Clarice Lispector. |
Lo habitual, lo sano es gastar saliva y tinta en hablar de algo que te guste. Este es el momento de la excepción. Sobre todo cuando encuentras algo tan particular, cuando das varias oportunidades y se va conformando el rechazo. Y sobre todo porque te pones a darle vueltas a cómo será ese perfil de gente que opine lo contrario, que le guste lo que a ti no y no te haces a la idea.
¿Clarice o Cindy? |
Pues llegó el turno de descubrir, siempre en parte, a
Clarice Lispector la escritora brasileña (1925-1977). He de reconocer que
cuando escuché por primera vez su nombre creí que se trataba de una cantante, tal
vez por el productor Phil Spector (más tarde apareció Regina Spektor que cubrió
esa suposición). Tan fuerte y atractivo me parecía el nombre, que parecía
inventado para una actriz. Algo así como lo que Jean Cocteau dijo sobre Marlene
Dietrich: «Su
nombre empieza con una caricia y termina como un látigo».
Se forjó en mi mente como nombre de diva. Y ahora que la descubro físicamente
parece ser una de esas mujeres inventadas de Cindy Sherman. Ella misma de
alguna manera me lo confirma en su Solo
para mujeres: «Tu trabajo es descubrir en tu propio rostro la mujer
que serías si fueses más atractiva, más personal, más inconfundible. Cuando
“creas” tu rostro, teniéndote a ti misma como base, tu alegría es la de un
descubrimiento, la de una revelación».
Traspasada cierta línea peligrosa. |
Todo en ella es una expresión de su subjetividad. Y esa
expresión se hace particular trasladada a los temas y formas empleadas. El tema
me interesa pero existe una delgada línea que se puede traspasar y llevar al
hastío. Y Clarice Lispector me lo ha provocado. Tal vez fuera, me decía, que
empecé mal la travesía con ella. Aprendizaje
fue lo primero que cayó en mis manos. Ella misma declaraba que sus libros
reclamaban «una lectura irracional, una empatía natural». Tal vez ese sea el
único modo, en parte, de conexión. La empatía de raíz no llegó y eso que
intenté no juzgar, pero conforme iba avanzando en la lectura me iba
violentando. Las reflexiones, dudas y descubrimientos de los protagonistas se
quedaban en ese límite vergonzoso, de fácil novela rosa y manual breve de
psicología y que no llega a salvarse. Salvación que hubiera llegado si tuviera
ese punto kitsch, naif pero no es
así: «Eres
la misma de siempre. Solo que te abriste en rosa rojo-sangre. Tiré las dos
docenas de rosas porque te tengo a ti, rosa grande y de pétalos húmedos y
espesos. Lori, voy a estar tan ocupado que tal vez lo mejor sea casarnos para
estar juntos» o
«¿Te
parece que ofendo mi estructura social con mi enorme libertad?»
representaban el iceberg de mi impaciencia.
Una mujer se desvela... |
La
pasión según G.H. sobrepasó cualquier nivel de abstracción
establecido. Supone la versión más enrevesada y retórica de los libros de
autoayuda en modo ficción. De una idea pasa a treinta, no sé cómo en un mismo
párrafo, en una misma línea si me apuran y no te queda sensación de riqueza
sino de pérdida: perdido tú lector, perdida tú lectora. Ella lo intuye y te
dice: «Por hablarte ¿te asustaré y te perderé? Pero, si no hablase, me perdería
y por perderme te perdería» en una especie de captatio benevolentiae que parece una constante suya. Hablarle al
lector le habla mucho, eso sí. Algún que otro crítico le ha llamado «egocentrismo
literario».
Hechos en carne viva. |
En realidad el propósito de la autora, su mirada, es
interesante pero cómo la filtra juega en su contra. Cuando entra en materia,
cuando filtra mejor su yo, algo que aparece constantemente y enseguida en su
obra, tiene un interés exótico. En La
hora de la estrella, durante las doce primeras páginas te dice que te va a
contar, se enreda, se explica, ahora de verdad te lo cuento nos dice, pero
antes otra cosa, y te voy a contar: «Pero volvamos a hoy.
Porque, como se sabe, hoy es hoy. No me están entendiendo y sigo, no muy claro,
que se ríen de mí con risas entrecortadas y ásperas de viejos». Cuando
decide entrar en materia nos cuenta una historia, extrema, particular con
imágenes muy definidas y duras donde la muerte y la intensa vida aparecen
salpicadas tanto en la misma historia como cuando la narradora (aquí narrador)
se deja caer: «Si
todavía escribo es, porque no tengo nada más que hacer en el mundo mientras
espero la muerte». Este es mi pequeño interés en Clarice lispector, que
aparece cuando ella, el narrador no aparece, cuando deja hablar a los hechos,
un hecho, valga la redundancia que hasta ella misma destaca: «Estoy
entrando en un terrible interés por los hechos. Los hechos son piedras duras.
No hay modo de huir. Los hechos son palabras dichas por el mundo». Pero estos
encuentros son diminutas islas en un inmenso océano farragoso.
Pose mentirosa porque no hay resistencia. |
El
interés de base de la escritora viene por la nueva voz dada a las autoras, la visión particular, la reflexión
desde las entrañas, pero hay que superar el modo y esa es una barrera a veces
infranqueable. Tal vez sea una cuestión de estilos y de empatía como se ha
dicho antes. Otra autora, Simone de Beauvoir de una escritura también muy del
yo, de mirada al mundo, tiene eso que a mí me hace introducirme en su mundo sin
impedimentos: el yo no molesta, no apabulla, resurge con una voz cristalina
hasta en la duda: «Quizá toda admiración sea un engaño; quizá solo se encuentre
en el fondo de todos los corazones un mismo carnaval incierto; quizás el único
lazo posible entre dos almas sea la compasión. Ese pesimismo no bastó para
reconfortarme» (Memorias de una joven formal). En cambio, en los textos de la
brasileña se necesitan resoluciones aunque fueran cuestionadas después de
identificadas, aunque fueran repensadas después de ignoradas pero aquí hay un
largo, largo camino de reflexión que no son más que galimatías. Sé que cualquier
texto aquí puesto está sacado de contexto pero ante esto que les cito ¿qué me
dicen?:
«Sólo después iba yo a entender. Lo que parece falta de sentido es el sentido.
Todo momento de “falta de sentido” es exactamente la aterradora certidumbre de
que allí hay un sentido y que no solamente no capto, sino que no quiero porque
no tengo garantías». Parece que todo lo que escribiera supusiera para ella una lucha, una dura lucha contra las palabras.
Ese nivel filosófico, psicológico o metafísico si lo quieren llamar es lo que más
destaca en su literatura y si estás en ese nivel te enganchará, digo yo, y si no,
solo te quedan los hechos que te los cuenta traspasándote las entrañas y son
tan pocos que te provoca impotencia y tirar la toalla. La conciencia liberada
tiene esos peligros. Cada uno estará de un lado o de otro. Es necesario que a
no todo el mundo le guste lo mismo, es algo incluso de pura supervivencia y
lógico. Por mi parte me desvío, las oportunidades que le di serán para otro u
otra.
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