo que encontramos en varias ocasiones aquí, te llevan a esas gominolas que se han vuelto duras pero que peleándolas en tu boca puedes llegar a amasar. Hay huellas; se nota el trabajo sobre la materia, y de eso también forma parte la pintura, como primitiva, que coloca sobre ellas. Y el tamaño; el que la mayoría sean grandes no te lleva al respeto de la monumentalidad sino a la relación de tú a tú del artista con la materia. Son obras que descubren procesos de creación, que no son perfectas, que permiten huellas, comienzos y no finales. Este material a veces una desearía manejarlo porque te daría la sensación de que creas y fabricas al tiempo algo. Te cubriría esa necesidad de sentirte útil porque el trabajo con las manos es el que une tu cabeza con la realidad de forma más inmediata si es que no he dicho una redundancia.







Pequeña pero matona.






Anocheciendo me dirigí a otra zona de galerías, la de la calle Alameda donde hay una pequeña galería que se llama Cámara oscura. Esta es de obligada visión. Se trata de fotografía, una fotografía cercana a la ilustración e incansable de ser mirada porque es una semilla de historias.  El joven artista norteamericano Jamie Baldridge nos ofrece en cada una de sus fotografías el montaje de un pequeño mundo. Unos tonos cálidos enmascarando «peculiaridades». No es para nada grosero pero es lanzado, no es trágico pero te monta un drama. Te deja que mires tranquilamente para que te montes tu propia historia. No es una fotografía realista sino toda una visión del mundo, una propuesta creativa. Una pena que os la perdierais. En todo caso un artista a seguir.




Impactante.







Aliméntense con arte.





[Valeriano López, Secuela Pública. Hasta el 12/04/2013. Galería Juana de Aizpuru. Calle Barquillo, 44, 1º. Lunes a sábado: 10:30-14, 16:30-20:30.


Miquel Barceló. Hasta el 27/03/2013. Galería Elvira González. Calle General Castaños, 3. Lunes a viernes: 10:30-19:30. Sábados: 11:00-14:00.


Jamie Baldridge, Playing with Arsenic. Hasta el 30/03/2013. Cámara oscura galería de arte. Calle Alameda, 16, 1ºB. Martes a viernes 16:30-20:30. Sábados 11:00-17:00].