martes, 4 de diciembre de 2012

César debe morir de los hermanos Taviani




Gran cartel.



No hay nada objetivo en la película que me lleve a pensar en eso, pero al ver César debe morir (Cesare deve morire, Paolo & Vittorio Taviani) me ha venido a la mente esa mezcla de alegría y tristeza, esas historias humanas que vi en Smoke (Wayne Wang, 1995) y por asimilación y por el espíritu que emana de ella la he tomado como una bonita historia navideña. Buen momento este diciembre para estrenarla. Además hay algo más que las une. Ambas emplean tanto el color como el blanco y negro. Cuando en Smoke la mayor parte era en color salvo un pequeño «cuento», aquí todo es en blanco y negro salvo la representación. Es importante lo del color pues no es nada aleatorio, ni un recuro fácil y estético nada más. Qué menos que en una prisión donde la vida se ve reducida, donde no hay color, donde todo gira en torno a cuatro paredes se muestre gris y los paisajes en color queden en la memoria. El momento de libertad es en el escenario. Allí son otros, están más llenos de valor, de autoestima. Allí todo es posible.






El blanco y negro de la cárcel.






El color de la representación.





Es una recomendación fervorosa la que hago pero daremos un par de pinceladas a la historia porque no creo que se haya descubierto de qué va. Pues de un grupo de presos que se encargan de llevar a escena el Julio César de Shakespeare a través de un taller teatral que se celebra en una cárcel romana. Un momento de liberación, de revelación, de sublimación y de ayuda es lo que supone para ellos montar la pieza. La frase que veis en el cartel de la película es la última que se dice en la película: “Cuando descubrí el arte, esta celda se convirtió en una auténtica prisión”. El arte es algo así como una liberación, una revelación, el anclaje a la vida, la posibilidad de mirarla de otra manera. Es lo que les aporta el arte, en este caso el teatro.






Julio César y los conspiradores.
Es una película de estética, intención y fondo documental pero que respeta la historia, que intenta abstraerse lo menos posible, que no se centra en hacernos ver cómo se quita la piel a una fruta y al hacerlo nos introducimos en unas imágenes que llegan a ser formalmente muy poéticas como el momento de los discursos ante el cuerpo de César o la conversación junto a la ventana de Bruto y  Casio. Película exacta, donde la reflexión sólo aparece implícitamente, lo que la hace volar más allá, y explícitamente únicamente en esa última frase final. Una frase paralela de otra de Antonin Artaud que se podía haber cogido: «No concibo la obra al margen de la vida» y ponerla boca abajo.







Los ensayos en los "pasillos del Senado romano". 







Los hermanos Taviani en los pasillos. 







La sorprendente e inesperada segunda juventud de los hermanos Vittorio y Paolo Taviani les llevó a ganar el Oso de oro de la Berlinale este año. La cárcel, el taller de teatro y los presos existían previamente. Sólo hacía falta asomarse pero armar toda una novedad cinematográfica.





Los Taviani con su Oso de oro.





Curiosamente se ha estrenado casi al mismo tiempo que otra película con la que comparte algo más que haber sido premiadas con el premio principal en festivales de cine de primera categoría este año. César debe morir lo hizo en Berlín y En la casa en San Sebastián. En la casa, la última película del vodevilesco François Ozon también encontramos esa fluctuación entre la ficción y la realidad. Mientras que aquí el profesor de literatura es el que lee y siente en sus carnes la obra de su joven pupilo, que es creador concreto de sus necesidades, en la película de los Taviani son todos los presos que van a interpretar la obra quienes sienten en mayor o menor medida la historia, porque les conecta a algo vivido, a algo eterno. El teatro es un espectáculo, colectivo por tanto, la literatura no lo es. La elección de Shakespeare tampoco es baladí porque como decía Antonio Machado, los escritores que de verdad  han escrito para el pueblo han sido Cervantes en España, Shakespeare en Inglaterra y Tolstoi en Rusia. Son los que mejor conectaron con el alma humana tocando temas clave de la humanidad: la libertad, el amor y la muerte.





Bruto: la amistad y el patriotismo.






Mas que hacer caso al juego teatral, los Taviani se regodean en el mejor sentido, en esos rostros y cuerpos tan reales como así lo son. Y tremendos actores que ya estaban disfrutando del hecho teatral. Es grande lo que vemos en Salvatore Striano que interpreta a Bruto. Actores que son personas encarceladas algunos por delitos de sangre. Eso es así, no hay que obviarlo pero al verlos implicarse tanto en la obra sabes que con otras circunstancias, con otra educación, con otros ejemplos esos hombres no estarían allí o que tal vez su camino se enderece como nos muestran al final. 


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