martes, 10 de diciembre de 2013

Elecciones por el puro gusto. Reacción a La grande bellezza y a un sueño.





Historia de una vida, historia en una ciudad.




Ayer me senté en una sala de cine y vi La gran belleza (La grande belleza, Paolo Sorrentino, 2013). Confieso que fui, espoleada y guiada por el detonante del premio a la mejor película del año en los Premios del Cine Europeo. Por otro lado, la duración de una película no es, para mí, un factor de demasiado peso a la hora de ir a verla, el que retratara una ciudad europea sí. Ambas cosas tiene La gran belleza. Eso en esta ocasión. Una vez empezada la película fui consciente de la película durante toda la proyección. Esto puede ser bueno o puede ser malo según si se quiere atacar o defender la idea. Es malo si la idea es que la película te lleve lejos o te sumerja en su mundo. Y bueno si te hace apreciar, analizar y descubrir al tiempo que la ves, cosas que no solo pasan por la emoción. Entonces, repito, fui gratamente consciente.




Fauna urbana creando arte.




Y estando en esa consciencia estuve en muchos sitios. Nada más empezar, la estética de la película me atrapó tanto formalmente como de contenido. Con respecto al contenido puntualizo que uno se integra y hace lógica la exageración, mal gusto o qué se yo qué opiniones diversas de ese contexto italiano. El ligero travelling, la simetría del plano del monumento fluvial con las cantantes, el plano medio de la cantante, la música, el eco, el cálido tono del momento del día elegido, el encadenado del esperado grito en la siguiente secuencia, etc. Todo me encandilaba reconociéndolo. Tal vez adulaba mi ego cultural que todos necesitamos mimar. Y seguí comprometida con la película. No voy a negar momentos de relajación, que los hubo, pero se disipan en el recuerdo.





Léos Carax mira desde arriba.






Fui consciente también de que me llevaba a mucho cine europeo: Wenders donde no me apetece meterme más a fondo; Fellini y Almodóvar por la fauna humana y retrato de una ciudad. Pero donde quiero llegar es que me vino a la mente Holy Motors (2012) de Léos Carax. La conexión vino tal vez por los momentos de fantasía, por la envergadura del proyecto o por los actores fetiches de los directores como protagonistas al que le rodea cierta fauna (Toni Servillo – Denis Lavant). Al contexto temporal y espacial no le voy a quitar mérito, por eso tal vez la conexión se vio favorecida por la escasa diferencia de tiempo de estreno y porque ambas las vi en la misma sala del mismo cine sin otra película en ese espacio que las intoxicara.




De todas formas regodeándome en ambas, Léos Carax no necesita permiso, es un alterador del orden fílmico. En cambio Paolo Sorrentino lo primero que hace es avisar y nos hace leer a Céline con una cita de Viaje al fin de la noche (1932):



“Viajar es muy útil, hace trabajar la imaginación. El resto no son sino decepciones y fatigas. Nuestro viaje es entero imaginario. A eso debe su fuerza. Va de la vida a la muerte. Hombres, animales, ciudades y cosas, todo es imaginado. Es una novela, una simple historia ficticia”.





Sorrentino avisa de la ficción que veremos, una ficción a pie de tierra que tiene un par de momentos mágicos (la jirafa y la última aparición del personaje de Ramona) que podemos no darle la entidad de fantasía. La verdadera creación en la vida la podemos tener todos, parece decirnos Sorrentino; solamente trayendo al presente los buenos recuerdos, los momentos que dejamos pasar de felicidad o que no entendimos. El recorrido vital romano del escritor Jep Gambardella comenzó con 26 años los que yo tenía al llegar a Madrid. No solo este dato insignificante me liga a La gran belleza. ¡Pero si es que hasta Sorrentino me hace menos difícil mi elección italiana y no francesa, no solo por la cita de Céline sino por la presencia fugaz de Fanny Ardant!





¿Es la simetría clasicismo?




Y por último en mi recorrido de consciencia, volviendo a ella, fui consciente de lo que opino de mí. El objetivo de lo que escribo no es realizar un comentario de lo visto ni en una ni en otra sino lo que provocó en mí. Que me gustara más la película italiana que la francesa es lo importante. ¿Por qué? El camino fácil, lógico y generacional sería que me gustara la francesa y más con la filiación francesa que tengo últimamente. Pero no puedo mantener la pose y creo que lo que escribo ahora me sirve para asumirlo y por eso antes hablaba de adular mi ego cultural. Porque hasta llegar aquí me he castigado. Y esto viene de largo. 



Prefiero el encadenado al corte brusco, un cuadro a un puzle, una reflexión a un disparo, un ensayo a un relato, un piano a  la música industrial (que no mainstream) y muchas cosas más. Y difícil es cuando tu contexto o el foco con el que te mides es otra cosa. Siempre me he sentido rara pero no en el sentido moderno. Mi rareza era de la de mirar atrás, no adelante. Mi rareza se ancla en un pasado no vivido aunque conocido, mientras que la rareza moderna se basa en lo nuevo novísimo y lo que queda por vivir. Prefería no participar en cuestionarios no por timidez sino para que la gente no perdiera el tiempo y yo tampoco me pusiera en plan masoquista y lo digo tan segura porque lo viví. Recuerdo una encuesta en la universidad que gente de mi edad me pidió que hiciera. A medida que avanzaba la encuesta el bolígrafo ya no tenía por qué seguir trabajando. Lo vi dudar, ir más lento. Mis hábitos, mis gustos ¿a santo de qué? Hace años lo cubrías con un tupido velo, ahora no tengo por qué. Es lo que tiene la edad y por eso no me importan las arrugas: ¡he conseguido cosas mejores!












La parrafada y apertura en canal anterior no solo lo provocó La gran belleza sino también un sueño que tuve hace un par de noches. Allí yo cantaba muy bajo la canción Cry me a river de Julie London. Al escucharme, otra mujer frente a mí, la reconocía y continuaba ella cantándola. Después mirándome me decía que las dos teníamos que haber nacido en esa época no en esta. Igual que la película me gustó y lo asumo, igual que lo asumo escribiendo aquí, lo asumí también en sueños. Porque que tú te expreses cantando, que otra persona cante lo que tú y que ella exprese en conjunto lo que podrías pensar tú en solitario es un bonito y positivo sueño créanme. Definitivamente sin yo ser consciente pero asumiendo que soy yo la que me dirijo, mis elecciones, mis películas, mis músicas, mis sueños, mis conversaciones y mis amigos me llevan no a no sentirme rara sino a asumir que todos lo somos; que al igual que somos seres sociales, somos seres individuales; que solo es el contexto el que muchas veces nos define y el contexto varía constantemente.






Factores para decir "me gusta".






Pierre Bourdieu ya le daba vueltas a mi elección cinematográfica en su obra La distinción. Criterio y bases sociales del gusto: «La naturaleza de los bienes consumidos y la manera de consumirlos, varían según las categorías de los agentes y los campos a los cuales aquellas se aplican». La obra de Bordieu por cierto, solo la he ojeado que no hojeado porque internet es visual y no táctil y visto lo que he escrito por aquí me es urgente y necesario leerla. Queda pendiente para meses más tranquilos y sin falta en su momento, aquí daré cuenta de ello.   


domingo, 17 de noviembre de 2013

Cuando la lluvia cae. Parte I.





Tina quiere un chorro bien dirigido. 




Siempre hace falta que llueva suave y constante en España. Ya estaba por pedirle al cielo lo que Carmen Maura al funcionario de la manguera: «Riégueme, riégueme toda». Pero no ha hecho falta, el agua está aquí. Apollinaire y yo podemos decir Il pleut! ¡Llueve! Que se quede poco o mucho ya es otra cosa.






Un ideograma en mojado.





En realidad no soy muy adepta a la lluvia aunque sé que es necesaria pero con la de juego que da, como para no aprovecharlo. Por ejemplo, qué gusto da sacar a relucir bonitos y artísticos paraguas. Con los nuevos tiempos, los paraguas de antes han desaparecido. Recuerdo yo uno en el paragüero de mi abuela. Era un paraguas con mango plateado con tres piedras de color verde transparente incrustradas. Nunca lo abrí, nunca se abrió, nunca vi que se usase.  Ahora se lleva el plegable, menos perdible pero más soso por implicaciones tecnicas. Recreémonos entonces en cómo era antes la cosa con el inicio de Los paraguas de Cherburgo (Les parapluies de Cherbourg, Jacques Demy, 1964).











Aunque a lo largo de mi vida me he encontrado con que muchas personas odian los paraguas.  Les parece antinatural cubrirse de la lluvia con uno. A ver, sí, la lluvia es una cosa natural y está bien notar la lluvia pero en esta vida donde estamos inscritos en asfalto, calefacciones exageradas, contaminación y alergias, un pequeño techo momentáneo no se rechaza.






Para empezar otoñalmente en la poesía.






Para más loa al paraguas, un librito de poesía y dibujos editado por Mil y un cuentos que se llama Versos para leer con paraguas. Os dejo aquí el más breve de sus composiciones:




“Es como lluvia la risa
carcajada, el aguacero.
Es la llovizna, sonrisa
y un chaparrón, con la brisa,
un risueño sonajero”.













Brassens fue el compositor de la canción que tenéis justo arriba y espero podáis reproducirla y tenía otras sobre el tiempo, la lluvia y demás. Brassens inconfundible con la lengua suelta. En su canción L’orage llamaba imbéciles a los países donde jamás llovía. Empezaba declarando: «Parlez-moi de la pluie et non pas du beau temps. Le beau temps me dégoûte et me fait grincer les dents. Le bel azur me met en rage» («Habladme de la lluvia y no del buen tiempo. El buen tiempo me disgusta y me hace rechinar los dientes. El azul del cielo me pone furioso»).  Sobre todo declaraba esto porque a la lluvia le debía que buscara en él cobijo una mujer casada. El peso de las circunstancias.  











También podemos dejar que la lluvia corra por el cristal descifrando figuras. Una gota detrás de otra puede llevar como las nubes a la imaginación y si no llegan esas gotas convertir la condensación del espejo del baño en lágrimas. Esa imaginación provocada por las formas imprevistas tiene a uno de sus mayores exponentes en Chema Madoz.






La imaginación descubierta.






Hilar lo efímero.





Esta última imagen me lleva directamente a una declaración de Louise Bourgeois que me parece maravillosa y que ya una vez creo que hace poco ya usé por estos lares. Algo de ese juego metafórico, de mirar más allá de lo aparente del objeto tiene, como hace Chema Madoz la frase de la artista. Louise Bourgeois declaró: «Siempre he sentido una enorme fascinación por la aguja, por el poder mágico de la aguja. La aguja se utiliza para reparar el daño. Es una petición de perdón. Nunca es agresiva, no es un alfiler».






Radiografía de aquella España en femenino.





Susana Canales se alejaba del Viaducto de Segovia.






Pero volviendo a la lluvia, a las gotas que dejábamos en el cristal para avivar la imaginación, en ocasiones tienen tanta vida, tanta o más que quien las mira. Así lo hacía en Calle Mayor (1956, Juan Antonio Bardem), Isabel (Betsy Blair). Afuera hay movimiento, dentro de casa no. Y ya que citamos cine español del bueno en blanco y negro en mojado pues traemos aquí ese momento de Susana Canales por las calles de Madrid toda empapada en esa película que ya auguraba en su título ese momento: Cielo negro (1951, Manuel Mur Oti).



Ya habrá tiempo para más referencias. Por hoy aquí paro. Como última píldora os dejo a Jeanne Cherhal quien declara amor y querencia hacia el agua. Yo a vosotros os deseo que tengáis un bonito arco iris.









viernes, 25 de octubre de 2013

La embriaguez de la metamorfosis de Stefan Zweig.





"Moverse, percibir el mundo y a sí misma, ser otra y no la de siempre"



Hace cuatro años empecé a leer recién llegada a Barcelona La embriaguez de la metamorfosis de Stefan Zweig. La lectura nunca llegó a completarse. Mis circunstancias personales hacían que lo que estaba descubriendo entre sus páginas no fuera lo que más necesitara emocionalmente. No es una cosa que haga normalmente, el dejar inacabadas películas o libros. Siempre saco algo en claro al final. Pero esta vez era una necesidad casi vital. Abandonada la novela es ahora cuatro años más tarde cuando le doy otra oportunidad. Si la razón de dejarla fue anímica, mi ánimo ahora es claramente otro. Ahora podré y puedo, me digo.



Y así ha sido. Y lo que me ha desconcertado después, indagando en el contexto de su escritura es que a Stefan Zweig le pasó algo parecido. Mi intermitencia lectora es paralela a su intermitencia creadora. Empezada a finales de los años veinte, la estuvo elaborando hasta antes de su muerte en 1942. La razón más que de crisis creativa es emocional como la que yo sentí. Así encuentro estas palabras de Jean-Jacques Lafaye hablando del motivo del abandono de su elaboración: «Es demasiado sensible a los cambios de su propio humor para conseguir la integridad que requieren las obras maestras».





Manualidad.




La embriaguez de la metamorfosis, se publicó por primera vez en 1982 y se dice de ella que es una novela inacabada. Puede que así fuera porque no la publicó en vida pero bendita no-finalización. Es verdad que el final es el inicio de otra metamorfosis en la protagonista que nos puede ser contada y constituiría un nuevo giro en la historia pero todo ha quedado expuesto ya. Esa historia íntima del comienzo ya se ha convertido en un ejemplo de historia colectiva. Y la historia nos es válida tanto si la miramos en su contexto de ficción (Austria en 1926), en su contexto de creación (entre la Primera Guerra Mundial y la llegada del nazismo) como en nuestro contexto de lectura y mucho, no os podéis imaginar cuánto.



Lo que aquí escribo, aunque formal, se mueve por algo muy personal. Y pretendo reflexionar, desentrañar exponiendo y sobreexponiendo todo lo leído. Por eso y porque no estoy intentando vender nada, ni siquiera la idea de que tenéis que leer la obra, informo que desvelaré cosas. Que podéis parar aquí y volver al texto una vez leída la novela para compartir conmigo vuestra impresión o al menos contrastarla.



Hay un motivo externo que al final he descubierto y que me mueve por dentro. Hace poco menos de tres años empecé a darle vueltas a la posibilidad de escribir un ensayo sobre los artistas suicidados del que iba tomando notas pero que nunca empecé. Alguien me dijo que ese era un suicidio, ponerse manos a la obra en ese tema. Yo misma tuve otros intereses de por medio. Y ahora lo estoy volviendo a retomar. Leo Suicide de Édouard Levé y leo La embriaguez de la metamorfosis.




El descanso del escritor y su esposa.





Stefan Zweig se suicidó junto a su mujer en 1942 y sobre su cama en Persépolis en Brasil los encontraron. En La embriaguez de la metamorfosis se encuentra el antecedente, la posibilidad, el tanteo, el rumor de esa idea. Christine y Ferdinand deciden suicidarse porque la sociedad no les deja otra. El señor Zweig declaraba en una de sus cartas de despedida: «El mundo de mi propia lengua ha desaparecido y Europa, mi patria espiritual, se destruye a sí misma» y siendo metafórico con el nazismo terminaba así: «Saludo a mis amigos. Ojalá puedan ver el amanecer después de esa larga noche. Yo, demasiado impaciente, me les adelanto».



Su suicidio y el de sus personajes no vienen por un sufrimiento personal, individual, de no saber manejarse en el mundo sino de un sufrimiento social, de no poder manejarse en el mundo. Ferdinand justifica su decisión así: «Es quizá el único trozo de libertad que uno posee en la vida, la libertad de desecharla. Nosotros, sin embargo, somos jóvenes y ni siquiera sabemos lo que estamos desechando. De hecho, sólo nos deshacemos de una vida que no queremos, que rechazamos, y quizás pueda concebirse otra que podamos afirmar. La vida es diferente cuando hay dinero [...] Lo haremos para ser libres, para vivir en libertad». Es el contexto social y político el que oprime, el que no deja desarrollarse a los individuos. La embriaguez de la metamorfosis es la despedida de Stefan Zweig, la explicación de su suicidio. Europa se destruía a sí misma, y por ende a sus ciudadanos y Stefan Zweig era uno de ellos. Y eso que ya el escritor austríaco no estaba allí, podía salir adelante en América pero era el dolor, la impotencia, el saber y ver esa parte suya caer en picado.




Herbert Bayer otro austríaco de entreguerras buscando razones.





Novela sorprendente, de una modernidad contundente que te lleva de la mano y con tranquilidad por una historia que va tomando nuevos rumbos. Si al principio se está instalado en una novela íntima, de descubrimiento de uno mismo y del mundo, después deriva en una especie de novela negra fácilmente comparable a un film noir. O al menos nos prepara a ello y el final sería el principio de esa película.



Christine Hoflehner tiene veintiocho años y tiene «un cargo miserablemente pagado en un pueblucho remoto». La metamorfosis de Christine se produce cuando sale al mundo, cuando toma perspectiva para verse a sí misma, qué otras opciones hay, qué injusticia se está cometiendo a su alrededor. A partir de un telegrama recibido empieza un destino. Y ahí se empieza a vislumbrar esa segunda Christine hasta ahora oculta: «un corazón asombrado, confuso y ardiente de curiosidad». Descubre a otra Christine dentro de ella. La confusión de sentimientos, las nuevas sensaciones, los movimientos y cambios están claramente expuestos en esta parte con una gran cantidad de sinestesias: «cristal regocijante», «le dice el espejo con una sonrisa», «este paisaje que calla no de manera humana, sino divina», etc. La calidad de la prosa de Stefan Zweig es apabullante y lo que más impresiona es la precisión en la descripción de las emociones de la protagonista.



«Fue como si me enterase por primera vez de lo que significa respirar». Pero tanto cambio provoca excitación y mareo y le lleva a preguntarse quién es, quién es en verdad. Y luego llega la ebriedad y el parón brusco, el despertar de la embriaguez y la vuelta a la que era antes. Y lo que queda es «una ira sorda, crispada e impotente».



Fue aquí donde anclé mi lectura cuatro años atrás. La vuelta a ese pasado triste, lúgubre, monótono donde Christine iba a volver a estar «atornillada a la rutina estúpida y vulgar» era un paso atrás que no podía soportar. No quise avanzar más donde quizá descubrir alguna consolación, justificación o justicia poética. No había fuerzas para ello.





Duplicadísimo Stafan Zweig.





En la novela, el contexto social y político lo tenemos desde el principio pero es a su regreso al pueblo a tres horas de Viena cuando se hace determinante. Adquiere un peso tremendo. Las sensaciones personales a posteriori se convierten con la distancia en confirmaciones sociales. Y es Ferdinand que ha sufrido otra metamorfosis en su vida quien como un espejo le muestra, le aclara, le da nombre a lo que ella ha vivido. Le justifica su experiencia no como una experiencia íntima y de culpabilidad sobre ella sino como una consecuencia del país, del continente y de la época en la que viven. Es con Ferdinand cuando la novela adquiere un nuevo giro. El mundo tiene otra visión, más cruda pero más real que confirma la miseria pero puede definir lo que pasa, que al menos aclara las sensaciones y las vivencias, que justifican la ira en un mundo injusto que les ha tocado.




Y es aquí cuando nuestro presente aflora: «Hemos nacido en una mala época, no hay médico que te cure los seis años extirpados del cuerpo y ¿quién me da algo a cambio? ¿El estado? ¿El estafador número uno, el ladrón número uno? Dime, entre vuestros cuarenta ministerios, el de justicia, el de bienestar público y comercio en la paz y en la guerra, dime uno que se dedique realmente a la justicia». Mirando a nuestro alrededor, el pesimismo es total. Europa, España ha perdido nuestra confianza, nos engaña, no emite justicia, no respeta a sus ciudadanos con lo que nosotros le perdemos el respeto y es lógico entonces que aparezcan respuestas y rebeldías. Una respuesta y un cierto tipo de rebeldía es la que nos entregó Stefan Zweig al suicidarse.

lunes, 7 de octubre de 2013

La casa Emak Bakia de Óskar Alegría.



Eyes wide shut



Boca cerrada que habla.





No hay una sola película que te desvele la conexión que vas a tener con ella leyendo previamente solo unas líneas, un comentario o viendo unos fotogramas. Incluso un reportaje o una crítica. Esto es así y tiene que seguir siéndolo. No lo digo para que esas líneas o fotogramas guarden y no desvelen la sorpresa sino porque esa imposibilidad guarda la riqueza misma del encuentro.  Por eso y sin pesar alguno me enorgullezco de que en esta ocasión al menos mis palabras tampoco puedan desvelar la grandeza de una película. Solo hace falta que la descubran vuestros ojos. Mi función será la de hacer cosquillas.





Buscar un espacio es darle vida.





Mi encuentro último ha sido con Emak Bakia Baita (La casa Emak Bakia, 2012) de Oskar Alegría. No daba crédito a lo que estaba vi-viendo. Además parecía hecha para mí. Una película con referencias culturales, con momentos de asombro vitales, con coincidencias y azar, con justificaciones poéticas porque sí y porque las validan los encuentros personales. Una obra con estructuras, con líneas, con marcadores que redondean la emoción de un aparente camino recto que permite salirse por la tangente porque toda salida es un entendimiento vital. Todo esto son líneas clave para mí.










Jolgorio de piernas






Jolgorio de piernas 2.




¿Y cuál es la raíz de todo esto? Pues una película que Man Ray rodó en 1926 cerca de Biarritz titulada Emak-Bakia. El propósito de Óskar Alegría es encontrar la casa donde se rodó y de la que tomó el nombre. Un payaso y una casa sorprendentemente vívidos encuadran la búsqueda que resulta ser un camino de perfección (la perfección es el camino). Y ese camino está trazado entre una película y otra, con espejos de ciertos planos (la puesta en marcha de un coche o la entrada de la mujer en la casa), con reproducciones (el despertar de tres mujeres), con homenajes (las lágrimas sobre el rostro de Man Ray en el cementerio o la caída de la cámara filmando vacas), con contrastes (las piernas de mujer y de hombre bailando) y con detalles (las flores en la tumba del payaso). El referente de Man Ray intenta no presentarse didácticamente sino que para no pervertir su espíritu aparece deslavazado, fugaz y alterado.






Agresividad de Man Ray...





...que resulta tinta en carne.




El significado del nombre de la película cuadra perfectamente con la obra de Man Ray. Emak Bakia significa algo así como «déjame en paz»: una carta en blanco para la libertad de creación, para la no interferencia a la hora de crear algo. En el claroscuro de la pantalla, Man Ray refleja desperdigados unos alfileres, más bien clavos. Es la agresividad a continuación reflejada en las manos que tienen dibujadas esos clavos. Libertad por contestación e incomodidad, de ahí el «déjame en paz», muy diferente al de Louise Bourgeois aquí traída a cuento ligeramente porque sí. Diferente no por complacencia que sería lo contrario a libertad sino porque ella escoge la aguja: «Siempre he sentido una enorme fascinación por la aguja, por el poder mágico de la aguja. La aguja se utiliza para reparar el daño. Es una petición de perdón. Nunca es agresiva, no es un alfiler». La doble función del arte: destruir y construir.



Oskar Alegría ha escogido la aguja de Bourgeois para entretejer en esta obra un guante de plástico, unas fachadas, unas flores, una postal, una canción, unos despertares, unas gotas de lluvia, unos cerdos, el viento…y todo, todo, siendo un homenaje a una obra de arte se convierte ella misma en otra obra de arte.










Ondulaciones cinematográficas...





...conversan con ondulaciones marítimas.





El director solo tiene un nombre de una casa y tres tomas de una película. Los títulos de crédito de la película de Man Ray se movían como mecidos por las olas y esas olas son la ubicación de la casa que busca Oskar Alegría. El director navarro empieza buscando el nombre y encuentra a un diseñador italiano que confiesa que el nombre de su empresa no lo eligió conscientemente sino que el nombre lo eligió a él. Aquí el azar maravilloso ya interviene puesto que el diseñador escribió nombres de sus películas favoritas en papelitos para elegir el nombre de su empresa. El primer nombre que escribió y el papelito que sacó fue el de Emak Bakia. Este rastro del nombre nos lleva a escuchar verdaderamente el euskera. Realmente no lo había escuchado en un contexto donde se le dé tiempo, desde la tranquilidad y la comunicación. Y entonces llega la escucha de Bernardo Atxaga y la canción de Ruper Ordorika y se llena la imagen y te llenas tú. La otra búsqueda es la fisicidad de la casa a raíz de esas tomas de la película de Man Ray. El paso del tiempo llámese fenómenos naturales o guerras históricas obliga a que la búsqueda sea más ardua.





Empezamos tanteando el camino.





Es una película con estrella, una película donde las coincidencias y las buscadas cuadraturas se aúnan para dar magia a un camino. El camino que cito mucho no es deducción mía pues se verbaliza mucho en la película. La casa Emak Bakia encarna el acierto y justificación de hacer el camino no recto, no gregario de la liebre, de ir más que atando cabos, cogiendo los cabos y formando un tapiz.




Activamos el encuentro.




Película sobre la justicia poética que te reconcilia con el ser humano y con la naturaleza. El viento guía el baile de nuestros pasos, los sonidos del día a día son fuente de creatividad, los habitantes de los espacios se reconcilian con los antiguos y las voluntades personales priman sobre las circunstancias históricas. Elogio y defensa de la vida al fin y al cabo. No solo la formalidad de la película tan clara en su diáspora te encandila sino que las personas implicadas han conectado con esta obra especial que el espectador sin mérito por compromiso recibe a posteriori: el músico Richard Griffith que deja que se usen sus canciones porque jamás se negaría a la magia; una princesa rumana que se deja convertir en actriz y se sorprende y alegra de ver el sol por la ventana; la empresa que deja que su nombre sea sustituido por un nombre no con interés económico sino con interés emocional; un diseñador que opina que fue el nombre Emak Bakia el que le eligió y definió; una voz que expresa la pena por las palabras que se pierden y se le hace en parte justicia poética con esta película.




Seguir un rastro desde un espacio aportado por una película. Así sucedía también pero ampliada a la filmografía de Rosselllini en La ciudad de los signos (Samuel Alarcón, 2009). En su comienzo tres tiempos diferentes se superponen en Pompeya: el rodaje de Te querré siempre (Viaggio in Italia, 1954), la grabación en super-8 del padre del director y la tercera mirada, la del director sobre estas dos. Tres ojos, tres cámaras y un espacio. Man Ray comenzaba su Emak-Bakia con el ojo y la cámara, con su ojo en la cámara y con un ojo femenino sobre la cámara. Samuel Alarcón amplía sus pasos físicos a la filmografía de Rossellini sobre Italia: Roma, la cosa Amalfitana, Stromboli, etc. y es algo sobre lo que se incide sobremanera como destacar la importancia de donde se rodó la escena final de Viaggio in Italia: la scala sacra de Maiori por poner un ejemplo.




Mónica Vitti más presente que nunca.





Revisar y revisitar los espacios que se han vivido cinematográficamente es una manera de perpetuar la memoria. La pérdida de recuerdos, de idiomas, de espacios es inevitable y en la película queda claro, pero algo podemos hacer y ahora, hoy, con La casa Emak Bakia Óskar Alegría ha dado un pequeño paso perpetuando de nuevo a Man Ray y muchas otras cosas que descubriréis con asombro.