domingo, 12 de mayo de 2013

Brandy Alexander: lo probaré, lo escucho, lo leí.



Algo que no he probado, algo que me encanta y algo que me provoca indiferencia. Parece el catálogo de necesidades de una novia pero es lo que me provocan las tres representaciones de Brandy Alexander que aquí convoco. Y a cada una la sitúo temporalmente como algo que dejar atrás, algo que retener y algo que vendrá. Distinción nivelada por gustos.





Por la futura compañía.





Para empezar calentándonos, Brandy Alexander es un cóctel cremoso hecho a base de brandy, crema de cacao, nata, hielo y nuez moscada. Eso es lo que dicen porque yo no lo he comprobado. Aceptaré ciegamente cualquier invitación que me haga descubrirlo sea en las condiciones que sean y que por eso de ser la primera vez, no olvidaré. Quien desee tener un recuerdo conmigo que se ponga en contacto. Soy la primera que admito que soy un sujeto difícil en el terreno del gusto. Parece un sacrilegio pero yo como para sobrevivir y eso deriva también en el líquido elemento sea del color que sea. Difícil para conquistarme por ese terreno: los dulces no son tentación y para con el alcohol se puede decir que no tengo una nariz privilegiada. Este es mi Brandy Alexander del futuro, el que está por venir, una promesa, sin juicio pero con esperanza.













La metonímica sensación que te provoca este cóctel parece ser el tema de la canción de Feist. Brandy Alexander fue compuesta por la misma Feist y Ron Sexsmith para el tercer álbum de la artista canadiense. The reminder es verdaderamente una joyita musical donde Feist te pide que te acerques a ella, bien con el sonido de los pájaros en los árboles en The park, bien con los chasquidos de los dedos en la que aquí tratamos, para finalmente deslumbrarte.






Álbum re-fijado: The reminder.







En Brandy Alexander se hace una confesión «He’s my Brandy Alexander» y «I’m his Brandy Alexander». Personas: las típicas él y ella. Te lo va a contar de tú a tú, avisándote primero con un chasquido, empezando con algunas palabras, para con la confianza que da el verse rodeada de la banda, declararlo: «On milky skin my tongue is sand until / The ever distant band begins to play». Ese él de la canción le anima, le ayuda a cantar, es cómodo aunque peligroso, entra fácilmente. Es un hombre, es un cóctel. Pero aquí no hay tristeza ni sentimientos desgarrados. Ella se sitúa en la tranquilidad y lo comparte con nosotros pero no con él directamente. Es una compañía de las buenas en la vida que no llegará a fusionarse pero que merecen tenerse cerca. Este es mi Brandy Alexander del presente, el que permanece, el que acompaña, el que no se pierde.





Tanta belleza me agota.







Chuck Palahniuk nos describe un/una Brandy Alexander ficticia. Aunque no es la protagonista ni el narrador de su novela Monstruos invisibles, lo que sí es, es el alma de la fiesta. Ella es princesa, reina suprema, reina deluxe, el tótem de las drag queen, toda ella es un planeta en sí misma. Una reina que se alimenta a base de analgésicos y estrógenos, con una cintura de cuarenta centímetros y cuyas manos son la única parte de su cuerpo que los cirujanos no pudieron cambiar. El autor nos lleva en volandas; en realidad nos ancla allá y cuando él quiere: «Pasemos a» y «volvamos a» son el esqueleto de la novela. Es un vaivén de momentos y situaciones en una suerte de road movie con personajes, como así los reconoce el autor, productos televisivos que se insertan en escenografías, escenas e incluso diálogos: «Tengo que decir las tres palabras más manidas de cualquier guión».






Diane Ladd también quiere ser la reina de la fiesta.






La protagonista, que aspira a tener la suerte de los feos y sobre todo aspira a la invisibilidad, se parapeta junto a Brandy Alexander de la que no está tan distanciada como creía. Nadie consigue entender a la protagonista así que se dedica a escribir sus expresiones en papel, con sangre, sobre polvo, etc., durante un viaje lleno de drogas, maquillaje, coches, y mucho fuego: «La colección de peluches es un holocausto de pieles». El crepitar del fuego en el incendio (no desvelo nada pues aparece nada más girar la tapa) y en los cigarrillos, en unos personajes excesivos recuerda mucho a Corazón salvaje  (Wild at heart, David Lynch, 1990). La excesiva Brandy Alexander es un ejemplo de los muchos nombres inventados que aparecen en la novela como Alfa Romeo, Wells Fargo, Bubba-Joan, Daisy Saint Patience... Los bautismos los realiza la fundacional Brandy; bautismos que simbolizan el nuevo futuro, amplio, de búsqueda y cambiante porque los personajes «estamos en el otoño de nuestro desencanto». Este es mi Brandy Alexander del pasado, el que queda atrás, cuya huella se borró ya. 


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