No hay una sola película que te desvele la conexión que
vas a tener con ella leyendo previamente solo unas líneas, un comentario o viendo
unos fotogramas. Incluso un reportaje o una crítica. Esto es así y tiene que
seguir siéndolo. No lo digo para que esas líneas o fotogramas guarden y no
desvelen la sorpresa sino porque esa imposibilidad guarda la riqueza misma del
encuentro. Por eso y sin pesar alguno me
enorgullezco de que en esta ocasión al menos mis palabras tampoco puedan
desvelar la grandeza de una película. Solo hace falta que la descubran vuestros
ojos. Mi función será la de hacer cosquillas.
Buscar un espacio es darle vida.
Mi encuentro último ha sido con Emak Bakia Baita (La casa
Emak Bakia, 2012) de Oskar Alegría. No daba crédito a lo que estaba
vi-viendo. Además parecía hecha para mí. Una película con referencias
culturales, con momentos de asombro vitales, con coincidencias y azar, con
justificaciones poéticas porque sí y porque las validan los encuentros
personales. Una obra con estructuras, con líneas, con marcadores que redondean
la emoción de un aparente camino recto que permite salirse por la tangente
porque toda salida es un entendimiento vital. Todo esto son líneas clave para
mí.
Jolgorio de piernas
Jolgorio de piernas 2.
¿Y cuál es la raíz de todo esto? Pues una película que
Man Ray rodó en 1926 cerca de Biarritz titulada Emak-Bakia. El propósito de Óskar Alegría es encontrar la casa
donde se rodó y de la que tomó el nombre. Un payaso y una casa
sorprendentemente vívidos encuadran la búsqueda que resulta ser un camino de
perfección (la perfección es el camino). Y ese camino está trazado entre una
película y otra, con espejos de ciertos planos (la puesta en marcha de un coche
o la entrada de la mujer en la casa), con reproducciones (el despertar de tres
mujeres), con homenajes (las lágrimas sobre el rostro de Man Ray en el
cementerio o la caída de la cámara filmando vacas), con contrastes (las piernas
de mujer y de hombre bailando) y con detalles (las flores en la tumba del
payaso). El referente de Man Ray intenta no presentarse didácticamente sino que
para no pervertir su espíritu aparece deslavazado, fugaz y alterado.
Agresividad de Man Ray...
...que resulta tinta en carne.
El significado del nombre de la película cuadra
perfectamente con la obra de Man Ray. Emak Bakia significa algo así como «déjame
en paz»: una carta en blanco para la libertad de creación, para la no
interferencia a la hora de crear algo. En el claroscuro de la pantalla, Man Ray
refleja desperdigados unos alfileres, más bien clavos. Es la agresividad a
continuación reflejada en las manos que tienen dibujadas esos clavos. Libertad
por contestación e incomodidad, de ahí el «déjame en paz», muy diferente al de
Louise Bourgeois aquí traída a cuento ligeramente porque sí. Diferente no por
complacencia que sería lo contrario a libertad sino porque ella escoge la aguja:
«Siempre he sentido una enorme fascinación por la aguja, por el poder mágico de
la aguja. La aguja se utiliza para reparar el daño. Es una petición de perdón.
Nunca es agresiva, no es un alfiler». La doble función del arte: destruir y
construir.
Oskar Alegría ha escogido la aguja de Bourgeois para
entretejer en esta obra un guante de plástico, unas fachadas, unas flores, una
postal, una canción, unos despertares, unas gotas de lluvia, unos cerdos, el
viento…y todo, todo, siendo un homenaje a una obra de arte se convierte ella
misma en otra obra de arte.
Ondulaciones cinematográficas...
...conversan con ondulaciones marítimas.
El director solo tiene un nombre de una casa y tres
tomas de una película. Los títulos de crédito de la película de Man Ray se movían
como mecidos por las olas y esas olas son la ubicación de la casa que busca
Oskar Alegría. El director navarro empieza buscando el nombre y encuentra a un
diseñador italiano que confiesa que el nombre de su empresa no lo eligió
conscientemente sino que el nombre lo eligió a él. Aquí el azar maravilloso ya
interviene puesto que el diseñador escribió nombres de sus películas favoritas
en papelitos para elegir el nombre de su empresa. El primer nombre que escribió
y el papelito que sacó fue el de Emak
Bakia. Este rastro del nombre nos lleva a escuchar verdaderamente el
euskera. Realmente no lo había escuchado en un contexto donde se le dé tiempo,
desde la tranquilidad y la comunicación. Y entonces llega la escucha de
Bernardo Atxaga y la canción de Ruper Ordorika y se llena la imagen y te llenas
tú. La otra búsqueda es la fisicidad de la casa a raíz de esas tomas de la
película de Man Ray. El paso del tiempo llámese fenómenos naturales o guerras
históricas obliga a que la búsqueda sea más ardua.
Empezamos tanteando el camino.
Es una película con estrella, una película donde las
coincidencias y las buscadas cuadraturas se aúnan para dar magia a un camino. El
camino que cito mucho no es deducción mía pues se verbaliza mucho en la
película. La casa Emak Bakia encarna
el acierto y justificación de hacer el camino no recto, no gregario de la
liebre, de ir más que atando cabos, cogiendo los cabos y formando un tapiz.
Activamos el encuentro.
Película sobre la justicia poética que te reconcilia
con el ser humano y con la naturaleza. El viento guía el baile de nuestros
pasos, los sonidos del día a día son fuente de creatividad, los habitantes de
los espacios se reconcilian con los antiguos y las voluntades personales priman
sobre las circunstancias históricas. Elogio y defensa de la vida al fin y al
cabo. No solo la formalidad de la película tan clara en su diáspora te
encandila sino que las personas implicadas han conectado con esta obra especial
que el espectador sin mérito por compromiso recibe a posteriori: el músico
Richard Griffith que deja que se usen sus canciones porque jamás se negaría a
la magia; una princesa rumana que se deja convertir en actriz y se sorprende y
alegra de ver el sol por la ventana; la empresa que deja que su nombre sea
sustituido por un nombre no con interés económico sino con interés emocional;
un diseñador que opina que fue el nombre Emak Bakia el que le eligió y definió;
una voz que expresa la pena por las palabras que se pierden y se le hace en
parte justicia poética con esta película.
Seguir un rastro desde un espacio aportado por una
película. Así sucedía también pero ampliada a la filmografía de Rosselllini en La ciudad de los signos (Samuel Alarcón,
2009). En su comienzo tres tiempos diferentes se superponen en Pompeya: el
rodaje de Te querré siempre (Viaggio in Italia, 1954), la grabación
en super-8 del padre del director y la tercera mirada, la del director sobre
estas dos. Tres ojos, tres cámaras y un espacio. Man Ray comenzaba su Emak-Bakia con el ojo y la cámara, con
su ojo en la cámara y con un ojo femenino sobre la cámara. Samuel Alarcón
amplía sus pasos físicos a la filmografía de Rossellini sobre Italia: Roma, la
cosa Amalfitana, Stromboli, etc. y es algo sobre lo que se incide sobremanera
como destacar la importancia de donde se rodó la escena final de Viaggio in
Italia: la scala sacra de Maiori por poner un ejemplo.
Mónica Vitti más presente que nunca.
Revisar y revisitar los espacios que se han vivido
cinematográficamente es una manera de perpetuar la memoria. La pérdida de
recuerdos, de idiomas, de espacios es inevitable y en la película queda claro,
pero algo podemos hacer y ahora, hoy, con La
casa Emak Bakia Óskar Alegría ha dado un pequeño paso perpetuando de nuevo
a Man Ray y muchas otras cosas que descubriréis con asombro.
1 comentario:
Estoy deseando verla!!!
Lo
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