Algo que no he probado, algo que me encanta y algo que
me provoca indiferencia. Parece el catálogo de necesidades de una novia pero es
lo que me provocan las tres representaciones de Brandy Alexander que aquí
convoco. Y a cada una la sitúo temporalmente como algo que dejar atrás, algo
que retener y algo que vendrá. Distinción nivelada por gustos.
Por la futura compañía. |
Para empezar calentándonos, Brandy Alexander es un cóctel
cremoso hecho a base de brandy, crema de cacao, nata, hielo y nuez moscada. Eso
es lo que dicen porque yo no lo he comprobado. Aceptaré ciegamente cualquier
invitación que me haga descubrirlo sea en las condiciones que sean y que por eso
de ser la primera vez, no olvidaré. Quien desee tener un recuerdo conmigo que se
ponga en contacto. Soy la primera que admito que soy un sujeto difícil en el
terreno del gusto. Parece un sacrilegio pero yo como para sobrevivir y eso
deriva también en el líquido elemento sea del color que sea. Difícil para
conquistarme por ese terreno: los dulces no son tentación y para con el alcohol
se puede decir que no tengo una nariz privilegiada. Este
es mi Brandy Alexander del futuro, el que está por venir, una promesa, sin
juicio pero con esperanza.
La metonímica sensación que te provoca este cóctel
parece ser el tema de la canción de Feist. Brandy Alexander fue compuesta por
la misma Feist y Ron Sexsmith para el tercer álbum de la artista canadiense. The reminder es verdaderamente una
joyita musical donde Feist te pide que te acerques a ella, bien con el sonido de los
pájaros en los árboles en The park,
bien con los chasquidos de los dedos en la que aquí tratamos, para finalmente
deslumbrarte.
Álbum re-fijado: The reminder. |
En Brandy
Alexander se hace una confesión «He’s my Brandy Alexander» y «I’m his
Brandy Alexander». Personas: las típicas él y ella. Te lo va a contar de tú a tú, avisándote primero con un
chasquido, empezando con algunas palabras, para con la confianza que da el
verse rodeada de la banda, declararlo: «On milky skin my
tongue is sand until / The
ever distant band begins to play». Ese él de la canción le anima, le
ayuda a cantar, es cómodo aunque peligroso, entra fácilmente. Es un hombre, es
un cóctel. Pero aquí no hay tristeza ni sentimientos desgarrados. Ella se sitúa
en la tranquilidad y lo comparte con nosotros pero no con él directamente. Es
una compañía de las buenas en la vida que no llegará a fusionarse pero que
merecen tenerse cerca. Este es mi Brandy Alexander
del presente, el que permanece, el que acompaña, el que no se pierde.
Tanta belleza me agota. |
Chuck Palahniuk nos describe un/una Brandy Alexander
ficticia. Aunque no es la protagonista ni el narrador de su novela Monstruos
invisibles, lo que sí es, es el alma de la fiesta. Ella es princesa, reina
suprema, reina deluxe, el tótem de
las drag queen, toda ella es un
planeta en sí misma. Una reina que se alimenta a base de analgésicos y
estrógenos, con una cintura de cuarenta centímetros y cuyas manos son la única
parte de su cuerpo que los cirujanos no pudieron cambiar. El autor nos lleva en
volandas; en realidad nos ancla allá y cuando él quiere: «Pasemos a» y «volvamos
a» son el esqueleto de la novela. Es un vaivén de momentos y situaciones en una
suerte de road movie con personajes, como así los reconoce el autor, productos televisivos que se insertan en
escenografías, escenas e incluso diálogos: «Tengo que decir las tres palabras
más manidas de cualquier guión».
Diane Ladd también quiere ser la reina de la fiesta. |
La protagonista, que aspira a tener la suerte de los
feos y sobre todo aspira a la invisibilidad, se parapeta junto a Brandy
Alexander de la que no está tan distanciada como creía. Nadie consigue entender
a la protagonista así que se dedica a escribir sus expresiones en papel, con
sangre, sobre polvo, etc., durante un viaje lleno de drogas, maquillaje,
coches, y mucho fuego: «La colección de peluches es un holocausto de pieles».
El crepitar del fuego en el incendio (no desvelo nada pues aparece nada más girar la tapa) y en los cigarrillos, en unos personajes
excesivos recuerda mucho a Corazón
salvaje (Wild at heart, David Lynch, 1990). La excesiva Brandy Alexander es
un ejemplo de los muchos nombres inventados que aparecen en la novela como Alfa
Romeo, Wells Fargo, Bubba-Joan, Daisy Saint Patience... Los bautismos los
realiza la fundacional Brandy; bautismos que simbolizan el nuevo futuro, amplio,
de búsqueda y cambiante porque los personajes «estamos en el otoño de nuestro
desencanto». Este es mi Brandy Alexander del
pasado, el que queda atrás, cuya huella se borró ya.
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