jueves, 12 de septiembre de 2013

Me llamo Ana...Ana María.





Adaptando la realidad a una misma.





Dime tu nombre y te diré quién eres. Exagerado sí. Pero de nombres va este texto. Del mío concretamente. Me llamo Ana María. Me hago llamar Ana. Me hace más gracia celebrar el día de mi santo que el de mi cumpleaños. Y con más razón por ser verano en vez de otoño, por estar de vacaciones en vez de trabajando. Aunque no lo digo, aunque no lo celebro.



Es evidente que naces. Y ya todo empieza a fraguarte: el mes, el año, el tipo de árbol que tienes ante tu casa, la madre que te da unas indicaciones y no otras, la cantidad de hermanos que tengas, la edad en que te dan las llaves de casa, la distancia de tu casa al colegio, las prohibiciones y las libertades, la cantidad de sol que entra por tu ventana, la profesora que te cae en suerte, la anchura de tu cintura, la profesión de tu familia, los acentos de tu alrededor… Y una de esas cosas es tu nombre. Al fin y al cabo es en lo que primero te reconoces, te individualizan y te individualizas.





La sobremesa francesa.





Unos meses atrás me vi viendo una película que por mí misma no hubiera elegido, pero como era en francés y ahí estoy dándole al idioma pues acepté. Sé que debo dejarme llevar y más en estas cosas tan poco importantes. Pues agradecí la propuesta. Se trataba de Le prénom (El nombre, 2012, Alexandre de La Patellière y Mathieu Delaporte). La elección del nombre del futuro bebé del protagonista, una cosa a priori tan inocente provoca un gran caos alrededor del grupo de amigos. Y como buena película francesa que se precie está llena de diálogos ligeros, jugosos e ingeniosos. Justo hace escasos días una de las actrices, un puntal importante en la película, Valérie Benguigui que consiguió el César a la mejor actriz de reparto falleció.







Un nombre ¿puede importar tanto? En la película aparece el caso extremo, a nivel mundial, de lo que nos pasa a todos. Nuestra opinión sobre un nombre u otro viene asentado por las personas que hemos conocido durante nuestra vida, llamadas así. Seguro que es así, si no, comprobadlo. A uno o una no le gusta un nombre porque así se llamaba el que te hizo la vida insoportable en el colegio, o porque era un don nadie, o porque era la repipi del lugar, etc.
Eso en el tema de la mirada a los otros pero con el nombre propio ¿qué referencia te creas? Reflexiono sobre esto porque siempre que encontraba  a alguien reconocido con mi nombre no sé, me sentía mejor. Y no era habitual pues no es curioso ni singular y es compuesto con lo que lo hace más difícil. Ana María. Puede que esta necesidad de reconocimiento fuera por el tema de la falta de autoestima juvenil. Puede ser.





"Dichosa tú, Ana María, sirena y pastora al mismo tiempo, morena de aceitunas y blanca de espuma" Lorca.




El caso es que las primeras personas con ese nombre que conocí fueron Ana María Dalí y Ana María Moix. Hermanas de. Y esta situación de dependencia, de ser detalles de la historia principal pues no ayudaban la verdad. Y para más inri Ana María Gómez González, va la muchacha y se lo cambia a Maruja Mallo. ¿Cómo me iba a sentir importante con mi nombre? Partiendo de esa base me iba a ser difícil destacar.





La Ana María por excelencia.





Luego aparecieron Ana María Sánchez, soprano nacida a pocos kilómetros de donde yo y Ana María Matute que ya ella cubriría cualquier duda pero no llegó a tiempo.


En torno al tema, tengo un recuerdo de la universidad que de tantos que he olvidado y lo insignificante que es me lleva a pensar que esto de lo que ahora hoy hablo tiene mucho peso en mí. Veíamos unos compañeros y yo, en el paraninfo de la universidad, la obra Yonquis y yanquis de Alonso de Santos en noviembre de 1996. Ahora reviso los personajes y no coinciden,  pero en fin, yo recuerdo que en un momento de la obra un grupo habla y ese grupo tenían los mismos nombres que los de mis compañeros y el mío. No recuerdo nada más de la obra, sólo eso. Y en ese momento crecí sentada en la butaca. Nadie es libre conscientemente de los restos encallados en su memoria. Veo que el nombre era más yo que cualquier otra cosa.





La bienvenida en mi hogar.






Otro recuerdo que ha florecido al ir escribiendo y a alguno que a otro se lo he contado es que en mi habitación, en la que dejé atrás, hay un pequeño cuadrito de esos de las ferias donde te dicen unas cuantas características de tu persona a raíz de tu nombre. Una especie de horóscopo no numérico sino alfabético. Y sí, como una letanía me lo sé. Y… o mis padres ahorraron para no comprar dos o yo decidí que sería simplemente Ana, no lo sé. Pero declara el cuadrito: “Ana. Nombre de origen hebreo. Significa graciosa. Las Anas están muy dotadas para los trabajos difíciles. Disciplinadas y filosóficas”.





Maruja Mallo eliminó su Ana María.





¿Qué fue antes el cambio en la persona o el cambio de nombre? ¿Qué fue antes el huevo o la gallina? ¿Reduje mi nombre y eso ayudó al cambio? ¿O el cambio se había iniciado y la reducción del nombre fue un síntoma?
Pero ¡qué transcendencia madre mía! Si me llego a construir otro nombre a mi imagen y semejanza… Pero solamente lo reduje. Pequeño cambio. Una pequeña osadía que me permití. Y como siempre sin ser consciente del todo. Mi firma, la firma tan declarativa ella, empezó con la escritura de mi nombre completo: los dos nombres propios y los dos apellidos. No recuerdo edades pero después llegó el momento de escribir los dos nombres propios y las iniciales de los dos apellidos. Hasta llegar al que actualmente reina y campea: Ana. Capicúa, asidua y breve. Todo un proceso de depuración. Y una vez realizado el cambio ya no necesitaba identificar Anas importantes. ¿La madurez y la confianza? Esperemos que sea eso.




A mí me cuesta muchísimo llamar a otra persona de manera diferente a su nombre, incluso acortarlo de manera cariñosa. Me parecería extraño, ya no sería esa persona, sería un sacrilegio. Toda la gente que conozco permanece con su nombre. ¿Les gusta? ¿Se reconocen en él? ¿Habrán considerado la posibilidad de cambiarlo? No es tan simple como el cambio del color del pelo. No es cuestión de media hora. ¿Los que lo acortan o lo decoran es porque no se reconocen o porque quieren llamar la atención? ¿Huyen o se reconocen? ¿Cuáles son los motivos?

1 comentario:

Beatriz dijo...

¡Muy bonita entrada wapa!:)
Los nombres...
Yo siempre digo que uno tiene que tener un cuento de dónde viene su nombre.
Cuando tengo la oportunidad de estar con niñ@s si no tienen un cuento acerca de su nombre ¡me lo invento!
Y a lo largo de los años, como nuestra vida, ese cuento va cambiando y tomando forma...
A mí me encanta mi nombre y su inicial y su letra ¡final!
Aunque al vivir en el sur tuve que declinar en que me acortaran el nombre, y no ser susceptible con ello.
Lo importante es que nos nombren :)
Conozco a personas que se han cambiado el nombre, porque no les gustaba o no se sentían identificad@s con él (y a los años han vuelto a retomar el original).
Otras personas eligen nombrarse por ese mote, con el que se sienten halagados.
Y yo que nombro a mis amig@s con el nombre completo, y compuesto :)
Para mí otra seña de identidad es el día en que nací, el número, como un talismán que me acompaña.
Pero bueno, fetichista que es una en muchos sentidos...
¡Muaaaaaaaaakkkkkkkkkkkks!