Confesión de un delito: mi atención se coló por las rendijas de un libro con hojas ya vividas por marrones de la editorial Bruguera, del mismo modo que me llegó Matar a un ruiseñor. Ese libro es Autobiografía de Alice B. Toklas, en realidad una autobiografía de Gertrude Stein. Alice fue la secretaria/pareja de Gertrude Stein durante casi cuarenta años. La señora Stein que vimos hace poco con cara de Kathy Bates en Midnight in Paris (Woody Allen, 2011), convirtió su casa en la rue de Fleurs, 27 de París en más que un lugar de paso (sin ser de reposo) de artistas, donde Pablo Picasso (punto para Picasso por su puntualidad) era una de las figuras centrales. Cuentan (Alice y Gertrude en singular) cómo la casa estaba toda llena de libros y en los lugares donde no había libros, las puertas, tenían dibujos clavados con chinchetas de Picasso y Matisse. Todo un ejemplo de horror vacui. Y nos cuentan sus viajes (Ávila conmovedora), cotilleos artísticos y no tan artísticos (mala la combinación Picasso-Juan Gris) y por supuesto cómo Gertrude gestó y elaboró sus obras porque la mujer escribió unos cuantos guiones, teatro, poesía, novela y ensayo.
Aquí Gertrude, Alice y Basket, el perro de lanas de la primera. |
Erremos (con un momento musical): A Gertrude Stein le gustaba mucho una canción muy americana como ella a pesar de haber vivido la mayor parte de su vida en París, The trail of the lonesome pine. Y esto que van a ver, señores es muy americano sobre todo el estilismo femenino. Aprendan y pónganlo en práctica. Yo creo que ya lo hice en los festivales de fin de curso de mi infancia así que ahora me toca solamente mirar.
Y llega el momento del delito, de la declaración primera, de asumir cierta superficialidad porque una se queda, no con Apollinaire, Braque, Man Ray o T. S. Eliot (¡qué valor!) sino con la “capicuidad” escrita y sonora de William Carlos William(s) y Ford Madox Ford porque me gusta que las cosas cuadren. Ostentar esos nombres es como otorgar el rango de 007 a un escritor. Les da licencia sea la que sea. Es como si nos dijeran algo así como “alto ahí, deténganse, escúchenme, memorícenme, reconózcanme”. Y me puse a investigar pensando qué bonito serían las casualidades (llamémosles padres) de ostentar tales nombres y la casualidad sólo la tuvo el primero. El señor Ford se las buscó para salir un poco aireado y airoso de un lío de faldas matrimonial y ahí cayó el nombre capicúa. Pero sea a modo natural o a modo artificial necesito coleccionar más, por lo tanto, por favor, ¿alguien sabe de más “capicueros” sueltos por ahí?
"Capicuero" nº1: William Carlos Williams. |
"Capicuero" nº2: Ford Madox Ford. |
Posdata: En todo caso recomiendo curiosear en la obra de la escritora norteamericana. En un principio es de una lectura áspera, tosca pero en el fondo bien armada. Será su vertiente poética la que hace que deje algo así como una muy bien disimulada anáfora que al tiempo que te da sensación de infantilidad, actúa como contextualizador. Ahora toca averiguar leyendo algo más de su obra, si esa sensación es por una buena o mala traducción. Y si os convertís en devotos seguidores aquí os dejo un enlace para que lo hagáis saber por las calles.
2 comentarios:
Añado un último descubrimiento: el fotógrafo alemán Horst P. Horst. Buscar la fotografía Mainbocher Corset y veréis que le conocéis.
Encontré otro: El escritor inglés Jerome K. Jerome (1859-1927) cuya obra más conocida es la cómica Tres hombres en una barca.
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