viernes, 4 de mayo de 2012

Las zapatillas rojas: la pasión cobra vida.





Un clásico.




Todo gira en torno al ballet; todo es arte, todo es una representación. La vida fuera del teatro escasea. Las zapatillas rojas, tal como dijo Michael Powell uno de sus directores, junto con Emeric Pressburger, formaba parte de ese ansia de una generación hambrienta de ideales de paz, de un mundo imbuido en una total devoción por el arte. La película se rodaba en 1948, tras la II Guerra Mundial, basándose como bien deja claro, en el cuento de Hans Christian Andersen escrito un siglo antes.





El juego de los espejos/reflejos.






La  película se abre en un teatro cuando va a comenzar una función y se cierra con el comienzo de otra representación. En esa continuidad donde no parece que se haya detenido el tiempo, disfrutamos de una historia paralela, la de la ópera que los protagonistas crean, Las zapatillas rojas y la historia de su propia vida. Un reflejo de la obra en la vida, un espejo que demuestra toda su realidad al final.





Vivir para bailar.
Unas zapatillas rojas que para la protagonista simbolizan al igual que para Dorothy,  su hogar, y el hogar aquí es el ballet. Incluso cuando ha construido un hogar real guarda en un cajón de este, todas sus zapatillas que acaricia como para no perder la conexión. Son un objeto que le permite volar, huir y algo más que vivir. A Victoria Page (Moira Shearer), la joven bailarina, y a Lermontov (Anton Walbrook), el director de la compañía de ballet les une un interés por la danza que excede a una simple pasión. En su primer encuentro él le pregunta por qué baila y ella le responde con otra pregunta: « ¿Porqué vive? ». Y ya está sembrado el conflicto: la  vida o el ballet. Y uno de ellos tiene que vencer. El siguiente punto de inflexión, lo introduce de nuevo Lermontov. Se dirige indirectamente a Vicky Page y ésta indirectamente lo recibe: «No se puede tener todo. La bailarina que confíe en el dudoso recurso del amor humano jamás será una gran bailarina. Nunca».  La vida en uno de sus puntales: el amor. Vivir frente a bailar; el dilema nuclear que como en todo cuento no admite combinaciones.





Lo bueno y lo malo de tener una pasión.




Claro está que aquí la vida y el arte se enfrentan casi en igualdad de condiciones partiendo de una elección sana. Victoria Page es una mujer activa, que no se relaciona mal consigo misma ni con los demás: porque estamos en un cuento, en la lucha de contrarios, no en la lucha contra uno mismo. Definitivamente está en el otro extremo de Cisne negro (Black swan, Darren Aronofsky (2010). Incluso la diferencia en los tipos de bailarina es acusada. La mayor parte de los actores incluida la protagonista eran bailarines profesionales y muy conocidos y sorprende la diferencia corporal en el ballet de antes y de ahora. Y el tema físico, aunque no venga a cuento de la historia, no aparece ni en un solo detalle en Las zapatillas rojas.





La energía en los pies.





La energía en la boca de una monja.







El paisaje brumoso de Narciso negro.
Cuando la vi por primera vez, la historia me llevó a recordar un cuento de Espronceda La pata de palo, un recuerdo angustioso que se fijó en mí, cosa curiosa, visualmente. Ese recuerdo era el mismo que se imprimió para mí de la película. A pesar de los colores, de la magia del baile, la historia tiene mucho de tragedia, de oscuridad, de telúrico. Un contraste y un tono que también se encuentra en otra película de los mismos directores, Narciso negro (Black Narcissus, 1947) donde también aparecía el rojo, esta vez en unos labios pintados; otra pasión en un mundo que no permite que se le incluya ninguna pasión. En Narciso negro el contexto era un grupo de monjas en el Himalaya. Ambas historias presentan un mundo onírico, irreal, envuelto en una atmósfera fantástica dentro de un mundo tremendamente real sobre todo cuando se descubren las consecuencias. Y los primeros planos, violentos, frontales, excesivamente expresivos, con rostros angustiados, sudorosos, sorprendidos, donde la formalidad inglesa queda fuera destacan, violentan al espectador. No es extraño que sea una de las películas favoritas de Brian De Palma. Fascinación (Obsession, 1976) o Doble cuerpo (Body double, 1984) tienen conexiones y texturas similares.





Un primer plano de Moira Shearer.





El tándem Michael Powell-Emeric Pressburger realizó desde El espía negro (The spy in black, 1939) hasta 1957 veinte películas que firmaban conjuntamente, aunque el primero se dedicaba más a la dirección y el segundo al guión. Llegaron a sacar adelante obras que producían ellos mismos, sin interferencias, sin impedimentos, obras que guardan algo muy particular, curioso, con escenas tan sugerentes como algunas que encontramos en Las zapatillas rojas, como la del baile con el periódico o el baile entre celofanes en una calle desierta en ralentí. Una película, Las zapatillas rojas que se reestrenó en Cannes en 2009 de la mano de Scorsese, como no podía ser de otro modo, porque se ha erigido en el rostro conocido de la conservación de la historia del cine con su The Film Foundation creada en 1990 y porque la montadora de gran parte de su filmografía Thelma Schoonmaker era la mujer del mismo Michael Powell.





El buen travelling.






Otro ejemplo de extraños dúos bailarines.


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