viernes, 20 de marzo de 2015

Recuerdo y urgencia: Truffaut y La chambre verte



 
Julien observa su pasado.


 

Jean-Pierre Léaud, el cinco veces Antoine Doinel, orgulloso de su padre cinematográfico confesaba que nos parecemos a quien amamos. Toda una declaración de amor y sinceridad para con Truffaut. Quien ama a Truffaut se parece a Truffaut.  Y Truffaut más que ningún otro es todo su cine. La conexión personal entre su obra y su persona es uno de sus rasgos reconocibles. En su obra, la ficción pura es solo una pequeña parte.



Truffaut ejercitaba lo mismo que nosotros aquí: la memoria. ¿Veis cómo nos parecemos? Les quatre cents coups (Los 400 golpes, 1959) partió de un trabajo de memoria; de búsqueda por entre su memoria. Al mirar su foto escolar durante horas recordó nombres, lugares, profesiones de padres, situaciones, etc. que construyeron su ópera prima. Y a partir de ahí toda su obra es una reivindicación del derecho a no olvidar. 
 
 
 
Recuerdos en azul.
 
 

Diecinueve años y diecinueve películas más tarde en La chambre verte (La habitación verde, 1978)  ese derecho se encarnaba y verbalizaba en su misma persona. La chambre verte empezaba y empieza con imágenes en azul de la Primera Guerra Mundial; imágenes al aire libre con derrotados, heridos y muertos a los que al final el protagonista, nuestro Truffaut, superviviente sufriente, daba cobijo y protección. Protección contra el olvido. Pues a luchar contra el olvido se dedica su personaje Julien afanosamente: siendo un virtuoso escribiendo necrológicas en un periódico local, enseñándole a su hijo fotografías de los muertos de la guerra, y finalmente dedicándole a estos y principalmente a su mujer fallecida diez años atrás una capilla; un bosque de llamas.

 

Sí, Truffaut rendía pleitesía al pasado pero era un hombre lanzado al futuro con intensidad. La urgencia por hacer le quemaba la cabeza y las manos. Era tiempo lo que le faltaba para realizar todas las ideas que circulaban por su cabeza. Ideas que eran vivencias sufridas, disfrutadas; vividas y nunca postergadas.
 
 
 
El bosque de llamas.
 
 
 

Entre su vuelta al pasado y su urgencia del futuro estamos nosotros perpetuando en el presente un asiduo y constante tributo. Porque Truffaut es el ciclo vital. Al final de Le chambre verte, el personaje de Nathalie Baye colabora en ese bosque de llamas que el personaje de Truffaut creó, encendiendo una vela por él. Tributo último a esa su última fisicidad en pantalla. Y ahí está; entre los muros transparentes de nuestra imaginación. La imaginación vital que él nos provocó.

 

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