jueves, 8 de noviembre de 2012

Mojémonos en las piscinas.





Una piscina en Francia.




Más allá de puertos, puentes, playas, mares o duchas (de las que ya hablé) me centro ahora en las piscinas porque es lo que ahora me rodea y no solo en mi realidad sino hasta en mis sueños.





Avanzando.





Cuando estoy en la piscina me concentro en no perder la cuenta del número de idas y venidas pero a veces me dan ramalazos y no los de mi aparato sino los de mi cabeza. Hace no mucho, avanzando en el agua me encontré con un solo haz de luz que atravesaba  la piscina y tanto  la temperatura del agua como el fondo cambiaba y me vinieron a la cabeza imágenes de películas, en primer lugar agradables como lo era el haz de luz y cuando ya estaba fuera de la piscina  vinieron a mi mente momentos fílmicos no tan agradables. Que te vengan éstos una vez fuera del agua reconforta.





Emmanuelle Béart, el rostro francés de los 90.





Más allá de las películas de Esther Williams y coreografías varias me vino a la cabeza concretamente Nelly y el Sr. Arnaud (Nelly et Monsieur Arnaud, Claude Sautet, 1995). Recordaba yo a Emmanuelle Béart como una mujer que no paraba de reflexionar y al tiempo relajarse mientras hacía largos en una piscina. Que convertía a la piscina casi en un refugio.  He visto la película de nuevo y he descubierto como dicen de los recuerdos que este estaba muy maquillado. Solo en una escena aparece la piscina y solo dura ella unos segundos en el agua donde no nada sino que está rodeada por gente que salpica y ríe. Y rodeada de algunos amigos. Muy banal y poco introspectiva. El caso de una película que no soporta el paso del tiempo.



En esos días también soñé (cosa que suelo hacer mucho), con una piscina a la que iba a nadar largos y de nuevo era como una piscina de verano con agua salpicando y gritos y demás. También estaba todo sucio y el suelo estaba inestable. No nadaba. Ni lo intentaba.






Charlotte Rampling no mete un pie en la piscina.






Jane Birkin, Rommy Schneider y Alain Delon junto a la piscina.







Tampoco nadaban ni lo intentaban dos inglesas en sus respectivas películas francesas que tienen mucho en común. Charlotte Rampling en Swimming pool (François Ozon, 2003) y Jane Birkin en La piscina (La piscine, Jacques Deray, 1969) observan y mucho a los autóctonos. Y la carnalidad está presente con la joven Ludivine Sagnier en la primera y con la pareja, palabra casi me atrevería a escribirla en mayúsculas formada por Alain Delon y Romy Schneider remojados y removidos.






La juventud y la libertad. 






Carnalidad, mucha carnalidad.







Joe Gillis y el cuerpo policial.
Algo tétrico esconden estas películas soleadas. La mayoría de las piscinas que salen en pantalla sirven para estos menesteres como el principio y final de El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, Billy Wilder, 1950) que parece seguir el principio cinematográfico de la aparición de una pistola en pantalla pero en versión húmeda. También el final de Déjame entrar (Lat den räte komma in, Tomas Alfredson, 2008) es muy húmedo, pero para provocar terror, mejor La mujer pantera (Cat People, Jacques Tourneur, 1942).








La mujer pantera ha destrozado el albornoz.





«La piscina es aburrida. No hay emoción. Ni sensación de infinito. Sólo es una bañera enorme». Esta declaración de la sumergida Ludivine Sagnier en la película de Ozon contrasta con su misma película y con las que hemos citado arriba. Nada que ver con banalidades como Vidas cruzadas (Short cuts, Robert Altman, 1993) y Somewhere (Sofia Coppola, 2010). Y nada que ver los momentos piscineros de esta última con la maravillosa película alemana Entre nosotros (Alle Andersen, Maren Ade, 2009).







John Cheever.




Alejados de extremos terroríficos y banales hay un relato de John Cheever que un amigo me descubrió hace unos años y que he vuelto a leer que no tiene una única piscina sino que tiene hasta quince. El relato llamado El nadador tiene una estructura de las que me gustan: lineal pero a la vez metafórica. Conforme vas leyendo y sin darte cuenta, la historia se abre de una pequeña aventura a casi una reflexión social, de una broma a un drama, de una curiosidad a una historia. Leerlo es sentir el recorrido de un es-calo-frío en unos pocos kilómetros y en una sola tarde; espacio y tiempo que se desestabilizarán o se revelarán.



Desde la piscina de los Westerhazy, el protagonista Neddy Merrill se siente una figura tan legendaria que decide ir nadando de piscina en piscina del vecindario hasta su casa. Doce kilómetros al sur le espera su casa y su familia y asistimos a esos quince espacios húmedos donde suavemente vamos descubriendo datos del pasado y del presente que cambian toda nuestra perspectiva y la de Neddy también.





Burt Lancaster atleta en mojado.






Existe una adaptación hollywoodiense del relato interpretado por Burt Lancaster, todo un cuerpo circense para ir de piscina en piscina, llamada El nadador (The Swimmer, Frank Perry, 1968). Difícil es de encontrar y no he podido echarle un vistazo pero me da la sensación de que tendrá algo que ver con Los viajes de Sullivan (Sullivan’s Travels, Preston Sturges, 1941) que por cierto partía de una piscina, qué casualidad.



Este breve recorrido podría tener muchas más paradas para remojarnos pero estas son las que me han venido a la cabeza por una razón u otra. Vosotros tendréis las vuestras y las que vendrán. 



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