domingo, 19 de febrero de 2012

Las hogueras de Concha Alós.




Mi edición sesentera.



Las librerías de segunda mano. Dos atractivos: la historia que los libros llevan dentro y la historia que le imprime el lector. Unos imprimen más que otros. Yo confieso que soy de las que imprimen a base de bien. Subrayar, redondear, flechas, cruces, colores, números si no hay colores, etc. Deformación por los estudios, tal vez. Muchos incluso claman al cielo como si el libro fuera un alma a la que no hay que violentar. Para qué lo voy a dejar impoluto en una estantería allí enterito, como si no lo hubiera embebido. A mí me sirve mucho para ir al grano cuando recuerdo algo que me impactó, algo que quiero retomar o simplemente ver en qué me detenía por aquel entonces. Los intereses, las emociones varían de un año a otro y a veces echar la vista atrás para ver lo que se era, lo que se llevaba encima a cuestas viene bien. Y para eso no solo sirven las fotografías. Fijar momentos de felicidad.



Para buscar con objetivo claro, tenemos la maravillosa página uniliber.com donde por toda España y después por cada librería te informan de donde está ese libro descatalogado, imposible al que quieres llegar. Pero qué mejor que perderse y sorprenderse. Una tarde buscando otra cosa encontré un par de libros que si no los buscaba conscientemente, estaban ahí para decirme que sí los debía encontrar. Estaban entre esos bloques variopintos de dos libros cinco euros. Allí estaban Aurelia de Gerard de Nerval en una edición del 77 mexicana, una locura breve que ya había leído gracias a la biblioteca siguiendo los pasos de suicidas. El otro libro era por la autora; Concha Alós. El libro: Las hogueras.



Documento autobiográfico sobre la guerra civil.




Concha Alós falleció hace tan solo unos meses. Sirva este texto como homenaje a ella y a otras autoras por ahí ocultas, escritoras durante el franquismo que aunque con premios importantes y tiradas importantes fueron censuradas primero por la dictadura y después por la crítica, brazo extendido de la dictadura. Doble obstáculo que junto con el hecho de ser mujer hacía difícil su visibilidad. De todas las autoras que surgieron durante el franquismo Concha Alós fue la más tardía pues empezó a publicar en los años 60. Y por eso también fue de las que tenían un camino abierto para poder hablar de ciertos temas aunque no se libró de la censura. La moral era más relajada pero no la institución franquista. Sus novelas El caballo rojo y La madama sufrieron por ello, por reflejar la guerra civil y sus consecuencias una severa censura; un largo recorrido por varios censores intentando asegurar algún que otro párrafo. Fue junto con Carmen Kurtz de las más arriesgadas y críticas. Es un testimonio directo de la situación de la mujer, un pelele entonces junto al marido que recordemos se le restringía la educación, se le privaba de una independencia económica y legal, se mutilaba sus capacidades, y para la que el placer le estaba negado. Era la subordinada, el segundo sexo digamos. La defensa de la moral según los postulados católicos y la glorificación de la patria y los postulados franquistas eran la clave en todo esto de la censura. La sutileza y astucia (como señalaba Juan Goytisolo) que estas escritoras manejaban forzadamente son increíbles.




Las hogueras es un fiel reflejo del año en el que se escribió: 1964. Tiene lugar en un pueblo de Mallorca, Son Bauló, donde acuden con el buen tiempo turistas de todas partes. Estamos ya lejos de esa primera posguerra. Ahora España abre las fronteras y Franco intenta poner buena cara al exterior. Si la novela destaca por dos cosas es por la descarnada visión de la sociedad de aquel entonces, enclaustrada, aún tirando desde muy atrás y por un lenguaje brusco, brutal de enorme fuerza. Un lenguaje que conserva aún algo de ese tremendismo español que destacaba la década de antes. Las hogueras no sufrió censura alguna porque aquí no hay referencias políticas más que un par de detalles sueltos como las consecuencias de la cárcel en un hombre muerto en vida. En lo que atañe a la moral, el adulterio del que no hace apología no se desvela sexualmente y la prostitución aparece como uno más de los personajes, pero aparece, todo esto cosa impensable años atrás. Es todo más sutil. El franquismo quería novelas positivas con héroes positivos que demostraran el buen hacer  y orgullo español por lo que esta no es precisamente un buen ejemplo. Para nada. Seres errantes y frustrados sin posible comunicación. La falta de educación, la inmigración que vive insanamente en lugares sin ventilación, la monotonía, la violencia soterrada y no tan soterrada que provoca la represión son evidentes.



Castellón, Murcia, Mallorca, Barcelona: recorrido vital.



La mujer bien en el caso de las clase más bajas, como en la maestra como en la cuasi protagonista de la novela, Sibila, una ex modelo, todas, todas han sido compradas de alguna manera por el hombre y si no lo han sido no son nada en esta vida. «La había comprado Archibald con su dinero, con su paz, como años atrás pudo comprarla otro cualquiera por un panecillo caliente»,  «Las chicas, según ella, no tenían más ambición que llegar a ser el parásito del primer hombre que se les pusiera a tiro», «Podía hacer muchas cosas, podía hacerlas, pero su temperamento, su carácter, la falta de costumbre, su condición de mujer se lo impedían», etc. La posesión se repite una y otra vez en la pareja Sibila-Archibald y se ve en pinceladas esa atadura de pies y manos de la mujer, ninguneada burocráticamente que no puede recibir un dinero que le pertenece si no hace acto de presencia el marido. La figura de la mujer aquí no escapa, pero sufre por dentro la impotencia de saber que no puede exigir placer, que no puede separarse por el motivo de no querer, de que no la quieran: «Bastante sujeta estaba la hembra humana a ese ser fatuo que se consideraba superior y dicta las leyes». Y el ambiente constantemente está encuadrado en un olor fétido, aire viciado y lleno de moscas, marchito, mortecino, donde no hay electricidad.



Y al final, ¿que queda? El silencio, la vuelta a la rutina. «Dios continúa lejano, inasible». Aquí el desamparo real de la sociedad española del momento llena de ira sorda, de impotencia, de una profunda y vaga sensación de fracaso.
Un silencio, un frío en los huesos, una impotencia, una tristeza que a mí no solo me genera la historia. Es un reflejo de lo que provoca la playa en mí. El recorrido temporal de la novela parte del invierno y pasa por la primavera y acaba en verano en un final triste, monótono que no cubre ni el sol. Normalmente una playa, un pueblo costero en invierno es más deprimente que uno de interior; eso todo el mundo lo sabe. Quedan rastros y evidencias de lo soleado, bonito y movido que ha sido ese lugar. Pero no por ser pesimista, yo en pleno verano veo lo contrario: veo tristeza, veo humedad hasta en los huesos, veo soledad, veo que las olas quieren venir pero terminan yéndose, todo termina yéndose. El lugar costero sea en verano o en invierno invita a soledad y esa invitación no es bienvenida. Así que buscaré una novela con mucho tráfico, con mucha actividad, aunque pensándolo bien procuraré no acercarme mucho a las olas, no me gusta el rastro que dejan tras de sí. 

2 comentarios:

josep maria dijo...

Qué magnífico comentario, cómo se agradece que nos restituyan, a veces, la memoria. Recuerdo una infancia llena de niebla, tanto física como simbólica, en mi provinciana ciudad. Apenas llegaban libros a nuestras librerías y seguíamos, claro, los Planeta. (en Barcelona encontrábamos ediciones sudamericanas, principalmente Losada, y extranjeras). Recuerdo esta novela muy vagamente pero la tuve, la leí y la disfruté, tendría 15 años. Ahora los recuerdos, aunque siempre modificados por el paso del tiempo, adquieren un valor importante.
Volveré ha hacerme con la novela, claro.
También he visto en este blog muchas coincidencias literarias.

Errática Ana (Ana Calpena Santana) dijo...

Gracias Josep María! A veces tenemos que traer cosas de muy atrás para entender más el ahora. Me alegran las coincidencias. Nos vemos por aquí y de nuevo ¡gracias!