La ganadora de la última Palma de oro en la 64 edición del Festival de Cannes es la gran película de estreno del mes de septiembre. Terrence Malick, su director, convocará a dos tipos de público: al más cinéfilo, interesado en las novedades que se acercarán por el nombre del propio director y a un público más comercial, interesado en el nombre de Brad Pitt. Y ambos grupos se encontrarán una larga película empeñada en la calidad y distinción de las imágenes. El goce estético de estas imágenes no empalaga en el momento pero se van sumando los contrapicados entre los árboles, rayos de luz, primeros planos, mucha naturaleza, mucha cortina blanca hasta llegar al clímax, un momento Autopista hacia el cielo, que se salva de un final Isabel Coixet evitando cualquier diálogo cosa que se echa de menos en el resto de la película.
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Dios vive ahí arriba.
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Hace unos días salió en la prensa el enfado de Sean Penn que no creo que fuera por las pocas apariciones que le ha dejado Malick en el montaje final sino porque según él, lo que leyó en el guión y lo que vio después difería mucho. Por mucho que se empeñe el actor en los gestos, en tocar la hierba (la imagen fetiche del director norteamericano), en mirar tristemente a su alrededor, es casi un personaje ridículo. Su imagen solo es la excusa para visualizar su recuerdo y todo lo que vemos es mental, es en exceso visual, es en exceso lírico. Un poco de narratividad no vendría mal.
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Sean Penn en busca de la conciliación. |
El exceso de lirismo que hace que uno se aleje de El árbol de la vida también hizo que me alejase de Días del cielo (Days of heaven, 1978) y sin embargo Malas tierras (Badlands, 1973) y La delgada línea roja (The thin red line, 1998) las encontré en el justo equilibrio de narratividad y lirismo. El relato americano de John Smith y Pocahontas de El nuevo mundo (The new world, 2005), queda por determinar en qué grupo cae. Y ahí está toda la filmografía estrenada de Terrence Malick y eso que va ganando terreno a Víctor Erice, los dos perezosos genios del cine contemporáneo pues ha duplicado ya al español en filmografía porque el año que viene Malick estrenará su sexta película The Burial entre otros con Javier Bardem. La película está ya rodada por lo que no pasará como pasó con Erice y El embrujo de Shanghai. ¿Podría ser que Bardem, un seudo sosias de Brad Pitt en España se encariñara con Víctor Erice y le produjera su próxima película igual que ha hecho Brad Pitt con Malick? Me gustan las cuadraturas.
Pues sí, Brad Pitt ha producido y ha protagonizado una película donde funcionan dos dimensiones: la vida en particular de una familia y la vida, en grandes caracteres: la formación del Universo y los dinosaurios que junto con cascadas, imágenes submarinas, planetas y selvas vírgenes encuadran la historia. Las metáforas que surjan de ahí y la voz en off es lo que intenta hacer compacto el paquete. Una voz en off que falla en una ocasión cuando escuchamos la del padre que hasta el momento era un vértice alejado de la voz en off del hijo mayor y de la madre que son las que guían la película. La del padre no era previsible y se tiene la sensación de que ha entrado de forma forzada, más que una redención, es una introducción para el espectador no para la historia, para compensar, para que veamos que el perdón, tal como dice la madre, es necesario al igual que el amor a los demás.
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Jessica Chastain. Toda llena de gracia. |
No diremos que es una filosofía que queramos lejos de nosotros (quitando la palabra Dios) pero hecha película aquí se rechaza un poquito. Justo hace un siglo se publicó un libro que de alguna manera es el reverso de la película, El árbol de la ciencia. Ambas obras tienen bastante de autobiografía. Si Baroja estudió y ejerció medicina, Malick se crió en Wako y muchas cosas que suceden en la película le sucedieron a él. Sus protagonistas son trasuntos de sus autores. Y ambos ejemplifican una posición filosófica que queda demostrada en la elección del título al hacer referencia ambos al Génesis, a esos dos árboles que plantó Dios: «El que comiera del árbol de la vida tendría vida eterna. El que comiera del árbol de la ciencia, del bien y del mal, ganaría conocimiento del bien y del mal, pero también moriría». Son dos opciones vitales. Ambas obras hablan del sentido de la vida, de la muerte. Pío Baroja, con su pesimismo existencial, muestra la religión como una superstición: «eso que llamas fe no es más que la conciencia de nuestra fuerza» y elige esa posición del árbol de la ciencia donde se revela una realidad miserable y doliente, se elige una vida consciente, en exceso reflexiva. Malick escoge una vida donde se alcance la gracia (la madre), la eternidad, donde se traspase el dolor, se asuma, que es el camino que recorre el protagonista Jack O’Brien a través del agua, elemento muy importante en la película porque quita y da la vida. De entre tanta claridad en rostros y espacios, el rostro de Jack niño es un rayajo de verdad en medio de la pantalla. Con su rostro más marcado y más moreno que el de su hermano, que le sirve de contraste, nos muestra ese descubrir violento de la vida, del contexto en el que estamos. En esos momentos de los rostros de ambos merece la pena la historia que nos cuenta pero está envuelto en un papel de celofán que hace mucho ruido pero no lo hace más interesante.
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La madre y dos partes de su prole. |
POSDATA 1: Resulta interesante las dos críticas confrontadas que aparecen en el nº 48 de Cahiers du cinema España (pág. 9-11) de Carlos Reviriego y Ángel Quintana.
POSDATA 2: La Casa encendida en Madrid dentro de “Todas las cartas. Correspondencias fílmicas” va a proyectar entre los días 10 y 16 de Octubre las diez cartas entre Abbas Kiarostami y Víctor Erice.