lunes, 14 de mayo de 2012

Clarice Lispector: lo enrevesado tiene un tope.



Clarice Lispector.



Lo habitual, lo sano es gastar saliva y tinta en hablar de algo que te guste. Este es el momento de la excepción.  Sobre todo cuando encuentras algo tan particular, cuando das varias oportunidades y se va conformando el rechazo. Y sobre todo porque te pones a darle vueltas a cómo será ese perfil de gente que opine lo contrario, que le guste lo que a ti no y no te haces a la idea.





¿Clarice o Cindy?





Pues llegó el turno de descubrir, siempre en parte, a Clarice Lispector la escritora brasileña (1925-1977). He de reconocer que cuando escuché por primera vez su nombre creí que se trataba de una cantante, tal vez por el productor Phil Spector (más tarde apareció Regina Spektor que cubrió esa suposición). Tan fuerte y atractivo me parecía el nombre, que parecía inventado para una actriz. Algo así como lo que Jean Cocteau dijo sobre Marlene Dietrich: «Su nombre empieza con una caricia y termina como un látigo». Se forjó en mi mente como nombre de diva. Y ahora que la descubro físicamente parece ser una de esas mujeres inventadas de Cindy Sherman. Ella misma de alguna manera me lo confirma en su Solo para mujeres: «Tu trabajo es descubrir en tu propio rostro la mujer que serías si fueses más atractiva, más personal, más inconfundible. Cuando “creas” tu rostro, teniéndote a ti misma como base, tu alegría es la de un descubrimiento, la de una revelación».





Traspasada cierta línea peligrosa.
Todo en ella es una expresión de su subjetividad. Y esa expresión se hace particular trasladada a los temas y formas empleadas. El tema me interesa pero existe una delgada línea que se puede traspasar y llevar al hastío. Y Clarice Lispector me lo ha provocado. Tal vez fuera, me decía, que empecé mal la travesía con ella. Aprendizaje fue lo primero que cayó en mis manos. Ella misma declaraba que sus libros reclamaban «una lectura irracional, una empatía natural». Tal vez ese sea el único modo, en parte, de conexión. La empatía de raíz no llegó y eso que intenté no juzgar, pero conforme iba avanzando en la lectura me iba violentando. Las reflexiones, dudas y descubrimientos de los protagonistas se quedaban en ese límite vergonzoso, de fácil novela rosa y manual breve de psicología y que no llega a salvarse. Salvación que hubiera llegado si tuviera ese punto kitsch, naif pero no es así: «Eres la misma de siempre. Solo que te abriste en rosa rojo-sangre. Tiré las dos docenas de rosas porque te tengo a ti, rosa grande y de pétalos húmedos y espesos. Lori, voy a estar tan ocupado que tal vez lo mejor sea casarnos para estar juntos» o «¿Te parece que ofendo mi estructura social con mi enorme libertad?» representaban el iceberg de mi impaciencia.





Una mujer se desvela...
La pasión según G.H. sobrepasó cualquier nivel de abstracción establecido. Supone la versión más enrevesada y retórica de los libros de autoayuda en modo ficción. De una idea pasa a treinta, no sé cómo en un mismo párrafo, en una misma línea si me apuran y no te queda sensación de riqueza sino de pérdida: perdido tú lector, perdida tú lectora. Ella lo intuye y te dice: «Por hablarte ¿te asustaré y te perderé? Pero, si no hablase, me perdería y por perderme te perdería» en una especie de captatio benevolentiae que parece una constante suya. Hablarle al lector le habla mucho, eso sí. Algún que otro crítico le ha llamado «egocentrismo literario».








Hechos en carne viva.
En realidad el propósito de la autora, su mirada, es interesante pero cómo la filtra juega en su contra. Cuando entra en materia, cuando filtra mejor su yo, algo que aparece constantemente y enseguida en su obra, tiene un interés exótico. En La hora de la estrella, durante las doce primeras páginas te dice que te va a contar, se enreda, se explica, ahora de verdad te lo cuento nos dice, pero antes otra cosa, y te voy a contar: «Pero volvamos a hoy. Porque, como se sabe, hoy es hoy. No me están entendiendo y sigo, no muy claro, que se ríen de mí con risas entrecortadas y ásperas de viejos». Cuando decide entrar en materia nos cuenta una historia, extrema, particular con imágenes muy definidas y duras donde la muerte y la intensa vida aparecen salpicadas tanto en la misma historia como cuando la narradora (aquí narrador) se deja caer: «Si todavía escribo es, porque no tengo nada más que hacer en el mundo mientras espero la muerte». Este es mi pequeño interés en Clarice lispector, que aparece cuando ella, el narrador no aparece, cuando deja hablar a los hechos, un hecho, valga la redundancia que hasta ella misma destaca: «Estoy entrando en un terrible interés por los hechos. Los hechos son piedras duras. No hay modo de huir. Los hechos son palabras dichas por el mundo». Pero estos encuentros son diminutas islas en un inmenso océano farragoso.




Pose mentirosa porque no hay resistencia.





El interés de base de la escritora viene por la nueva voz dada a las  autoras, la visión particular, la reflexión desde las entrañas, pero hay que superar el modo y esa es una barrera a veces infranqueable. Tal vez sea una cuestión de estilos y de empatía como se ha dicho antes. Otra autora, Simone de Beauvoir de una escritura también muy del yo, de mirada al mundo, tiene eso que a mí me hace introducirme en su mundo sin impedimentos: el yo no molesta, no apabulla, resurge con una voz cristalina hasta en la duda: «Quizá toda admiración sea un engaño; quizá solo se encuentre en el fondo de todos los corazones un mismo carnaval incierto; quizás el único lazo posible entre dos almas sea la compasión. Ese pesimismo no bastó para reconfortarme» (Memorias de una joven formal). En cambio, en los textos de la brasileña se necesitan resoluciones aunque fueran cuestionadas después de identificadas, aunque fueran repensadas después de ignoradas pero aquí hay un largo, largo camino de reflexión que no son más que galimatías. Sé que cualquier texto aquí puesto está sacado de contexto pero ante esto que les cito ¿qué me dicen?: «Sólo después iba yo a entender. Lo que parece falta de sentido es el sentido. Todo momento de “falta de sentido” es exactamente la aterradora certidumbre de que allí hay un sentido y que no solamente no capto, sino que no quiero porque no tengo garantías». Parece que todo lo que escribiera supusiera para ella una lucha, una dura lucha contra las palabras.




Ese nivel filosófico, psicológico o metafísico si lo quieren llamar es lo que más destaca en su literatura y si estás en ese nivel te enganchará, digo yo, y si no, solo te quedan los hechos que te los cuenta traspasándote las entrañas y son tan pocos que te provoca impotencia y tirar la toalla. La conciencia liberada tiene esos peligros. Cada uno estará de un lado o de otro. Es necesario que a no todo el mundo le guste lo mismo, es algo incluso de pura supervivencia y lógico. Por mi parte me desvío, las oportunidades que le di serán para otro u otra.  

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