Adaptando la realidad a una misma. |
Dime tu nombre y te diré quién eres. Exagerado sí. Pero
de nombres va este texto. Del mío concretamente. Me llamo Ana María. Me hago
llamar Ana. Me hace más gracia celebrar el día de mi santo que el de mi
cumpleaños. Y con más razón por ser verano en vez de otoño, por estar de
vacaciones en vez de trabajando. Aunque no lo digo, aunque no lo celebro.
Es evidente que naces. Y ya todo empieza a fraguarte:
el mes, el año, el tipo de árbol que tienes ante tu casa, la madre que te da
unas indicaciones y no otras, la cantidad de hermanos que tengas, la edad en
que te dan las llaves de casa, la distancia de tu casa al colegio, las
prohibiciones y las libertades, la cantidad de sol que entra por tu ventana, la
profesora que te cae en suerte, la anchura de tu cintura, la profesión de tu
familia, los acentos de tu alrededor… Y una de esas cosas es tu nombre. Al fin
y al cabo es en lo que primero te reconoces, te individualizan y te
individualizas.
La sobremesa francesa. |
Unos meses atrás me vi viendo una película que por mí
misma no hubiera elegido, pero como era en francés y ahí estoy dándole al
idioma pues acepté. Sé que debo dejarme llevar y más en estas cosas tan poco
importantes. Pues agradecí la propuesta. Se trataba de Le prénom (El nombre,
2012, Alexandre de La Patellière y Mathieu Delaporte). La elección del nombre
del futuro bebé del protagonista, una cosa a priori tan inocente provoca un gran
caos alrededor del grupo de amigos. Y como buena película francesa que se
precie está llena de diálogos ligeros, jugosos e ingeniosos. Justo hace escasos
días una de las actrices, un puntal importante en la película, Valérie
Benguigui que consiguió el César a la mejor actriz de reparto falleció.
Un nombre ¿puede
importar tanto? En la película aparece el caso extremo, a nivel mundial, de lo
que nos pasa a todos. Nuestra opinión sobre un nombre u otro viene asentado por
las personas que hemos conocido durante nuestra vida, llamadas así. Seguro que
es así, si no, comprobadlo. A uno o una no le gusta un nombre porque así se
llamaba el que te hizo la vida insoportable en el colegio, o porque era un don
nadie, o porque era la repipi del lugar, etc.
Eso en el tema de la mirada a los otros pero con el
nombre propio ¿qué referencia te creas? Reflexiono sobre esto porque siempre
que encontraba a alguien reconocido con
mi nombre no sé, me sentía mejor. Y no era habitual pues no es curioso ni
singular y es compuesto con lo que lo hace más difícil. Ana María. Puede que
esta necesidad de reconocimiento fuera por el tema de la falta de autoestima
juvenil. Puede ser.
"Dichosa tú, Ana María, sirena y pastora al mismo tiempo, morena de aceitunas y blanca de espuma" Lorca. |
El caso es que las primeras personas con ese nombre que
conocí fueron Ana María Dalí y Ana María Moix. Hermanas de. Y esta situación de
dependencia, de ser detalles de la historia principal pues no ayudaban la
verdad. Y para más inri Ana María Gómez González, va la muchacha y se lo cambia
a Maruja Mallo. ¿Cómo me iba a sentir importante con mi nombre? Partiendo de
esa base me iba a ser difícil destacar.
La Ana María por excelencia. |
Luego aparecieron Ana María Sánchez, soprano nacida a
pocos kilómetros de donde yo y Ana María Matute que ya ella cubriría cualquier
duda pero no llegó a tiempo.
En torno al tema, tengo un recuerdo de la universidad
que de tantos que he olvidado y lo insignificante que es me lleva a pensar que
esto de lo que ahora hoy hablo tiene mucho peso en mí. Veíamos unos compañeros
y yo, en el paraninfo de la universidad, la obra Yonquis y yanquis de Alonso de Santos en noviembre de 1996. Ahora
reviso los personajes y no coinciden,
pero en fin, yo recuerdo que en un momento de la obra un grupo habla y
ese grupo tenían los mismos nombres que los de mis compañeros y el mío. No
recuerdo nada más de la obra, sólo eso. Y en ese momento crecí sentada en la
butaca. Nadie es libre conscientemente de los restos encallados en su memoria. Veo
que el nombre era más yo que cualquier otra cosa.
La bienvenida en mi hogar. |
Otro recuerdo que ha florecido al ir escribiendo y a
alguno que a otro se lo he contado es que en mi habitación, en la que dejé
atrás, hay un pequeño cuadrito de esos de las ferias donde te dicen unas
cuantas características de tu persona a raíz de tu nombre. Una especie de
horóscopo no numérico sino alfabético. Y sí, como una letanía me lo sé. Y… o
mis padres ahorraron para no comprar dos o yo decidí que sería simplemente Ana,
no lo sé. Pero declara el cuadrito: “Ana. Nombre de origen hebreo. Significa
graciosa. Las Anas están muy dotadas para los trabajos difíciles. Disciplinadas
y filosóficas”.
Maruja Mallo eliminó su Ana María. |
¿Qué fue antes el cambio en la persona o el cambio de
nombre? ¿Qué fue antes el huevo o la gallina? ¿Reduje mi nombre y eso ayudó al
cambio? ¿O el cambio se había iniciado y la reducción del nombre fue un
síntoma?
Pero ¡qué transcendencia madre mía! Si me llego a construir
otro nombre a mi imagen y semejanza… Pero solamente lo reduje. Pequeño cambio. Una
pequeña osadía que me permití. Y como siempre sin ser consciente del todo. Mi
firma, la firma tan declarativa ella, empezó con la escritura de mi nombre
completo: los dos nombres propios y los dos apellidos. No recuerdo edades pero
después llegó el momento de escribir los dos nombres propios y las iniciales de
los dos apellidos. Hasta llegar al que actualmente reina y campea: Ana.
Capicúa, asidua y breve. Todo un proceso de depuración. Y una vez realizado el
cambio ya no necesitaba identificar Anas importantes. ¿La madurez y la
confianza? Esperemos que sea eso.
A mí me cuesta muchísimo llamar a otra persona de
manera diferente a su nombre, incluso acortarlo de manera cariñosa. Me
parecería extraño, ya no sería esa persona, sería un sacrilegio. Toda la gente que
conozco permanece con su nombre. ¿Les gusta? ¿Se reconocen en él? ¿Habrán
considerado la posibilidad de cambiarlo? No es tan simple como el cambio del
color del pelo. No es cuestión de media hora. ¿Los que lo acortan o lo decoran
es porque no se reconocen o porque quieren llamar la atención? ¿Huyen o se
reconocen? ¿Cuáles son los motivos?
1 comentario:
¡Muy bonita entrada wapa!:)
Los nombres...
Yo siempre digo que uno tiene que tener un cuento de dónde viene su nombre.
Cuando tengo la oportunidad de estar con niñ@s si no tienen un cuento acerca de su nombre ¡me lo invento!
Y a lo largo de los años, como nuestra vida, ese cuento va cambiando y tomando forma...
A mí me encanta mi nombre y su inicial y su letra ¡final!
Aunque al vivir en el sur tuve que declinar en que me acortaran el nombre, y no ser susceptible con ello.
Lo importante es que nos nombren :)
Conozco a personas que se han cambiado el nombre, porque no les gustaba o no se sentían identificad@s con él (y a los años han vuelto a retomar el original).
Otras personas eligen nombrarse por ese mote, con el que se sienten halagados.
Y yo que nombro a mis amig@s con el nombre completo, y compuesto :)
Para mí otra seña de identidad es el día en que nací, el número, como un talismán que me acompaña.
Pero bueno, fetichista que es una en muchos sentidos...
¡Muaaaaaaaaakkkkkkkkkkkks!
Publicar un comentario