miércoles, 14 de septiembre de 2011

Jacques Brel


Los cambios de rumbo, nuevas intenciones y hábitos empiezan en dos momentos: o bien en enero con el comienzo de un nuevo año o bien en septiembre con el inicio (o al menos el recuerdo) de un nuevo año escolar. Como en enero no fijé ninguno, este septiembre entre otros que aparecen por obligación he decidido incluir una por propia voluntad: el francés. Así que el otro día me asomé a la estantería a echar una ojeada a un pequeño librito que compré en la última Feria del Libro de Madrid. Ese día con el número del stand de la editorial Fundamentos apuntado en la agenda acudí directamente a por Jacques Brel. Ellos editan pequeños libros con las canciones de intérpretes o grupos famosos tanto en su idioma original como traducido al castellano que eso es lo bueno del tema. Ya tenía la de Edith Piaf y ahora iba a por Jacques Brel. Y lo decidí porque no podía esperar más. La verdad es que me sentí que traicionaba en algo una intención antigua.


Hace ocho años cuando llegué a Madrid «sufría» el punto climático de mi admiración por Jacques Brel y un día en clase de guión, mi profesor realizó  una metáfora relacionando la escritura de un guión con una de las canciones de Jacques Brel. No me lo podía creer y para más inri comentó que él tradujo las canciones del belga en un libro que editó Júcar. Fermín Cabal por muchas otras cosas era un buen profesor de esos que se abren en canal comentando, que no sólo lanzan teorías sino que las comenta en propia piel incluyendo palabras políticamente incorrectas si era necesario para que se colasen en nuestro cerebro, las palabras y las ideas. Pues ese día era más admirable aún para mí. ¿Los apuntes? pues ahí están en un armario (no por culpa de Fermín) pero sé que en alguna hoja está bien señalado  lo de la canción de Jacques Brel. ¿Cuál era? Pues  La valse a mille temps, una canción cuyo ritmo va creciendo del sonido de una cajita de música a una embriaguez total.




 Ante personalidades tan fuertes como la de Fermín Cabal una se acobarda y aunque tenía la necesidad imperiosa de preguntarle por el libro, de que me hablara de las canciones, de que me dijera que tenía varios ejemplares en su casa y que me podía dar uno de ellos, no hice nada y ahí he estado ocho años sin conseguir el libro puesto que no lo encontraba. Por eso lo traicioné de alguna manera ese día en la Feria del Libro. Y el otro día con el libro entre mis manos y con un poquito de culpabilidad encima me dije que podía tener los dos porque no están todas las canciones que son en el que tengo. Miré en Internet y allí figuraba en una librería el libro pero costaba 999 euros. Evidentemente, un error pero llamo a la librería y me dan el teléfono del almacén, llamo al almacén y tras deletrear el nombre del belga y tras unos minutos de silencio porque se buscaba en estanterías, el encargado del almacén me dice que no lo tenían. Algún día llegará a mí. Si ustedes lo localizan pues dénmelo enseguida. 


Y de la estantería de los libros a la estantería de los dvd. Allí tenía una película, un musical que recuerdo espantoso y he confirmado espantoso: Jacques Brel is alive and well and living in Paris (Jacques Brel está vivo, bien y vive en París, 1974), el título menos atractivo y comercial que he visto, que más bien parece el código Morse para una emergencia. Musical sin diálogos, donde toda estructura la sostienen las canciones y no vale decir «y así les va» porque señores, se puede sostener, se pueden hacer grandes musicales sin palabra hablada y sí cantada. Ahí tenemos diez años antes a otro Jacques, Jacques Demy que lo hizo en Los paraguas de Cherburgo (Les parapluies de Cherbourg, 1964).



La película en torno a las canciones de Jacques Brel es una adaptación cinematográfica de una obra de teatro de las que entre los años 1973 y 1975 se produjeron (catorce en total) bajo el título American Film Theatre  y que se exhibió en pantalla grande. La película es como un catálogo setentero de programas de Valerio Lazarov, donde la desesperación social y sentida de las letras de Brel se traduce en la imagen de un grupo hippie pasándose el porro a toda velocidad. Un sinsentido, un absurdo y más cuando todas las canciones excepto una están en inglés. Y esa canción en francés aparece como una isla en medio de la película y ahí está Jacques Brel cantando (no podía ser de otra manera) Ne me quitte pas desde sus ojos y desde esa boca suya tan característica que se lanza hacia afuera, porque quiere contarte una súplica de un ser derrotado y sacrificado por amor.  Por el mundo You Tube he encontrado una interpretación suya que no deja indiferente. A ver si la soportan.





Puede ser como ha podido ser siempre que fuera Almodóvar el que me dirigiera a Brel. Y si no es verdad, que lo sea. Quiero formar mi recuerdo en una escena de La ley del deseo (1987) donde se funden teatro, cine y música que os muestro aquí abajo. Escena germen de Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) nacida de Cocteau (La voz humana) y hecha carne por Rossellini y Anna Magnani (El amor, 1948). Aquí Almodóvar toma la versión de la brasileña Maysa Matarazzo que no desmerece nada. Almodóvar recicla y crea y yo lo asumo todo. Quien no quiera ver a Almodóvar como un grande del cine está ciego perdido.




Pero acabemos de nuevo volviendo a Jacques Brel para que os hagáis fieles devotos seguidores del belga (que no francés) con una de mis canciones preferidas, La chanson des vieux amants. Ésta es una de las muchas en las que intervino también como arreglista además de ser el acompañante musical de Brel, Gérard Jouannest, marido de otra mítica, Juliette Gréco que la dejaremos para otra ocasión. La chanson des vieux amants está incluida en la película (¿para qué?) pero excluida del librito. Por eso hay que seguir buscando a Fermín y sentir que no hay traición alguna.



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