La mujer se venga. |
Roman
Polanski ha vuelto a encerrarnos. Así nos maneja mejor. La Venus de las pieles se desarrolla toda ella en un teatro. Un
lugar del que no se puede salir mientras dure la representación. A Polanski le
gusta tenerlo todo bajo control. Le gusta que la energía se concentre; que el
ser humano llegue a un punto donde no pueda contextualizar, donde no entren
aires de sospecha en la realidad única que se forma en el espacio que él ha
elegido.
Esta gente anda estancada. |
Los
encierros forzados dan pie a que el conflicto salte pero ¡ojo! hay veces que
ese agente externo que obliga al encuentro ni es tan externo ni es tan físico.
Viendo la película de Polanski me vino a la mente Huis clos, la pieza de teatro de Jean Paul Sartre. Tres personajes
encerrados en una habitación sin espejos y sin ventanas, condenados a mirarse
dentro de ellos y entre ellos para así descubrir que «el infierno son los otros».
Los personajes entran en la habitación y
la puerta ya no se puede abrir. Cuando
uno de ellos insiste y golpea, la puerta se abre pero siguen sin poder salir
porque tienen que estar allí. Y se preguntan
quién les retiene. Algo así como un antecedente teatral de esa gran película
que es El ángel exterminador (1962)
de Luis Buñuel solo que en la película del director maño las razones para la
inmovilidad son más que existenciales, sociales, vistos los personajes.
Vanda, un ser mortal y empapado. |
En
la película de Polanski una actriz (Emmanuelle Seigner) llega tarde a una
audición pero aún así consigue que Thomas (Mathieu Amalric) el adaptador y
director de la obra le haga una prueba. Aquí no hay aparentemente un encierro
forzado pero los hados han hablado y han determinado que Thomas reciba una
lección allí en ese encierro. Lo de menos es la justificación que encuentre
Polanski en el guión para hacer que ni Thomas ni Vanda salgan. Para eso está
ahí Vanda. Vanda es al mismo tiempo una mujer de carne y hueso y una diosa. Y
en esa escala están muchas mujeres. Y la actriz Emmanuelle Seigner está en
todas ellas: primero es Vanda, la mujer de carne y hueso que es decidida,
malhablada, enérgica y nada pudorosa aunque necesita de Thomas el director que
le dé el papel en la obra; en segundo lugar es Vanda, el personaje de la pieza
teatral que se llama como la actriz y que es una mujer culta que se presta a
los juegos masoquistas de Severin; en tercer lugar es la diosa Venus venida a
provocar y por último la bacante llena
de lascivia, desnudez y todo el poder para castigar a Thomas. Tantas
encarnaciones demuestran que el personaje femenino no es real. Es una imaginación
de Thomas venida de su trato con la novela. Para él es una enseñanza, un
escarmiento.
El collar del sometimiento ahora es tuyo. |
Parte
de ese escarmiento supone ponerse en la piel del otro. Uno tiene que sentir lo
que hace sentir. Vivir lo que le han hecho pasar. Ponerse en el otro lado de la
moneda. Ser el pasivo tras ser el activo. Algo sumamente importante para
Polanski. Aquí es imposible no recordar el cambio de papeles
torturador/torturada en La muerte y la doncella
(1994). En La Venus de las pieles, el
giro es poderoso puesto que el personaje masculino es el director de la obra de
teatro. Él indica dónde colocarse, cómo decir el texto, todo. Después será él
el dirigido y vejado tal como se sienten
muchas mujeres en boca, idea y acción de
los hombres.
Devenir mujer según Polanski. |
Ponerse
en la piel del otro a veces es difícil y ayuda con la ayuda del físico, del
vestuario y el maquillaje. Esto bien lo sabía Polanski que ya nos lo mostró en El quimérico inquilino (1976) donde él
mismo se transmutaba en la anterior inquilina poniéndose peluca, tacones y vestido
y pintándose las uñas y los labios. En esa transformación cada ventana y balcón
del vecindario se convertía en un palco teatral engalanado. En La Venus de las pieles Vanda cumple con
lo básico: poner tacones, revolver el pelo y pintar los labios. Thomas se
convierte ahora en Vanda. Lista para ser sometida y vejada.
Mujeres en Venecia dirigidos por estos hombres. |
Ni
dirigido ni vejado pero sí superado por la mujer es el personaje de Rex
Harrison en Mujeres en Venecia (The honey
pot, Joseph L. Mankiewicz, 1967) que con razón recuerdo ahora. Cecil Fox
(Rex Harrison) logra montar todo un teatro para jugar con tres de sus ex
amantes con el dinero de por medio y al final es una cuarta mujer la que le
supera como director de escena. Esta es una película más clásica donde los
roles y relaciones entre hombre y mujer aún no se cuestionan, solo es el poder
del dinero. En La Venus de las pieles
el foco principal es la relación de poder pero entre los sexos.
El gran teatro del mundo. |
La
película de Roman Polanski no es un mecanismo de relojería como lo es Mujeres en Venecia. No se trata de
encajar todas las piezas unas con otras mientras van desarrollándose y
desvelándose. No se trata de eso. Más bien estamos ante una matrioska.
Se trata de un camino sobre el que no volvemos nunca pero que va
enriqueciéndose al avanzar. Tenemos una novela cuyo autor se basó para
escribirla en la relación que tuvo él mismo con una mujer. Tenemos también una
obra de teatro que Thomas ha adaptado de esa novela. Tenemos finalmente un
hombre y una mujer que están interpretando la obra y al tiempo sus propias
vidas. Todos los implicados aparecen en solo dos personajes. Están dentro de
ellos. De ahí lo de la matrioska.
Preparados para un escarmiento. |
Ante
todo este plantel de figuras, las dudas, razones y motivos de los que dan la
cara (Thomas y Vanda) no importan mucho. Está más que justificado que el
espectador no las necesite para disfrutar la obra y no maldecir a Polanski. Primero
porque el sabio Polanski sabe cómo mostrar, cuánto y en qué momento. Y segundo
porque el director nos cuenta la historia como un cuento, una fábula más allá
de la realidad. Por eso entramos en un teatro medio abandonado en un París
desolado, grisáceo, donde un deux ex
machina ha eliminado cosas en la
pantalla mediante posproducción: no hay gente, el cielo es amenazante, lleno de
rayos y relámpagos… Parece que los dioses se están enfadando y van a dar una
pequeña muestra de su grandeza a un mortal. La puerta del teatro, además, se abre sin que
nadie la empuje. Nadie vemos que vaya a entrar salvo nosotros pero una vez
nosotros dentro del teatro vemos aparecer a Vanda, la diosa que ha bajado a la
tierra.
Polanski atento a las distancias. |
La última película de Polanski es un ejercicio de estilo que le
sale como si respirara. La prensa francesa la arrincona no sabiéndola ubicar.
Dicen que Polanski está en su burbuja. Para contrarrestar tremenda reflexión va y se lleva el César al mejor director en este 2014. En realidad Polanski hace y deshace y no se deja
llevar. Sí es una apuesta un tanto particular. Pero de eso se trata, de que la
cartelera esté llena de particularidades. Y esta es una inteligente, rica y
entretenida.
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