sábado, 3 de marzo de 2012

This is not a film: un esfuerzo de Jafar Panahi y Mojtaba Mirtahmasb




Un acto de resistencia.





La evidente ausencia de Jafar Panahi en el jurado.
Ante la imposibilidad de rodar, rodar. Ante la imposibilidad de hablar, hablar. Todo lo que se pueda. Recordemos el movimiento internacional  cinematográfico que se generó para exigir la liberación del cineasta iraní Jafar Panahi hace un par de años incluida esa silla vacía como jurado en el Festival de cine de Berlín del 2010. Estas peticiones de justicia y su huelga de hambre pusieron fin a su encierro carcelario donde sufrió vejaciones y donde no se pudo poner en contacto ni con la familia ni con un abogado. Estuvo allí 88 días desde que le arrestaron en su propia casa por actuar contra la seguridad nacional y hacer propaganda contra el régimen. Porque Jafar Panahi manifestó su apoyo al líder de la oposición tras unas elecciones presidenciales fraudulentas.  Algunas de sus películas ya habían sido prohibidas por el régimen iraní pero ahora llegaban a su persona, al foco, a la raíz de su cine. Ya había sido detenido anteriormente pero esta vez fue y sigue siendo gorda la que se ha montado.




Jafar Panahi y su croquis.





Esta no-película titulada Esto no es una película, muestra un día de esos en los que esperaba la sentencia tras haber salido de la cárcel previo pago de una suma de dinero desorbitada. No fue una sorpresa lo que le esperaba como ya le dice su abogada en las imágenes. Al final, en diciembre del 2010 recibió la sentencia: seis años de cárcel y veinte de inhabilitación para hacer cine, viajar al extranjero o conceder entrevistas.  Así es y así nos quedamos; helados.
Ante tal injusticia una se siente conmovida ante la resistencia de Panahi, ante ese pequeño acto de resistencia que supone esta no-película. Porque no es una película. Panahi no puede hacer una película: no puede escribir guiones tampoco, pero  él mismo afirma que sí puede ser actor y leer su guión: ese guión que no pudo rodar. Sin ira, desde la tranquilidad, intenta que de alguna manera salga a la luz esa película y se esfuerza en montar sobre la alfombra del salón el escenario de la película: el interior de una casa, de una habitación. Y se afana en señalar todo detalle: donde está la cama,  unas pequeñas escaleras para entrar en la habitación, él lee y se tumba cuando el personaje tiene que estar tumbado y entonces hay un silencio.




En su casa y con un móvil: el cine no se pierde.




En ese silencio hay dos lecturas. Jafar Panahi se deprime. Es el único momento de bajón que se permite porque se da cuenta que no puede sustituir una filmación, una película con la lectura de su guión, porque si sirviera eso, no se harían películas. Y porque como decía Godard «rodando se descubren las cosas que es necesario rodar». Eso también nos lo demuestra el propio Panahi después, mostrándonos dos escenas de dos de sus películas. La aportación sorprendente que un «actor» puede ofrecer en Crimson gold (Talaye Sorkh, 2003) o el espacio en el que se ubica un personaje que da toda la información en El círculo (Dayereh, 2000). Panahi se queda en silencio también  porque se visualiza a sí mismo. La historia que pretendía rodar y nos estaba contando es la de una chica que quiere estudiar y sus padres la encierran en su casa. La chica es Jafar Panahi y los padres son el régimen iraní. Su guión ha terminado siendo fatalmente un anticipo de su propia historia. Panahi nos desvela que hay una escena de un posible suicidio ante el encierro y una pequeña historia de amor. Ahora Panahi es esa chica encerrada y no sabremos qué salida tendrá porque tal vez no la haya pero siempre hay que resistir. Jafar Panahi venía de rodar un final optimista en su última película Offside (2006) y le han cortado las alas.



Explicando la interpretación de un no-actor.




La no-película solo tiene tres rostros. El de él, el de su amigo que le ayuda grabándole, el director de documentales Mojtaba Mirtahmasb también encarcelado y liberado el año pasado, y un estudiante al final de la no-película. Su presencia representa una historia, una historia más allá del propio Panahi, la cantidad de historias que andan por las calles y a la que hay que prestar interés. Los demás personajes están tras la puerta de la casa, tras el teléfono; es una protección de Fanahi a su familia y una muestra de su aislamiento. Irán está afuera haciéndose presente a base de fogonazos por el día y a fuegos artificiales por la noche.




La mascota de Jafar Panahi.




El director está en arresto domiciliario y lo vemos comer, ver las noticias, regar las plantas, dar de comer al camaleón y hablar por teléfono. Pero no vemos estas rutinas por casualidad. El día que graba lo hace porque ha decidido una cosa: sobrepasar la prohibición de grabar. No se trata de mostrar las consecuencias en sí mismas sino una especie de resolución, de rebelión. La cámara está  ahí. Mira a cámara, y graba con la cámara o con su  móvil. Es de una realidad tan serena que no funciona como panfleto cosa que no podría ni como documento doméstico. Pero eso sí, tiene unos momentos de humor muy buenos con el perro y con un camaleón, su animal doméstico que circula libremente y se mueve entre los libros y los sofás. También la presencia de humor en esos créditos finales donde no figura el típico «una película de» porque no, sino «un esfuerzo de»  y unas gracias veladas entre puntos suspensivos repetidos. Un guiño humorístico que no dice directamente pero manifiesta censura, esa palabra tan fea.





Las barreras de Jafar Panahi.
Una no-película, al fin muy optimista no sé muy bien porqué. Tal vez porque no hay una coda final de dramatismo, de futuro incierto o negro del todo. Se termina con un nuevo personaje, se termina con humor, se termina no queriendo escuchar el relato de su detención sino escuchar las aspiraciones de ese nuevo personaje, el estudiante y termina en la calle, aunque sea tras la reja de entrada al edificio. El optimismo viene por saber que existen directores como él con una necesidad de contar historias reales y emocionales, por ofrecer un cine que ante todo es honesto y que nos da a conocer la problemática de su país. Para mí ver El círculo (Dayereh, 2000) fue una revelación. Y sobre todo viene por el propio optimismo de Panahi. Él mismo declaraba en una carta leída en Berlín por Isabella Rossellini que a pesar de todo él soñaba con la libertad. Por ahora Jafar Panahi ha realizado esta no-película. A saber cuál será el siguiente paso. ¿O eso es ser demasiado positiva?

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