“MI VIDA SERÍA UNA HERMOSA HISTORIA QUE
SE VOLVERÍA VERDADERA A MEDIDA QUE YO ME LA FUERA CONTANDO”.
Tríptico focalizado. |
Hace unos años recibí un regalo, un regalo en su
verdadero valor. Me regalaron el primer tomo de las memorias de Simone de
Beauvoir Mémoires d’une jeune fille
rangée (Memorias de una joven formal).
Todo un descubrimiento que se convirtió
en una especie de droga que me hacía pedir más y más. Pedirlo podía porque
sabía que Simone de Beauvoir narraba su
vida en otros tres volúmenes. Edhasa sólo reeditó el primero que tenía entre
mis manos, los demás descatalogados aún estoy esperándolos. Pero menos mal que
existen eso que llamamos bibliotecas públicas. Allí encontré los otros. Una
lectura que avanzaba con velocidad y una emoción que jamás había sentido en
otras lecturas. Pero a más avanzar, más se asentaba la conciencia de que la
dicha tenía su final.
“A MI MODO DE VER, NO BASTABA SOLAMENTE
PENSAR, NI SOLAMENTE VIVIR: YO SOLO ESTIMABA SIN RESERVA A LA GENTE QUE PENSABA
SU VIDA”.
Aún le doy vueltas a qué es lo que me atrajo y aunque
me parece estupendamente que aún no se aclare, puedo intuir ciertos motivos. Y
son varios. El primero: el relato de vida. Una vida que se vivió y se
reflexionó. Una vida que te muestra la búsqueda de una inquietud, la búsqueda
de uno mismo en la relación con otros, la búsqueda de la palabra reveladora. Ese
glorioso proceso de ir reconociéndose a una misma. Y tras este, la misma
escritura. Simone relata con el punto justo de información, poesía, filosofía y
relato. Algo que aparece desde el primer momento es que sus emociones y sentidos
los traza en relación a los colores. Nace rodeada de rojo, habla de su pasado
en cierto momento como una época que ha perdido todo su colorido y de un libro
prohibido quiere sacar «el color de su secreto».
La sonrisa del camino propio. |
Me sirvió también como fondo cultural, en realidad
literario. Si uno quiere, puede seguir en paralelo sus lecturas desde las
primeras, infantiles, hasta su mayoría de edad. Andersen le enseñó la
melancolía, El aventurero de las junglas la
trastornó, en Mujercitas creyó
descubrir su rostro y su destino, La Odisea la leyó «para poner a toda la
humanidad entre mí y mi dolor particular» y recuerda la censura de la madre que
le cosía con alfileres las hojas que no podía leer como un capítulo de La guerra de los mundos de Wells. Una
pequeña muestra de su recorrido puede ser el siguiente: El mono de Zamacoïs, Madame de Ségur, los cuentos de Perrault, de Madame d’Aulnoy, Julio Verne, André
Laurie, los álbumes de Töpffer, Las
vacaciones de Madame de Ségur, Alfred de Musset, , Marcel Prevost,
Maupassant, Adam Bede, El colegial de
Atenas de André Laurie, El molino sobre el Floss de George
Eliot, Daniel Cortis de Fogazzaro,
Gide, Claudel, Adrienne Monnier, El gran Meaulnes, Etienne de Marcel Arland, La noche kurda de Jean-Richard Bloch o Mi vida de Isadora Duncan. Pero estos son solo retazos, el
recorrido es mayor pero sin la pesadez de los datos como aquí he colocado yo sino
con la fluidez de la vida.
La mítica Gallimard. |
Memorias
de una joven formal se divide en cuatro partes desde su
nacimiento hasta la época en que decidió que Sartre no saldría de su vida. Su infancia la declara dichosa («El color rosado
de los caramelos se degradaba en matices exquisitos, hundía mi cuchara en una
puesta de sol») pero luego vendrán los
desmoronamientos en la adolescencia. Desmoronamientos muy vivos y marcados,
algunos muy fuertes sobre su soledad y
el deseo de morir: «nadie me conocía ni
me quería por completo». En este proceso «había perdido la seguridad de
la infancia; en cambio no había ganado nada». Una Simone, que con 17 años se
veía desaliñada, palurda, torpe e inepta en las conversaciones mundanas, que no
sabía sonreír, atraer, ser ingeniosa, ni hacer concesiones. Todo este cataclismo
duró hasta el momento en que se envalentonó, salió a los bares, se censuraba
menos, confiaba más y se dijo «pronto viviré de veras».
“EN EL CAMPO ME IMPORTABA POCO ESTAR
RELEGADA EN UNA ERMITA: LA NATURALEZA ME COLMABA; EN PARÍS TENÍA HAMBRE DE
PRESENCIAS HUMANAS; LA VERDAD DE UNA CIUDAD SON SUS HABITANTES”.
A grandes rasgos se puede decir que lo que construyó su
vida fueron sus lecturas, las personas que conoció, la separación de Dios y la
familia. Las personas que le marcaron articulan de alguna manera el libro: Zaza,
Garric, Jacques, Pradelle, Stépha, Herbaud y Sartre. Otras aparecen como
fantasmas paralelos: Simone Weil de la que no supo aprovechar su encuentro en
la Sorbona y también Lévi-Strauss y Merleau-Ponty durante las prácticas en un
liceo.
“QUERÍA A LOS QUE ME RODEABAN, PERO
CUANDO DE NOCHE ME ACOSTABA, SENTÍA UN GRAN ALIVIO ANTE LA IDEA DE VIVIR, POR FIN,
ALGUNOS INSTANTES SIN TESTIGOS; ENTONCES PODÍA INTERROGARME, RECORDAR,
EMOCIONARME, PRESTAR OÍDO A ESOS RUMORES TÍMIDOS QUE LA PRESENCIA DE LOS
ADULTOS SOFOCA”.
Su amiga Zaza, triste historia de una muchacha viva e
independiente que termina ahogada en las obligaciones familiares y sociales
supone su primera conversación seria fuera del ámbito familiar. Su primera
relación fuera de la familia. La importancia de esta amiga se ve claramente al
terminar la primera parte: «No concebía nada mejor en el mundo que ser yo misma
y querer a Zaza». De su profesor Garric bebía sus palabras, lo admiraba y en su
primo Jacques, encarnación viva de la inquietud, averiguó sus emociones, el
tipo de amor que quería. Le ayudó, aunque con sufrimiento, a descubrir que era
refractaria al matrimonio y a la maternidad, que simplemente no los veía en su
porvenir. Sintió que «la vida en común debía favorecer y no contrariar mi
empresa fundamental: apropiarme del mundo».
La mayor parte del trabajo, en los bares. |
Y al final, Sartre: «Sartre no tenía una cara
desagradable pero se decía que era el más terrible de los tres y hasta lo acusaban de beber». Primero citado,
luego el intermediario es un dibujo, después el deseo de Sartre de conocerla y
su primer encuentro en la habitación del pensador con un gran desorden de
libros y él fumando en pipa. A partir de ahí todo el tiempo que no pasaba con
él le parecía tiempo perdido. No fue Sartre el que la bautizó como Castor sino
Herbaud, amigo de Sartre y de Simone (Beauvoir – Beaver).
Algo que aparece como una constante a lo largo del
libro es que hablaba por los codos, contaba y contaba su vida, como una
tendencia espontánea. Relataba sus experiencias y sus ocurrencias. Ese rasgo
natural mezclado con la consciencia que le dio los años desembocó en que su
sueño, desde siempre, fuera escribir una novela de la vida interior. Lo logró y
ese objetivo está volcado tanto en su ficción como en su autobiobrafía.
“ESCRIBIENDO UNA OBRA ALIMENTADA POR MI
HISTORIA ME CREARÍA YO MISMA DE NUEVO Y JUSTIFICARÍA MI EXISTENCIA”.
Ninguna explicación o cita puede llevar directamente a
la importancia de esta obra fundacional. Es la historia de una escritora, de
una mujer, de una ciudadana del siglo XX, de una pensadora, de un ser reflexivo
que intenta entenderse y entender el mundo en el que vive. A mí me ayudó mucho.
Me sigue ayudando en realidad. Es la mano que te acompaña para como ella
descubrirnos.
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