martes, 28 de mayo de 2013

David Levine caricaturista de la historia.



Adolph Hitler antes de atacarnos.



Duchamp lanzándose a todo.



Francis Bacon en acción.



En ocasiones, una servidora se saca un texto de una pequeña obra, a veces esa obra se engrandece y lleva a otras cosas más allá de sí misma y en otras ocasiones se parte de algo inabarcable y llega la tarea ingente de hacer una selección lesiva. Esta vez mi propósito era hablar de David Levine, en realidad hablar de su obra como caricaturista en el New York Review of Books (como si fuera eso reducir mucho).



Nixon cagando bombas.





Los Gorbachov y los Reagan en la cama.


Benazir Bhutto, primera mandataria musulmana.




No sabía en realidad dónde me metía. En esos momentos buscaba algo ligero de lo que hablar puesto que no tenía demasiado tiempo y me dije pues ¡David Levine! Unas caricaturas aquí y allá, algún comentario que las una et voilà pero me salió el tiro por la culata. No solo a medida que iba indagando me daba cuenta que caricaturas desde 1963 hasta 2007 son muchas caricaturas sino que esas caricaturas no eran inocentes. Haciendo el recorrido temporal te das cuenta de que ahí hay una historia paralela de la humanidad en esos años. Aquí, señores, hay dinamita.





Marie Curie aplicándose el cuento.





Los hermanos Gershwin con su tarea.



Lo que me sorprendió era ver el perfil de seleccionados. No solo por la diversidad de profesiones e intereses mostrados a través de los personajes públicos sino también por la diversidad de lugares de origen. Uno piensa en EEUU y le sale una retahíla de cosas negativas sobre todo la de mirarse el ombligo y tenerse como punto de referencia y medida para todo. Una vez refutado esto (en este caso particular y concreto) me he frotado las manos.



Alice B. Toklas, la todo de Gertrude Stein.



Sartre dentro de Flaubert por El idiota de la familia.





David Levine, que nació en Brooklyn, participó en The New York Review of Books desde que se creó esta revista en 1963. También trabajó para Esquire, Time o Playboy. Además de sus ilustraciones tiene una obra pictórica que contrasta bastante con esta porque sus acuarelas retratan ciudadanos comunes con bastante compasión. Reubicándonos en la caricatura, desde 1963, David Levine dibujó algunos personajes que se repiten insistentemente, como los presidentes Lyndon Johnson o George Bush, Sartre o Freud mismo. Susan Sontag es una muestra curiosa del paso del tiempo pues nos aparece sin raya canosa, después con su famosa raya canosa y al final toda canosa ella.



Susan Sontag 1.





Susan Sontag 2.




Susan Sontag 3.




No sé si está bien comparar, o si incluso hay comparación posible porque los elementos y circunstancias han cambiado, pero permitiéndome la generalización y viendo los personajes que dibujaba David Levine, me viene una época o una publicación, más diversificada, donde todas las materias se expandían más allá de su propio círculo. La especialización y guetos que  ahora tenemos es evidente. Lo digo porque o eres político, o eres cultureta, o eres científico. Hay que asomarse a todo. Y la verdad es que ha sido un muy buen ejercicio para mí acercarme a estos dibujos y descubrir figuras candentes entonces que fabricaron nuestra historia actual. Porque el pasado hay que usarlo como trampolín hacia el presente y si no se sabe dónde está el trampolín, no saltamos y nos quedamos sentados en un sillón.




Así celebró Levine mi nacimiento: con Antonin Artaud en la taza.




Las caricaturas de David Levine son una verdadera clase de historia de la humanidad con todo lo que conlleva. Te hace tomar con perspectiva los acontecimientos pasados y mirar con lupa los recientes. Te ayuda a ampliar el campo de visión que muchas veces es limitado. Y te hace descubrir historias, obras e intereses que no estaban suficientemente en la palestra. Tomar en serio este recorrido caricaturesco es una tarea ingente pero necesaria. En el panorama político externo aparecen Franjo Tudjman, el primer presidente croata tras la independencia del país en 1991; Ernesto Zedillo, ex presidente mexicano; la nicaragüense Violeta Chamorro; la pakistaní Benazir Bhutto; el portugués Antonio de Spinola; el ruso Rasputín o el alemán Konrad Adenauer por poner algunos ejemplos de los conocidos.




Luis Buñuel y sus ojazos.




Antonio Muñoz Molina, plena actualidad.





Ya que estamos donde estamos nosotros, también salen personajes españoles de su pluma, desde el inevitable Pablo Picasso que aparece en varias ocasiones hasta llegar a Antonio Muñoz Molina a raíz de la publicación en Norteamérica de su novela Sefarad. Entre tanto he visto a Cervantes (por el ensayo de Nabokov), Ortega y Gasset, Lorca, Buñuel, Arturo Barea en un artículo titulado An honest man de Gerald Brenan y Adolfo Suárez.




Dick Cheney todo guerrero.




La evolución humana hasta Lyndon Johnson.




El recorrido político interno norteamericano no es menos interesante, ya con la lectura más profunda de la crítica-comentario la cual se agradece.  La simpática evolución del hombre hasta Lyndon Johnson o Dick Cheney todo guerrero él espero que sirvan de espoleta para vuestra curiosidad.




En la muerte de Malcolm X.





En pocas ocasiones el rostro desaparece y cuando lo hace es que el símbolo que representa ese personaje es significativo. Por eso tenemos a Malcolm X como la cruz del calvario. Caricatura hecha justo en el momento de  su muerte, es un símbolo del sacrificio. O la del mismo Fidel Castro: un libro, un puro, la barba y la gorra. Sin llegar a tales extremos tenemos al águila Nixon cagando bombas o el detalle de Toscanini donde solo aparece su pelo enrollándose en el arco de algún músico, símbolo de su intensidad y sus gestos dramáticos.




John Searle. No somos simples computaciones.




Bertrand Russell, activista él.





Derrida iconoclasta.





Y llega la cultura: pensadores, cineastas, escritores, pintores, etc. Inmenso recorrido de la segunda mitad del siglo XX e incluso más atrás ya que aunque en la mayoría de ocasiones se ciñe al contexto del momento, vemos aparecer a gente como François Rabelais, Giordano Bruno, Katherine Mansfield, Montaigne, Antonin Artaud, Manet y más. Porque el hoy se explica con el ayer.




La influyente Pauline Kael en una butaca.




Sylvia Plath en su campana de cristal.





La gran Isak Dinesen.





Al final, y yo contenta me he quedado con una lista de personajes que han despertado mi curiosidad y que me queda por indagar: la cantante Beverly Sills, la poeta y editora francesa Adrienne Monier, la ganadora del nobel de la paz Alva Myrdal, la novelista y ensayista Mary McCarthy, la novelista y activista Nancy Cunard, etc. Y ahora que lo veo son todas ellas mujeres, supongo que aún hay que forzar la ley de la compensación por ese olvido (si no es que ninguneo) a la mujer social.




Pobrecito Bergman.



El espirituoso Giacometti.





Hannah Arendt asentó la banalidad del mal.





Abbie Hoffman incitaba a robar el libro.




Jacdson Pollock así de laxo.



domingo, 12 de mayo de 2013

Brandy Alexander: lo probaré, lo escucho, lo leí.



Algo que no he probado, algo que me encanta y algo que me provoca indiferencia. Parece el catálogo de necesidades de una novia pero es lo que me provocan las tres representaciones de Brandy Alexander que aquí convoco. Y a cada una la sitúo temporalmente como algo que dejar atrás, algo que retener y algo que vendrá. Distinción nivelada por gustos.





Por la futura compañía.





Para empezar calentándonos, Brandy Alexander es un cóctel cremoso hecho a base de brandy, crema de cacao, nata, hielo y nuez moscada. Eso es lo que dicen porque yo no lo he comprobado. Aceptaré ciegamente cualquier invitación que me haga descubrirlo sea en las condiciones que sean y que por eso de ser la primera vez, no olvidaré. Quien desee tener un recuerdo conmigo que se ponga en contacto. Soy la primera que admito que soy un sujeto difícil en el terreno del gusto. Parece un sacrilegio pero yo como para sobrevivir y eso deriva también en el líquido elemento sea del color que sea. Difícil para conquistarme por ese terreno: los dulces no son tentación y para con el alcohol se puede decir que no tengo una nariz privilegiada. Este es mi Brandy Alexander del futuro, el que está por venir, una promesa, sin juicio pero con esperanza.













La metonímica sensación que te provoca este cóctel parece ser el tema de la canción de Feist. Brandy Alexander fue compuesta por la misma Feist y Ron Sexsmith para el tercer álbum de la artista canadiense. The reminder es verdaderamente una joyita musical donde Feist te pide que te acerques a ella, bien con el sonido de los pájaros en los árboles en The park, bien con los chasquidos de los dedos en la que aquí tratamos, para finalmente deslumbrarte.






Álbum re-fijado: The reminder.







En Brandy Alexander se hace una confesión «He’s my Brandy Alexander» y «I’m his Brandy Alexander». Personas: las típicas él y ella. Te lo va a contar de tú a tú, avisándote primero con un chasquido, empezando con algunas palabras, para con la confianza que da el verse rodeada de la banda, declararlo: «On milky skin my tongue is sand until / The ever distant band begins to play». Ese él de la canción le anima, le ayuda a cantar, es cómodo aunque peligroso, entra fácilmente. Es un hombre, es un cóctel. Pero aquí no hay tristeza ni sentimientos desgarrados. Ella se sitúa en la tranquilidad y lo comparte con nosotros pero no con él directamente. Es una compañía de las buenas en la vida que no llegará a fusionarse pero que merecen tenerse cerca. Este es mi Brandy Alexander del presente, el que permanece, el que acompaña, el que no se pierde.





Tanta belleza me agota.







Chuck Palahniuk nos describe un/una Brandy Alexander ficticia. Aunque no es la protagonista ni el narrador de su novela Monstruos invisibles, lo que sí es, es el alma de la fiesta. Ella es princesa, reina suprema, reina deluxe, el tótem de las drag queen, toda ella es un planeta en sí misma. Una reina que se alimenta a base de analgésicos y estrógenos, con una cintura de cuarenta centímetros y cuyas manos son la única parte de su cuerpo que los cirujanos no pudieron cambiar. El autor nos lleva en volandas; en realidad nos ancla allá y cuando él quiere: «Pasemos a» y «volvamos a» son el esqueleto de la novela. Es un vaivén de momentos y situaciones en una suerte de road movie con personajes, como así los reconoce el autor, productos televisivos que se insertan en escenografías, escenas e incluso diálogos: «Tengo que decir las tres palabras más manidas de cualquier guión».






Diane Ladd también quiere ser la reina de la fiesta.






La protagonista, que aspira a tener la suerte de los feos y sobre todo aspira a la invisibilidad, se parapeta junto a Brandy Alexander de la que no está tan distanciada como creía. Nadie consigue entender a la protagonista así que se dedica a escribir sus expresiones en papel, con sangre, sobre polvo, etc., durante un viaje lleno de drogas, maquillaje, coches, y mucho fuego: «La colección de peluches es un holocausto de pieles». El crepitar del fuego en el incendio (no desvelo nada pues aparece nada más girar la tapa) y en los cigarrillos, en unos personajes excesivos recuerda mucho a Corazón salvaje  (Wild at heart, David Lynch, 1990). La excesiva Brandy Alexander es un ejemplo de los muchos nombres inventados que aparecen en la novela como Alfa Romeo, Wells Fargo, Bubba-Joan, Daisy Saint Patience... Los bautismos los realiza la fundacional Brandy; bautismos que simbolizan el nuevo futuro, amplio, de búsqueda y cambiante porque los personajes «estamos en el otoño de nuestro desencanto». Este es mi Brandy Alexander del pasado, el que queda atrás, cuya huella se borró ya. 


viernes, 3 de mayo de 2013

Chantal Akerman y el espacio enmarcado.




[Este es un extracto de un texto publicado en Transit: cine y otros desvíos hace un par de años donde hablaba de Chantal Akerman y Simone de Beauvoir que derivó más tarde en un ensayo guardado en un cajón. Abajo está el enlace para quien quiera leerlo en su contexto y visitar esa estupenda mirada cinematográfica que es Transit].





Shanghai desde un bar.




Simone en sus obras describe los espacios, pero como simples contextos de sus protagonistas. En cambio en Chantal Akerman son muy reveladores. Chantal siempre establece una relación entre el interior y el exterior. Incluso en su fragmento en O estado do mundo (2007) vemos Shanghái mientras escuchamos el hilo musical y las conversaciones de un bar desde el que filma. Siempre alguien observa desde un interior: las observadoras suelen ser las mismas Chantal y Simone o, en su caso, su representación (Anna).





Tel Aviv desde un apartamento.





En Là-bas (2006), ejemplo extremo de la distancia impuesta entre la ventana y el mundo, se ve a sí misma de pequeña cuando miraba por la ventana cómo jugaban otros niños en la calle porque su madre no la dejaba salir. Ahora lo recuerda estando encerrada en un apartamento extraño en Tel Aviv. De nuevo Chantal se descubre. Mira el mundo pero siempre encuadrado, tomando cierta distancia. Tal como quiere que lo veamos nosotros. Enseña el mundo al espectador pero dándole opción, para que no sea una imposición. Lo mismo sentimos con Jeanne (Jenne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles, 1976), que aunque estemos con ella hora tras hora, la cámara no la sigue, la respeta dándole tiempo para que entre y salga del plano, observándola muchas veces en la distancia con la presencia de marcos que crea el pasillo, las molduras de las puertas… Siempre el espectador es consciente de la construcción tanto por la duración como por esos planos tan frontales y en ocasiones tan simétricos.




Anna siempre de paso.




Los espacios interiores, siempre tan presentes bien porque se filma desde ellos o porque es lo que se filma, son espacios codificados. Cuando son propios del personaje, le asfixian y si no, son lugares de paso. A veces la misma casa se convierte en un lugar de paso, como ocurre en Les rendez-vous d’Anna (1978). Asistimos a un recorrido con ella por parte de Europa, de hotel en hotel. Cuando finalmente llegamos a su casa, esta parece ser otro hotel, otro lugar de paso, igual de frío, con la misma cama, con la nevera vacía, con la misma incomunicación que cuando está afuera (uno tras otro, mecánicamente escucha los mensajes del contestador y antes habíamos asistido a intentos frustrados de llamadas de teléfono). Incluso el encuentro con Daniel, con quien tiene una relación, sucede en un hotel durante unas pocas horas libres. Los personajes de Chantal, que han dejado atrás algo y están en plena búsqueda, no tienen espacio o lo terminan alterando para que ningún recuerdo, ninguna idea le distraiga. Por eso, la protagonista de Je, tu, il, elle (1974) que es la misma Chantal Akerman, termina vaciando su habitación y dejando solo un colchón.





Un travelling sobre una historia nacional.




Bien sea en su ficción o en sus documentales, los apartamentos, cocinas, hoteles son la base para sus personajes. Los espacios permanecen para la cámara antes y después de la intrusión de los seres humanos. Más bien es como si estuvieran incómodos en ellos. Están en un proceso de búsqueda, por lo que no se sienten ubicados. En D’est (1993), por ejemplo, los planos exteriores en un constante travelling contrastan con esos interiores en plano fijo (muchas cocinas), pero guardan en su interior lo mismo: una constante espera. La inmanencia, siempre la inmanencia. Las figuras de esta instalación/documental están siempre esperando en consonancia con la situación social y política de esos países del este y la idiosincrasia de los personajes de la directora. En La-bàs permanece encerrada en un apartamento prestado desamparada y su propio apartamento es invadido en L’homme a la valisse (1983), lo que le sirve para experimentar la sorpresa, la hostilidad, la evasión…





Chantal destruye la cocina.





Su primer corto Saute ma ville (1968) constituye un proceso de aniquilación de la asociación “mujer/cocina” a través de una pequeña locura que terminará con ella literalmente al ver que no consigue nada. Todas las acciones típicas de la mujer como cocinar o limpiar conducen, tarde o temprano, a la locura (también Jeanne Dielman nos lo demuestra). Chantal se va encerrando en la cocina tal cual lo está en su espacio Jeanne. Las dos darán por terminado su espacio bruscamente. Es la vía de escape. El título en ambas habla del espacio reducido de la mujer, de la opresión que representa y de la necesidad de superarlo.