Lou con Freud servido en frío por David Levine. |
Dentro del ejercicio de visibilidad que todas debemos
hacer, hoy me dedico a desvelar a una escritora que descubrí hace unos meses:
Lou Andreas-Salomé. « ¡Vamos a ver si no resulta que la mayoría de las llamadas
barreras insuperables que el mundo traza vienen a ser inofensivas rayas de
tiza!». Esta frase suya la deberíamos adoptar ahora mismo y revela, por el
impulso de libertad y curiosidad que contiene, una mujer muy interesante de
finales del XIX y principios del XX.
Historia del periodismo español. |
La fuente de mi descubrimiento data del año 1976,
concretamente se trata del número 15 del mes de febrero de la revista Tiempo de historia, publicación que dirigió
Eduardo Haro Tecglen que costaba 60 pesetas.
Esta revista que se publicó hasta agosto de 1982, nació para que otras
voces hablaran sobre la historia pasada y presente española desde su prisma y
no desde el habitual (el franquista). Esto lo he descubierto ahora pues me
encontré este número (junto con el número 4) en un armario en casa de mis abuelos.
Allí un artículo hablaba de Lou von Salomé. Cuando
empecé a buscar en las bibliotecas se convirtió en Lou Andreas-Salomé. El cambio
es debido al matrimonio. Tal vez una revista tan republicana defendiera a la
mujer sin apoyos maritales de ningún tipo pero es que resulta que Lou, una
mujer que declaraba que su principal objetivo en la vida era la libertad, contrajo
matrimonio: un matrimonio sorprendente pero al mismo tiempo consecuente. Una
paradoja a estudiar. Lou von Salomé y Friedrich Carl Andreas, profesor de
lenguas orientales, estuvieron casados cuarenta y tres años sin consumación matrimonial
y realizaron cada uno la vida que quisieron para sí.
El peculiar matrimonio Andreas. |
Al final de su libro Mirada retrospectiva, Lou habla sobre su marido y sobre un cuchillo
por ahí agarrado entre ellos. Suceso que queda bastante naturalizado sobre todo porque ella tuvo una
total asunción de ese tipo de matrimonio: «Hacia el exterior no cambió nada:
hacia el interior, todo. En todos estos años hubo muchos viajes […]. La
perfecta libertad en que cada cual estaba a lo suyo nos era, sin embargo,
consciente a ambos, como una comunidad de la que estábamos ciertos».
No hay porqué mirar hacia abajo. |
Lou Andreas-Salomé (1861-1937) se relacionó de distinta
manera con Nietzsche, Freud y Rilke entre otros personajes europeos de entonces.
Partiendo de esto, su historia, su obra, tiene que atraer ya de base. Y lo que
me encontré al curiosear fue una doble vertiente en sus escritos: ficción y
ensayo, añadiendo las muy importantes y numerosas cartas que escribió. En todos
sus escritos existe una reflexión vital que gira sobre ella misma, sobre el
estatus de la mujer, sobre la psicología del ser humano, sobre las costumbres y
sobre la gente que conoció. La vida volcada que tanto me gustó y me gusta de
Simone de Beauvoir.
Acerca de esa doble vertiente que comparten la
reflexión y reflejo vital, ella sí hace una diferenciación de enfoque muy
curioso de nuevo en Mirada retrospectiva:
«A este respecto quiero confesar una curiosidad: en estos trabajos conceptuales
me sentía intensamente empeñada en algo femenino, mientras que todo lo que
fuese a dar en lo poético lo sentía como algo masculino; por eso, la mayoría de
las figuras femeninas las miro con ojos de hombre. La razón de ambas cosas se
remonta a la época infantil y juvenil porque en lo conceptual, para lo cual me
educó mi amigo, iba incluido femeninamente el amor que le profesaba, y por el
contrario, todo lo que pusiera en movimiento la fantasía estaba sometido a su
prohibición y sólo podía sustraerse a la obediencia en una actitud de desafío
de orientación masculina. No es maravilla que estos efectos no hayan
desaparecido sino a una edad harto avanzada – más o menos a los sesenta».
"Su sencillo vestido negro con aire de monja" en Fenitschka |
Lou Andreas-Salomé, nacida en San Petersburgo era una
mujer deseosa de libros. En su obra Fenitschka,
la protagonista, con mucho de ella, vinculaba ante el coprotagonista Max
Werner, la liberación de la mujer con
los libros:
-
«Yo, tal como estoy aquí, acabo de
abandonar el estudio y los libros como al peor de los trabajos esclavos. Y
usted, una mujer, se subyuga voluntariamente».
-
« ¿Y
eso, por qué habría de ser un trabajo esclavo? […] ¿Eso que nos amplía el
horizonte, nos abre el camino a la vida, nos hace autónomas? ¡No! Si algo se
asemeja a una liberación lo es la preparación intelectual […] Para nosotras no
significa ningún ascetismo ni tampoco una existencia de escritorio. ¡Qué
absurdo pensar eso! ¡Justamente así nos metemos en medio de la lucha –por
nuestra libertad, por nuestros derechos-, en medio de la vida! ¡Aquellas de
nosotras que se dedican al estudio no lo hacen sólo con la cabeza y la inteligencia
sino con toda la voluntad, con todo el ser!»
Mikhail Vrubel, Tamara and demon. |
Lou muere en 1937 con 76 años. He leído que una vez
muerta, la Gestapo subió a la colina donde vivía en Hainberg para confiscar su
biblioteca. La razón de esta confiscación es que se dedicaba al psicoanálisis,
una ciencia judaica. Con la alergia que les provocaban los judíos se entiende
esta acción. Algunas fuentes dicen que la biblioteca la quemaron. Creo que
confiscación y hoguera con libros son un sinónimo en este caso. Aunque la
biblioteca, no tuvo que ser muy grande, si hacemos caso a la misma Lou: «Uno de
los principales y penosos motivos de la mísera situación de mi biblioteca es el
que sigue: que el grosor y peso de los volúmenes se me hacían tan molestos al
leer tendida, que prefería leerlos en pedazos sin que luego volviera a
encuadernarlos. Por último, no he parado nunca de prestarlos y regalarlos,
especialmente los que más valiosos me resultaban».
Entre libros anda el juego. |
Antes hablaba de Simone de Beauvoir. Otra cosa que
emparenta a ambas es su experiencia del rechazo de la idea de dios cuando eran
jóvenes. En la intimidad de ambas, Dios ocupaba un lugar preferente en un
principio. Simone, que hasta inventó mortificaciones relata así este
descubrimiento en Memorias de una joven
formal: «Hundí mis manos en la frescura de la enredadera, escuché el
borboteo del agua y comprendí que nada me haría renunciar a las alegrías
terrenales. “Ya no creo en Dios”, me dije sin gran asombro. Era una evidencia:
de haber creído en él no hubiera aceptado alegremente ofenderlo [...] Advertí
que ya no intervenía en mi vida y comprendí por ello que había dejado de
existir para mí. En cuanto la luz se hizo en mí, corté de golpe».
Así lo cuenta Lou: «La primera rememoración
inmediata de mis viejas y tempranas guerras de fe me llegó, cuando tenía 17
años. […] Tampoco ahora le estaba yo
exigiendo mucho: bastaba con que su boca muda dejase pasar un par de palabras
entre sus invisibles labios. Pero el que no se aviniera a hacerlo significó una
catástrofe. […] De la pérdida de Dios se derivó, por lo pronto, un efecto
inesperado: en lo moral –porque con ella, en efecto, me hice bastante más
buena, más obediente probablemente porque el abatimiento actuaría como un freno
para todas las barrabasadas. Pero también por un motivo más positivo: por una
especie de inevitable compasión por mis padres, a quienes no podía darles
guerra, después de haber sido tan golpeados como yo: porque también ellos
habían perdido a Dios, solo que no lo sabían».
La
hora sin Dios es el relato que escribió acerca de esta
experiencia. Es la obra como decíamos embuída de su vida. Otras de sus obras de
ficción surgieron de la misma manera: Una
lucha por Dios, que fue su primer libro publicado, refleja la relación con
Nietzsche y Paul Rée donde condena el estado de inferioridad de la mujer, reclamando
una verdadera igualdad; en su novela Ruth
refleja el momento en el que el primer hombre del que se enamora le pide en
matrimonio y ella marcha al extranjero; en el cuento La casa convirtió su propia casa en un escenario de peripecias «para
las cuales empleé a muchas de las personas que me eran íntimamente conocidas,
entre ellas a Rainer, en la figura de un niño con unos padres felices; también
utilicé en el cuento, con su autorización, una carta suya». A estas se suma Fenitschka que antes hemos comentado.
El joven Rilke. |
El citado Rainer es, por supuesto, Rainer Maria Rilke.
Con él afirma que perdió la virginidad con 36 años. Se conocen en 1904 cuando
Rilke tiene 22 años y ella 36. La relación casi es de madre e hijo, de cuidado
y muy intensa: «Así nos convertimos en esposos aun antes de habernos hechos
amigos, y nuestra amistad apenas si fue elegida, sino que provino de bodas
igualmente subterráneas. No se buscaban en nosotros dos mitades: la totalidad
sorprendida se reconoció con un escalofrío, en la increíble totalidad. Y así
fuimos hermanos, pero como de tiempos remotos, antes de que el incesto se
tornara sacrilegio».
Rilke, depresivo, tiene presente una constante lucha
entre creatividad y vida y ella es su confesora. Así en una carta de 1914 le
escribe a Lou: «Esta vez nadie puede ayudarme […] pues desde ahora ya no dudo
ni por un instante de que estoy enfermo, de una enfermedad que me ha gravemente
corroído y cuyo foco se encuentra en lo que hasta entonces llamaba mi trabajo,
de tal modo que por el momento no hay ningún refugio por ese lado». Ella le hace ver al respecto: «Por eso, puede
que en su caso ocurriera más tarde que el despliegue de la plenitud de la vida,
por una parte, y el de la genialidad artística por la otra, no se fomentaran
mutualmente, sino que crecieran casi el uno contra el otro ».
Rainer Maria Rilke y Clara Westhoff. |
Viajes y muchas cartas forman parte de su historia
hasta que puso fin a ella la escritora. Y viendo el recorrido de esas cartas me
doy cuenta de lo rápido que funcionaba el correo entre Francia-Rusia por
entonces. Tal vez la obra de Lou Fenitschka,
refleje un poco esa relación por la intimidad (no física en la ficción)
alcanzada entre el hombre y la mujer y ese baile de espacios Francia-Rusia. Rilke
poco a poco ganaría confianza. Se convirtió en discípulo de Rodin y se casó con
la ayudante del escultor Clara Westhoff. Hay un verso de Rilke alejado de ese
periodo depresivo que cuadra perfectamente con el ánimo de la primera frase de
Lou que aparecía al principio de este escrito: «Deja que todo te suceda: la
belleza y el espanto» (Lass dir Alles geschehen: Schönheit und Schrecken).
Los tres pensadores: Lou, Paul y Friedrich. |
Pero antes que Rilke, llegó Paul Rée y con él
Nietzsche. En esta fotografía está Lou subida a un carro junto con los dos
filósofos. Se tomó el 13 de mayo de 1882 en Lucerna y fue idea de Nietzsche: «Nietzsche
se empeñó en hacer la fotografía de nosotros tres a pesar de las violentas
protestas de Paul Rée que conservó toda su vida un terror enfermizo a la
reproducción de su rostro. Nietzsche en plena euforia, no solo insistió en
hacerla, sino que se ocupó personalmente y con celo de la preparación de los
detalles como la pequeña carreta que resultó demasiado pequeña o incluso la cursilería
del ramo de lilas en la fusta, etcétera».
Reflejo cinematográfico. |
Historia del trío teatral. |
De esta relación existe, al menos en mi conocimiento,
una obra de teatro, Chaste de Ken
Prestininzi y la película de Liliana Cavani Más
allá del bien y del mal (Al di la del
bene e del male, 1977). Paul Rée la conoce en Italia y se enamora de ella. «
¿Por qué los hombres no pueden ser simplemente amigos de las mujeres? ¿Por qué
tienen que ser siempre maridos o amantes?». Después de quince años sin verse, el filósofo
terminó suicidándose cuando ella le anunció que se casaba. Esa atracción hacia
la vida amorosa que convive con la alerta de no perder su libertad aparece en casi
todas sus ficciones. En Una divagación,
la protagonista ante su primer contacto amoroso reflexiona así: « ¿Acaso era el
mismo Benno que me tenía entre sus brazos enseñándome la primera embriaguez del
amor y el primer terror ante la dependencia amorosa?».
El airado Nietzsche. |
También Nietzsche fue rechazado. Ella le habló de su
fundamental aversión al matrimonio y nació en él cierto odio y que de la depresión
en la que cayó tras ese rechazado, se dice nació Así habló Zaratrustra. Pero con ellos Lou cumplió un sueño que
tenía, que era vivir con dos hombres, ser amigos y trabajar juntos. Pero un
sueño nocturno tan amado por los psicoanalistas como ella era: «Lo confesaré
honradamente: lo que de manera más inmediata contribuyó a convencerme de que mi
plan, que era una afrenta a las costumbres sociales entonces vigentes, podía
realizarse, fue en primer lugar un simple sueño nocturno. En él vi un cuarto de
trabajo, agradable, lleno de libros y flores, flanqueado por dos dormitorios, y
entrando y saliendo de nuestra casa, camaradas de trabajo reunidos en un círculo
alegre y serio. Pero no puede negarse
que nuestra existencia en común de casi cinco años llegó a semejarse de manera
sorprendente a la imagen de este sueño».
Lou tuvo un sueño, en realidad tuvo muchos. Ese punto
me interesa enormemente a mí también. El reflejo de ese interés más allá de sus
ensayos sobre psicoanálisis se ve reflejado en su ficción. Así habla la
protagonista de Fenitschka sobre este
tema: « ¿Y por qué los sueños deberían ser inteligentes? Creo que nuestros
pensamientos sensatos contribuyen muy poco al tejido de los sueños. Todos estos
pensamientos sensatos que adquirimos poco a poco, todas estas opiniones
ilustradas y razonables no son casi nunca contenido de nuestros sueños. En el
sueño nos valoramos de otra manera, a nosotros
y a las cosas, tal vez incoherente y confusamente, pero en todo caso con
mucha sinceridad».
Lou Andreas-Salomé abrazó con todas sus fuerzas la vida
porque para ella era algo amado y esperado; estas son casi sus mismas palabras.
Ese interés derivó en un ir más allá: «No es posible cambiar nada a través de
la facultad del pensamiento, por mucho que se la ejercite, sino solamente por
medio de una revolución del pensamiento para la cual el conocer se torne
reconocer». Para todo esto Freud fue fundamental. En ella tuvo una fiel
seguidora y defensora del psicoanálisis. Freud, de ella, destacaba sobre todo
que era infatigable. «En momentos en que él mismo experimentaba repugnancia, me
expresó su asombro de que a pesar de todo yo siguiese tan profundamente fiel a
su psicoanálisis: “porque yo no enseño otra
cosa que a lavar la ropa sucia de otra gente”». Freud nos habla de una Lou
llena de energía, con ganas de saber, con un ciego optimismo en el ser humano,
con jovial confianza, cosa que cambió cuando Europa entró en guerra.
Volcando y curioseando. |
Estamos descubriendo a una mujer que se interroga sobre
sí misma y sobre su condición de mujer y lo que ve es injusto, ve que hay que
desmontarlo. Una parte de esa cerrazón en la que gira el mundo femenino es el
sexo. El sexo y el intelecto, dos terrenos vedados para la mujer, que Lou
encontró en la atmósfera vienesa completamente ensamblados. El erotismo es un ensayo de 1910
bastante áspero y a veces inextricable pero curioso al menos a la hora de
desvelar el ser humano que es la mujer. Aquí reflexiona y opone la naturaleza y
pensamiento del hombre y la mujer: el primero posee un pensamiento individualista
y la mujer: «Prefiere la plenitud del círculo a la singularidad de la línea
recta […] posee mayor capacidad de
asumir las contradicciones y elaborarlas orgánicamente que el hombre, que debe
sufrirlas teóricamente primero antes de verlas con claridad».
El estado femenino. En Una divagación aparece una reflexión sobre la situación de la
mujer, de su comportamiento, de su responsabilidad en torno a esa sumisión al
hombre a raíz del comportamiento del ama de la protagonista: «Quizás no sea ni
una casualidad ni la voz de un pajarito mágico que nos lo cuenta
prodigiosamente, sino la costumbre de muchos siglos, los goces de generaciones
de mujeres esclavizadas que nos susurran algo que resuena dentro de nosotras mismas.
Es un idioma que ya no conocemos y que solamente podemos entender en los
sueños, en los estremecimientos, en las vibraciones de las células nerviosas». Es
un paso ser consciente de que se puede acceder a otra cosa, se pueden romper
reglas pero también se es consciente de que detrás hay un bagaje contra el que
también nos toca luchar, un historial detrás que hay que mirar de frente: « ¡Nuestras
pobres tatarabuelas! […] ellas no sabían en efecto nada de tales innovaciones.
Su única manera de amar, probablemente era la subordinación. ¿No crees que debe
quedar algo de todo esto en nosotras?».
Una mujer tan decidida a descubrir y experimentar la
libertad es necesaria tenerla en cuenta hoy en día. Y para terminar y ya que
tanta cita os habéis encontrado en el texto, termino con otra abanderada de la
libertad: «No se puede dejar de predicar libertad y más libertad, y se deben
derribar todos los armarios y rincones para conseguir más espacio, incluso para
descubrir las voces de anhelo en personas aun cuando las expresen de forma
falsa bajo la expresión de teorías hechas y justificadas».
2 comentarios:
hola me puedes decir en dinde encontrar el libro fenitschka en español si esta en pdf
Lou me da la impresión de una mujer intelectual , va iente, poco femenina, e incapaz de elevarse a las altas esferas de la espiritualidad,y ello, en gran parte debido, pienso, a su falta de amor a la soledad y el silencio, exigencias ambas de la vida espiritual , aunque no necesariamente del arte o la filosofía
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