El laberinto. ¿Y su salida? |
Era
un reto y un vistazo al estado de la nación de Ana. Así que allá iba. Viaje,
vuelo, recuerdos y necesidad de sobreponer otro viaje, otro vuelo y otros
recuerdos. Bruselas. Que fuera una ciudad francófona fue el detonante de la
búsqueda de arreglo. Al menos Bruselas lo es en su peculiaridad
franco-flamenca. Y la francofonía últimamente juega un papel muy importante en
mi vida igual que en mis conversaciones el verbo madurar. Al comprobar que
entendía bastante y me atrevía a intercambiar alguna que otra frase hizo acto
de presencia el recuerdo del principio de todo. Mi primera palabra en francés
buscada, necesitada y aprendida: SORTIE
(salida). Estaba con 16 años en el laberinto de Alicia en el País de las Maravillas en Eurodisney (viaje de fin de
Instituto) y estaba perdida. Al ver sortie
experimenté el reconocimiento de entender algo fuera de mi idioma. Y ¡qué menos
que una salida! No sé si hice foto a esa palabra, sí recuerdo alguna foto del
laberinto.
Magritte en modo surrealista. |
Marzo
estaba siendo muy cristalino (el de ahora, no el de mis dieciséis años) y no
por su claridad y evidencia sino por lo más tangible. En casa se cayó y rompió
el cristal del baño: todo un metro de cristales rotos ocupando todo el espacio.
Acababa de salir yo del baño tres minutos antes. Siete años de mala suerte
anuncian por la rotura de un espejo o buenísima suerte por no habérseme caído
encima. Me acojo a lo último pese a la fuerza de una abuela muy al tanto de los
tiempos de desgracias supersticiosas. Después, hago una visita al pueblo, y
estando sola con mis sobrinas, la mesa de cristal se rompe: añicos, tirita en
el pie de mi sobrina y de nuevo me encuentro recogiendo cristales. De vuelta a
la capital, cosa que nunca me había pasado, se me olvidan las gafas allá.
Demasiadas coincidencias. A ver cómo iba yo a terminar el mes y sobre todo con
un viaje previsto. No ha pasado nada aunque quedan tres días aún para declararme
oficialmente a salvo. Veremos.
A eso hemos venido. |
Con
la seguridad de que podría salir de cualquier sitio (sortie) y olvidando los cristales, empecé mi recorrido por
Bruselas. Lo contaré sin orden ni concierto, por la simple ventolera que me dé.
Sí quiero adelantar a aquellos que formaron parte de mi viaje: Jacques Brel,
Chantal Akerman y Emmanuel Carrère. Ellos son los que justifican esta entrada
más allá de mis confesiones íntimas.
Vida escrita. |
Por
azar, por vistazo, por madera, por gente, por intuición y porque hay muchos
lugares para cerveza pero pocos de café mañanero pues me meto a tomar el
desayuno en un bar más tendente al flamenco que al francés. Mucha luz por los
cristales y me siento en la segunda mesa cerca del cristal. La belga que estaba
en la mesa pegada al cristal se va y se sienta una rubia que saca un libro: las
Memorias de Pedro Solbes que ni sabía
que existían. Durante todo el desayuno con el libro abierto delante de ella se
pone a conversar sola con el libro en viva voz. No sé si se estaba preparando
para una entrevista con Solbes, o lo tomaba por inspiración para el próximo
encuentro con la pareja con la que quería romper porque no estaba ella hablando
muy dulcemente pero el caso es que esa era mi compañía. Mientras yo, estoy
leyendo Un roman russe de Emmanuel
Carrère con cuya escritura autobiográfica conecto. Justo cuando me había
sentado para desayunar llego en la novela a un momento inesperado: un momento
erótico. Inesperado era por lo que llevaba leído pero un par de horas antes de
coger el avión había ya leído otro momento similar, esta vez dirigido a mi
persona. ¿Preparación, ambientación, anticipación? El caso es que en Bruselas
mientras yo aprendo palabras francesas de tema íntimo, escucho murmurar un
proyecto de conversación con Pedro Solbes. Contexto europeo done los haya.
Emmanuel tú no sabes lo que has hecho. |
Otra
cosa que descubro en el libro es que once palabras, solo once palabras en todas
las 399 páginas del libro de bolsillo que llevo entre manos aparecen en
negrita. Y no por mi inventiva sino por el propio estilo del escritor, me pongo
a pensar que esas negritas quieren decirme algo. Pueden ser un fallo de la
edición, de la impresión pero también un juego que propone Emmanuel dentro de
la novela puesto que ya ha jugado con nosotros: nos ha propuesto otro juego,
nos ha interpelado directamente e incluso nos ha dado su propio mail. Así que
recolecto esas palabras en negrita e intento darle una razón de ser pero no la
encuentro:
PENSER – SUR – PRÈS – AU BORD – FORT – LES – MAINTENANT – RÉELLEMENT – AVANT – TROP – TOI.
Mi
nivel no llega a equilibrar creatividad y reglas gramaticales en francés y me acerco ya en Madrid a un
par de librerías para buscar al menos dos ediciones del libro y averiguar si al
final fue un error de impresión o una intención de escritor. Tres librerías y
solo encuentro mi edición. Invadidos por su novela Lemonov, los estantes no me dejan comprobar nada. Cotilleo entonces
por Internet pero nada encuentro sobre el tema de la negrita. Si alguien tiene
otra edición que no sea la de la colección Folio de Gallimard, que se fije y me
lo diga. O tendré que usar el mail de Carrère y pedirle explicaciones.
¿Me lo cuelgo? |
Regresando
al momento desayuno bruselense, llega un momento en que dejo de leer y de comer
y salgo a la calle continuando mi paseo. Entro en un patio interior y alguien
me llama «coucou» y me invita a tomar un café. Acababa de tomarme un café y eso
que no soy muy cafetera, pero pueden más las ganas de hablar en francés. Puede
más eso que tratar con un desconocido, que me invita a un café y cierra la
puerta del bar tras de mí. Así que tomo el café, me tomo la pasta que lo
acompaña, un vaso de agua, hablamos y evidentemente me propone lo que me
propone, me da un beso en la mano, una tarjeta donde escribe su teléfono y yo
digo que tal vez mañana. Como despedida me enseña el lugar y me abre otra
puerta distinta también cerrada con llave. Sigo mi camino como si nada. Al día
siguiente me encuentro con una puerta a la que quiero hacerle una foto porque
me gusta ella sola y lo que lleva inscrito. Estado de la nación de Ana.
Jeanne nos espera en su cocina de Bruselas. |
Portal de Jeanne. |
El
objetivo más fácil, barato e inusual del viaje era ir al portal donde se
situaba una de mis películas preferidas: Jeanne
Dielman, 23, Quai du commerce, 1080 Bruxelles (1975) de Chantal Akerman.
Once años hacía que me quedé petrificada en la sala de cine ante lo que estaba
viendo. Así que era inevitable que allá fuera. «Voy a ir andando» dije y me
miran extraño. Yo ante la cara de extrañeza calculo que será una hora y lo digo
y digo que no me importa, que estoy acostumbrada. Allá que voy no vaya a ser
que caiga la noche y no pueda verla bien. En veinte minutos llego. Me doy
cuenta de que Bruselas es manejable. Allí que me planto, hago fotos, cojo un
botón del suelo, cotilleo qué comercios hay alrededor. La calle tiene doble
sentido para los coches y delante del portal pasa el tranvía. Cerca hay un
teatro. Leo en el portal el nombre de los que viven allá por si por casualidad
vive allí alguna Dielman o Akerman o cosa así. No es así pero le hago fotos. Ya
satisfecho el portal, recuerdo en la película, el ascensor y los buzones. Tengo
curiosidad por ver el interior, por ver si realmente se filmó allí pero mi
francés no me da para explicar una cosa tan extraña así que ni lo intento.
Baile y cine a modo belga. |
Planeando
el viaje miré la programación de la filmoteca, allí Cinematek. Entre tanto ciclo
y cine rumano, griego y georgiano descubro que el domingo proyectarán una
película belga de una pareja que hace un año descubrí y me parecieron curiosos.
Perfecto. Veré Rumba (Dominique
Abel, Fiona Gordon y Bruno Romy, 2008). La entrada cuesta 4 euros. Constato que
Bruselas es más caro que Madrid aunque evidentemente para mí. No para los
belgas que cobrarán un buen sueldo. Entro en la sala y somos siete personas. Se
trataba de una sesión infantil y solo entran dos niñas. Las dos hablan en
castellano cosa que en el centro se constata enseguida: el castellano est partout. Una de las niñas pregunta a
su madre porqué hay tantos adultos. A esta niña y a su madre no les gusta la
película. Yo la adoro. Me parece surrealista y como me cuentan después, los
belgas son muy surrealistas. Constato que Magritte no era una isla, era una
consecuencia. Y no me importa que solo se digan cuatro frases en la película. A mí me pasa esto. Recuerdo que a un amigo alemán de visita por Madrid que quería ver cine español por el idioma, le llevé nada más y nada menos que a ver Tiro en la cabeza (Jaime Rosales, 2008) donde no se dice ni una palabra. No sé por qué hago esas cosas pero parece ser que las hago.
Como yo dejé a mi gofre. |
El
gofre llegó el último día. Como no soy muy dulzona yo, pues quedó para lo
último. Pero me lo tomé y con tantas ganas y ahínco que en el primer bocado le
quité al pequeño tenedor que te dan, uno de sus tres dientes. Estuve un rato
intentando no tragármelo. A los dos días de volver a casa, también le quito dos
dientes al gancho para el pelo. Ahora me doy cuenta que es un homenaje que hago
inconscientemente a Rumba. Y me quedo
más ancha que larga.
Como hubiera sido verle... |
Pero
uno de los grandes objetivos del viaje era acercarme más a Jacques Brel puesto
que aquí nació. Allí tienen una pequeña exposición sobre él y su relación con
los bruselenses. Emocionada estaba yo por ver las composiciones de su puño y
letra, de saber que escribía de pie, que sudaba a raudales, que para él el
sentido del humor era muy importante y más cosas. Al final del recorrido pues
adquirí las dos películas que había dirigido para ampliar más mi acercamiento a
tremendo artista. Películas que no iba a poder ver en otra parte ya que las
habían editado ellos. ¡Y me las traje! Se trata de Franz (1971) y de Le far west
(1973). Sé que las veré con ojos de admiradora del cantante y menos con ojos
cinéfilos que para el caso es como hay que presentarse.
Cántame lo que tú quieras. |
Fue
Brel quien cerró mi viaje pues en el vuelo de vuelta mi cabeza no paraba de
tararear una canción suya. No la escuché en la exposición y no la podía
escuchar en ese momento porque no la tenía en mi i-pod pero me rondaba y mucho. Es ahora cuando me la pongo una y
otra vez: Le prochain amour. De nuevo
me pregunto ¿Preparación, ambientación, anticipación? Evidentemente porque todo lo que viene aunque dure solo un verano
y sea como una guerra…«ça fait du bien d’être amoureux».
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